Cuando la ficción te impide ver la realidad

Bajo el reclamo de ‘¿Cuánta ficción hay en la realidad?’, la Biblioteca Nacional acogió el pasado 23 de septiembre un interesante coloquio dentro del ciclo ‘Escribir y sus circunstancias’, promovido por ACE y la propia BNE.
© REDACCIÓN

Elvira Navarro, una de las ponentes de la charla ‘¿Cuánta ficción hay en la realidad?’, aludió al caso del escritor noruego Karl Ove Knausgård y, cómo, tras años publicando ficción, se cansó de las fórmulas clásicas y comenzó a escribir «la realidad». ¿Son ‘realidad’ los libros que conforman el proyecto Mi lucha del escritor noruego por estar tan pegados a los hechos reales? Dejemos, de momento, la cuestión en el aire.

Navarro ponía el acento en esa necesidad de algunos escritores (y sus correspondientes lectores) que cambiar el registro, la mirada, el contenido, y despojar de los velos de la ficción a toda su narrativa. Un juego peligroso, como saben el propio  Knausgård o Emmanuel Carrère, que han lidiado ambos con denuncias de sus exmujeres por considerar que lo que escribían era demasiado realidad y poco ficción.

Y aquí va un recado para aquellos que consideran que todo, absolutamente cualquier relato, es ficción. Claro que este suele ser, como tantos otros, un debate léxico, sobre todo si se considera, como ayer se expuso en esta charla celebrada en la Biblioteca Nacional de España, que el mero uso del lenguaje, cualquier palabra, es per se una ficción en cuanto elemento abstracto, en cuanto símbolo y no materia. La palabra mesa no es la mesa.

Barros: «Contraponer realidad y ficción es un poco disparatado».

Un debate inagotable que puede derivar en lo trillado, cosa que evitaron en todo momento los participantes en esta charla incluida en el ciclo ‘Escribir y sus circunstancias’, que comenzó en mayo, con una ponencia al mes, y concluirá el próximo noviembre, organizado por ACE, BNE y la colaboración de CEDRO.

El escritor Juan Aparicio Belmonte, que ejerció en esta ocasión como moderador del evento, parecía entender al noruego Knausgård cuando señaló la gran «inflación» de ficción que nos rodean, en todos los formatos y medios. Un contexto dominado por las novedades editoriales, pero también por los inabordables estrenos audiovisuales, en cine pero sobre todo en plataformas, sin olvidar la oferta cultura tradicional.

De izq. a dcha: Eloy Tizón, Nuria Barros, Elvira Navarro y Juan Aparicio Belmonte. Fotos: ACE.

Así, las cosas, con tanta ficción en la realidad, ¿su influjo es mayor que en otras épocas? Elvira Navarro recordó que, tan solo un par de generaciones atrás, personas como su abuela creían en la literalidad de los mensajes bíblicas (que de ese modo, en la mayoría de los casos se enseñaban). Es decir, daba por reales los relatos míticos y pensaba que era probable que fuera al infierno, esa «tierra caliente». No fue la única que vivió con miedo toda su vida de la ira divina por algún pecado cometido. ¿Influye tanto el visionado, hoy, de la última serie de tal o cual plataforma, se llame En fin o Kaos?

En cualquier caso, tanto la propia Navarro, como Eloy Tizón y Nuria Barros, también participantes en el coloquio, coincidieron en que la dicotomía de realidad como verdad y ficción como mentira es algo obsoleto. «Contraponer realidad y ficción es un poco disparatado se basa en conceptos que han sido superados, como si la realidad fuera lo objetivo y la ficción fuera lo inventado, imaginado, por tanto banal y mentiroso. Esto es tramposo», enfatizó Barros. Argumentó, además, que la ciencia no es ajena al poder de la imaginación, y que la creatividad, el preguntarse qué habrá más allá de lo conocido, de la convención, forma la base de todo progreso científico. O seguiríamos en Ptolomeo y el geocentrismo.

Eloy Tizón, que lamentaba, irónicamente, estar de acuerdo, por aquello de dar más nervio al debate, concluyó esta parte de la charla citando a un Nabokov que decía que la palabra realidad debería decirse siempre entrecomillada. Y que tanto ficción como realidad están entreveradas, como sucede en la crónica periodística o en las novelas de autoficción, donde el autor no sabe exactamente qué parte es más fiel a los hechos reales y en cuál se deja volar más la imaginación. (Annie Ernaux, por ejemplo, insiste en que ella no hace autoficción, aunque sí literatura, narrativa autobiográfica, porque los hechos que expone en sus libros son verificables).

Peligros de la ficción

Decía Justo Serna que la literatura es sana cuando uno sabe salir de ella. Al respecto, Juan Aparicio Belmonte sacó a colación un estudio que, grosso modo, venía a decir que los escritores serían menos felices que otros perfiles que se dediquen con cierto ahínco al arte, como pintores o músicos.

Si bien los artistas citados usan hemisferios cerebrales distintos (el izquierdo, los escritores; el derecho los músicos y pintores, también escultores, todo lo que sea plástico, movimiento…), también el tipo de rutina podría afectar. Ya se sabe que el oficio del escritor es solitario, pero tanto Navarro como Tizón no verían en ello un problema. «A mí me gusta la soledad, lo que me cuesta es el resto de cosas», reconoció la autora de La isla de los conejos. Por su parte, Tizón dejó caer que la soledad no es el problema, sino más bien «la falta de ella». Es decir, tener tantos compromisos, familiares, laborales, etc., que no encontrar el tiempo y el contexto necesario para poder escribir.

Navarro: «Los relatos míticos se asumían como reales hace muy poco».

Para Nuria Barros, autora de Todo arde, el escritor depende de la vida para construir sus ficciones, algo que corroboraron los demás ponentes. «Antes de escribir, hay un momento de vivir. Nos alimentamos de los diálogos de los demás, del mundo que nos rodea», comentó, no sin antes recordar que, a su juicio, la sociedad española maltrata a los escritores, como demuestra el dato de que solo el 4% vivan de los derechos de autor y solo el 14% de los derechos y actividades relacionadas con la literatura.

Ficción para rato

Y volviendo a la cuestión mollar, los ponentes no parecieron preocupados por la irrupción de la Inteligencia Artificial. Elvira Navarro resumió bien este sentir al señalar que «la Inteligencia Artificial no podrá sustituir la inquietud humana, la memoria personal, la intención profunda de aquel que se afana en escribir una novela».

Por su parte, Barrios recordó que la inflación de ficciones y la saturación que asoló a Knausgård no es un fenómeno dominante. Porque si bien los relatos autobiográficos siguen fuertes y no dejan de moda pese a las voces que quieren darles la puntilla (ahí están novedades de la rentré como Ropa de casa, de Martínez de Pisón, Los íntimos, de Marta Sanz, El mejor libro del mundo, de Vilas, o Nela1979, de Trejo, todos muy pegados a los hechos reales), la ficción más convencional sigue también fuerte. Basta leer la sección de los más vendidos para ver cómo las novelas históricas, negras y todo lo considerado ficción-ficción, desde El Señor de los Anillos a Harry Potter pasando por las novelas de Joël Dicker o Juan Gómez-Jurado se venden como churros.

Conclusión: más allá de si una historia está basada en hechos reales, lo importante es que funcione, que haga pensar, que emocione, que conmueva, que ilumine una parte antes oscura. Es entonces cuando la ficción no te impide ver la realidad, sino que te la amplía y enriquece.

*

El evento se grabó. Puede acceder al video pinchando aquí.