Un acto de humildad

Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) ofrece un conjunto de relatos autobiográficos amables en los que repasa sus años de escritor en periódicos sin adentrarse en capítulos recientes más dolorosos, como la muerte de su hijo Mauricio. Si bien rehúye las sombras o el conflicto, el libro ofrece una grata lectura en cuanto rico repaso de una época de quien pone el retrovisor sin caer en nostalgias edulcoradas o rencorosas. 
© EDUARDO LAPORTE

Algunas de las editoriales más consolidadas del mercado apuestan por unas cubiertas, a mi juicio, demasiado buenistas y dulzonas, más propias de lámina motivacional para decorar un piso turístico que para ilustrar un libro para adultos. Lo mismo sucede con los títulos. En un momento de saturación de una tendencia minimalista (Las vulnerabilidades, Las herederas, Las benévolas, Los alemanes, Los hijos, Los contemplativos, Las gratitudes, Las lealtades y Los asquerosos, entre muchos otros), vencen los títulos vacuos y carentes de todo riesgo buscando la invisibilidad de los mismos: del no-lugar al no-título.

Porque titular Una historia particular esta obra de Manuel Vicent es como no poner nada. Más aún cuando el libro está trenzado por un conjunto de historias, de viajes, de experiencias, pero sin que podamos hablar de trama o de peripecia narrativa más allá del mero ejercicio de vivir una vida.

Uno lee como lector, pero también como crítico y, en ocasiones, incluso como editor. Si hubiera tenido el privilegio de editar esta obra, habría propuesto, con la venia del autor, el título de Un acto de humildad, pues ese es uno de los nervios que atraviesan la novela. Además, el narrador se refiere literalmente a esa condición tan admirable de bajarse, uno solito, de la peana, cuando escribe: «Todos los días, al mirarme al espejo para afeitarme, hacía un acto de humildad».

Como si lo contrario a la soberbia juvenil en las antípodas de la sabiduría, fuera esa humildad, la de reconocer «la destrucción de mi rostro» y demás cicatrices del paso por la vida. La sabiduría de Vicent reside en no asumir esa decadencia como una «devastación», término que empleó Woody Allen, un año más ‘joven’ que Vicent, en una entrevista, para referirse a su condición octogenaria.

El autor de Tranvía a la Malvarrosa, en cambio, se reconcilia con su vejez, que no es otra cosa que hacer las paces con la vida, aunque esta haya sido cedida a otros, porque hacerse viejo es también hacerse a un lado. «Excuse me for not dying», dijo Leonard Cohen, con lúcida ironía, entre canción y canción de una de sus últimas giras. Luego, eso sí, se murió; porque de la vida, como del circuito ATP, también hay que saber salirse.

Manuel Vicent prefiere convertirse en un viejo sereno que en un abuelito cebolleta.

Manuel Vicent asume la humildad, como, salvando las distancias, el Jesús de la última cena al que no le duelen prendas en lavar los pies de sus discípulos, en una muestra de «abajamiento» muy celebrada por cristianos entusiastas como Pablo d’Ors. Esta revelación llega cuando, al volante de su BMW rojo cereza, siente un inusitado placer al dejarse adelantar por coches más veloces, más ansiosos, que el suyo. Aunque le piten o le miren con desprecio gerontofóbico.

Vicent, en una foto de archivo.

Un asumir con agrado las propias limitaciones que no solo afecta a la vida cotidiana, sino también a la profesional, la literaria, a todo aquello que durante décadas supuso la propia identidad de quien ahora reconoce «que no pasaba nada si admitía que había escritores que iban delante, que tenían más éxito, más premios, más talento, más reconocimiento oficial, más medallas».

Manuel Vicent prefiere convertirse en un viejo sereno que en un abuelito cebolleta o un émulo de Scrooge. Y el libro que reseñamos es una muestra de que lo ha conseguido, a pesar de golpes tan difíciles de encajar como la muerte del hijo propio, capítulo de tan complicada gestión emocional que quizá por eso quedó fuera, como si la vida (y la muerte) fuera, a pesar de todo, más valiosa que la literatura.

Porque en Una historia particular se produce una sutil ruptura del pacto autobiográfico y Vicent se convierte en personaje para contarse, quizá con más destreza, a sí mismo. A partir de ahí, cobran interés aspectos que solo el hombre que es, que fue, Manuel Vicent puede relatar. O las personas que él ha conocido le pudieron relatar: como el paseo que Cela dio con un crepuscular Pío Baroja por la Gran Vía de Madrid, desde Cibeles a plaza de España, y en el que nadie se volvió, ni giró la cabeza, para saludar a un autor consagrado en más de cien obras: otro acto de humildad.

Vicent celebra el inusitado placer de dejarse adelantar por coches más veloces.

O su sensación de distancia frente a ciertos fenómenos del siglo que le tocó vivir y parte del presente: esa confesión de sentirse analógico sin remedio, pero también el llegar tarde ya al histerismo que rodeó la visita de los Beatles a Madrid o una Movida madrileña que le tocó cuando, ya cumplidos los cincuenta, prefería la quietud de una lectura y un whisky frente al mar.

El hombre sereno que es Vicent se reconoce en la letra de Avec le temps, de Léo Ferré cuando dice que con el tiempo olvidamos las pasiones. Pero no cuando afirma que con el tiempo olvidamos las voces y ya no amamos más. Porque el hombre que descubrió el Mediterráneo en el café Gijón (o su personaje) se sorprende con lágrimas en los ojos al evocar, en otro acto de humildad, al niño que, hace unas cuantas décadas «iba a la escuela con la cara bien lavada, tan limpio, tan puro, tan lejano».

 

Una historia particular. Manuel Vicent, Alfaguara, Madrid, mayo de 2024, 204 pp.


EL AUTOR

 

EDUARDO LAPORTE. Escritor y periodista cultural. Nacido en Pamplona en 1979, reside en Madrid desde 2005. Ha publicado libros como Luz de noviembre, por la tarde, o La tabla, en Demipage, así como un diario íntimo en la editorial Pamiela y su particular visión sobre Baroja en Ipso Ediciones.

En 2021, publicó otra entrega de su Diario a ninguna parte en la editorial papeles mínimos bajo el título de Tiempo ordinario y la primera biografía en español sobre Battiato (tras la de Margaretto de 1990) en el sello Sílex: En presencia de Battiato. En 2024, ha reunido su visión sobre su tierra natal en Navarra-Madrid (Sílex).