El escritor rumano Cristian Fulaș levanta una ficción autobiográfica a partir de su caída en el lodazal del alcohol. Un relato ágil y honesto que, más allá de la narración del proceso de desintoxicación en una clínica, alumbra sobre nuestra tendencia a flaquear.
© EDUARDO LAPORTE
En la fenomenal Solenoide, de su paisano Mircea Cărtărescu, el alter ego del autor recuerda con amargura el fracaso del que iba a ser su poemario más famoso: La caída. Y cómo ese conjunto de versos, en efecto, provocó su caída en desgracia, por las descalificaciones burlescas que el comité encargado de juzgarlos profirió. Esto le convirtió en escritor clandestino, del que el discurrir narrativo de la gozosa Solenoide sería el resultado.
No sabemos si Cristian Fulaș (Caracal, Rumanía, 1978) ha leído a Cărtărescu, pero sí que comparte con él esa capacidad para hablar de sus aspectos más sombríos. Si en Solenoide se hace a partir de la autoficción y en clave autoparódica, en La vergüenza (automática editorial), Fulaș apuesta por una autobiografía con menos velos, aunque el libro no se lee, ni mucho menos, como un testimonio, sino que en todo momento se impone la literatura, aunque parta de la experiencia más directa, aunque se hable de algo que, por desgracia, se conozca bien.
Y eso que el autor preferiría, como Bartleby, no haberlo hecho, como comentó en una charla con Manuel Vilas, el pasado mayo, sobre literatura y adicciones. Aunque si bien a La vergüenza le siguió una segunda parte, en aquella reunión anunció que la trilogía no sería posible. Como si, emulando al Robert Graves de Adiós a todo aquello (reeditado este año en Alianza), quisiera hacer autobiografía y cuenta nueva.
Fulaș dejó de beber hace quince años. Tras la adicción, dijo, llega el vacío. Un vacío que él llenó con la literatura. La vergüenza da muestra de ello; concebido en un principio como un texto aséptico, de dietario básico de lo vivido, luego se dio cuenta del valor que tendría, sobre todo, para los otros alcohólicos. Los que sobrevivieron, claro, porque vio a muchos quedarse en el camino.
Él pudo salir y entregar a la imprenta un libro que, valga la paradoja, tiene algo de adictivo. Recuerda a otro gran libro de la confesión del hábito insano como es Cocaína (premio Dos Passos, de Daniel Jiménez). De hecho, el autor, Jiménez, preguntado por sus hábitos o no hábitos, acabó, ligeramente cansado del recurso al morbo, reconociendo qué era, en el fondo, aquel libro: un retrato de su fragilidad, un llanto por la muerte de su hermana (evocada, a su vez, en el libro).
‘La vergüenza’ se apoya en el alcoholismo para hacer aflorar aspectos más profundos.
Ahí es donde más brilla el libro, en ser algo más que una versión rumana de la Trainspotting, de Irvine Welsh. Y gana enteros cuando se aparta de la exhibición de la sordidez por epatar, por buscar el patetismo propio, ese regusto por nadar en el propio lodo (o fango, que se diría hoy) que encontramos en los diarios de Chirbes (en la parte que no es ostentación de lecturas) o en un libro violento de pura sordidez que pasó inadvertido en España y en Francia resultó polémico: En mi cuarto (Blackie Books, 2016), de Guillaume Dustan, seudónimo de un juez parisino.
En La vergüenza no hay un deseo de exhibir el pus de las heridas, sino, muy sutilmente, mostrar las costuras abiertas del alma. Si bien hay alusiones a los distintos consumos (mucha cerveza, coñac, vodka, en fin, lo que caiga), de manera progresiva cobra forma esa orfandad del protagonista a la que, por cierto, se le muere una madre que parece su único asidero en este mundo.
Un mundo en el que parece no tener nada, ni siquiera carné de identidad, el alter ego de Fulaș se muestra como un rumano sin atributos al que nadie ni nada la espera si consigue salir del refugio de la adicción tras su estancia en esa zona de confort incómoda que es la clínica de desintoxicación.
Y a punto está de no hacerlo, tras alguna recaída que le cuesta el desprecio de su hermana, de los responsables de la institución y hasta de sus propios compañeros. ¿Dónde está la famosa luz que se cuela en toda grieta?
En parte en la asunción del protagonista de que la alternativa a mantener sus hábitos es firmar una sentencia de muerte, pero sobre todo la camaradería, la solidaridad desinteresada de algunos compañeros. Como un tal Ramza, que le confía un dinero suficiente no para sobrevivir sino para empoderarse, para alzarse unos centímetros en su deprimido eje de coordenadas de la autoestima. O como ese Lică que le propone trabajos (de lo que sea) dentro de un proyecto turístico que quiere levantar en Zărnești, una ciudad «dejada de la mano de Dios».
El alter ego de Fulaș no tiene ni carné de identidad.
Y es en esa particular excursión donde la novela alza el vuelo. El lector asiste a un doble viaje, ese exotismo rumano montañoso que suena refrescante para un lector castellano medio, pero también al viaje que se gesta en el interior del protagonista: la idea, ya no del todo descabellado, de curarse. De sobrevivir. De abrazar una nueva vida. Una manera, por tanto, de resucitar.
Una novela, La vergüenza, que se apoya en la adicción al alcohol para hacer aflorar aspectos mucho más profundos, como esa otra dependencia, la de los afectos ajenos, de una adicción sana y necesaria, y de cómo nuestra fragilidad inherente nos puede precipitar a la autodestrucción si no ponemos de nuestra parte.
La vergüenza, Cristian Fulaș, traducción de Borja Mozo Martín, automática editorial, octubre de 2023, Madrid, 251 pp.
EL AUTOR
EDUARDO LAPORTE. Escritor y periodista cultural. Nacido en Pamplona en 1979, reside en Madrid desde 2005. Ha publicado libros como Luz de noviembre, por la tarde, o La tabla, en Demipage, así como un diario íntimo en la editorial Pamiela y su particular visión sobre Baroja en Ipso Ediciones.
En 2021, publicó otra entrega de su Diario a ninguna parte en la editorial papeles mínimos bajo el título de Tiempo ordinario y la primera biografía en español sobre Battiato (tras la de Margaretto de 1990) en el sello Sílex: En presencia de Battiato. En 2024, ha reunido su visión sobre su tierra natal en Navarra-Madrid, también en Sílex.