En este poemario, el extremeño Faustino Lobato realiza un viaje desde el dolor de un accidente que le sumió en un tiempo amargo y silencioso a la luz clara de un camino impensable.
© JOSÉ ANTONIO SANTANO
Me escribe un buen amigo y me dice, literal: «La poesía es la respiración de la luz». El tiempo queda detenido ante tal afirmación. Tres palabras que definen de manera extraordinaria el hecho poético: poesía, respiración y luz. Cómo podría interpretarse, «Respirar la luz», sino de la única manera que sabe hacerlo un poeta.
La respiración es un acto fundamental de la vida, sin ella, ni estamos ni somos; y por otra parte, «la luz» es el fenómeno físico por el que se hacen visibles los objetos, de tal manera que, respirar la luz viene a ser como la mirada del poeta, es decir, que vive cuanto ve y siente lo que ve, traduciéndose tal hecho en la única forma de crear, de transformar lo vivido en algo tan esencial como es la poesía.
Una poesía que no tiene límites, que ahonda en la propia existencia, en la esencialidad de las cosas del mundo. Así se ha de entender, pues, que «La poesía sea la respiración de la luz». Y algo de esto sucede cuando nos acercamos a la poesía de Faustino Lobato (Almendralejo, Badajoz, 1952), y más concretamente, en su último libro En el alfabeto del tiempo, publicado por la editorial valenciana Olé Libros.
Con anterioridad, de la obra de Lobato hay que destacar libros tales como: Las siete vidas del Gato, Un concierto de sonidos diminutos, El nombre secreto del agua, Rehacer el alba. Memorias de un náufrago, La sorpresa de lo humano, Notas para no esconder la luz, Sin razón previa, Abismos del suroeste, Sieta+3 o En el ángulo incierto del espacio.
En esta trayectoria poética existen tres elementos existenciales que marcan o señalan la esencialidad poética de Faustino Lobato, a saber: la luz (Notas para no esconder la luz), el espacio (En el ángulo incierto del espacio) y el tiempo (el libro que ocupa este comentario), será así que el acercamiento a su poética nos acomode a esa profunda interiorización de cuanto acontece en esos tres ámbitos naturales.
La mirada del poeta es pura esencialidad, íntima expresión de lo vivido.
Llama la atención de este libro, En el alfabeto del tiempo, la manera de estructurar cada una de sus cinco partes, en definitiva, de su conjunto. Emplea Lobato el poema en prosa como elemento aglutinador (además de ofrecer la posibilidad de escuchar los poemas en la voz del poeta y a través del código QR existente en su interior).
Curiosamente, ese poema en prosa que abre cada parte, luego se desarrolla, hasta conformar un sólido bloque poético, si bien cada poema tiene vida propia. Del prólogo, autoría del también poeta Heberto de Sysmo, seudónimo de José Antonio Olmedo López-Amor, me quedo con este claro mensaje: «Faustino Lobato nos regala con este libro un capítulo de vida convertida en alta literatura (…) Nada queda al azar en este prontuario del desastre, de cuya entropía emerge la belleza.
Solo puedo añadir que asistir a esa conversión ha sido algo único, transformador y emocionante». El libro en sí consta de cinco partes: La vertical de los días, Paréntesis, sueños, En las torpezas, El silencio de Kairós y Esta herida del tiempo, más un epílogo de Julio Sánchez Martín, en el que escribe: «El poeta nos habla del dolor, del paso del tiempo, del silencio, de la creación poética (…) El dolor se hace poema y la inspiración se recrea incluso con un soneto. El autor cierra magistralmente la obra con un epitafio amable, humilde y generoso».
Sin duda alguna, En el alfabeto del tiempo hallamos los elementos fundamentales que, desde su origen: el accidente que sufre el poeta y que podía haber acabado en tragedia, conducen desde la oscuridad y el silencio de un tiempo amargo, desesperanzador, con etapas intermedias agridulces, hasta ver la luz clara de un camino impensable en un pasado reciente, como así lo describe el poeta en sus primeros versos: «En el mar del calendario, / un día, como cualquier otro, / cinco de febrero, en un segundo, / todo se volvió silencio. Nunca sabré decir qué pasó. (…) Con la huella de quien permanece / mudo en el instante, acojo la levedad / del momento. Un día cinco de febrero / de dos mil dieciocho, / en el ecuador de mi existencia, / la vida me envolvió / dibujando en el aire / un tiempo al revés».
Desde este preciso instante, Lobato construye un edificio poético extraordinariamente sólido. Es invierno y han de transcurrir el resto de estaciones para que el frío de febrero llegue a ser la esperanzadora luz del estío. En ese transcurso del tiempo, Lobato sabe bien que solo puede valorar los instantes, cada uno de ellos, y que aglutinándolos, su mirada irá cambiando de la oscuridad a la luz, esa que el poeta mantiene, a pesar de las circunstancias por encima de todo y hasta ser poseído de nuevo por el hálito de la creación, de la poesía.
De ese estadio primero: «Jamás lograré, aunque lo intento, parar / este implacable paso de las horas, / de los minutos / que dejan / yerma mi alma», hasta ese testamento de lo vivido en toda su esencia poética: «Cuando el verbo me dé forma y siga / en la memoria de los que me amáis, / mantener silencio para que la muerte / me devuelva al lugar de partida. / en el momento de leer estas palabras, / permaneciendo en la intimidad / que cada uno reservó para mí, viviré de nuevo sine die, / eternamente».
Lo cierto es que la mirada del poeta es pura esencialidad, íntima expresión de lo vivido, porque es el tiempo en sí mismo un recorrido corto o extenso, nunca se sabe, de la oscuridad a la luz, del silencio a la palabra, siempre la palabra, la palabra poética como única salvación o verdad posible.
Emplea Lobato el poema en prosa como elemento aglutinador.
Detener el tiempo y vivir, dejarse llevar por el instante que nos apresa o libera, da lo mismo, porque sólo así, continúa el mundo en su alborozo amoroso y de absoluta plenitud: «Cuando creo que el tiempo es plenitud, a pesar del vacío de las horas, descubro el color de la existencia.
En un intento imposible de retomar el pasado y alcanzar el futuro, la prisa es una forma estúpida de vivir». Faustino Lobato ha escrito un libro cuya luz es, sí, respiración, aliento para seguir ahondando en los asombros, en los misterios y las cosas del mundo, con serena mirada, y para ello toma las palabras de Jorge Luis Borges cuando escribe: «Porque estamos hechos, no de carne y hueso, sino de tiempo, de fugacidad, cuya metáfora inmediata es el agua». Consciente de esta fugacidad Faustino Lobato nos deja la imborrable huella de su escritura, la luz de su palabra.
En el alfabeto del tiempo, Faustino Lobato, Olé Libros, 2022.
EL AUTOR
JOSÉ ANTONIO SANTANO (Baena, Córdoba, 1957) cultiva la poesía, narrativa, ensayo y crítica literaria. Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Almería, y autor de más de veinte libros, entre los que destacan Profecía de Otoño; Exilio en Caridemo; Suerte de alquimia o Tiempo gris de cosmos, todos ellos galardonados con prestigiosos premios.