Sinestesia por amor al cine

Javier Mateo Hidalgo (Madrid, 1988) se atreve a sacar petróleo de una de sus pasiones, el cine, desde distintos puntos de vista. Si ya brilló alto con su voluminoso ensayo De la llegada en tren a la salida en caravana: 126 hitos de la historia del cineahora lo hace un poemario con el cine como particular e íntima materia prima: La imagen sonora (Vitruvio).
© JESÚS CÁRDENAS

Es la imagen poética uno de los mecanismos más apreciados por los poetas del siglo XXI. A base de asociar distintos elementos que, en principio, no tienen una alianza propia se construyen, en aras de un significado, desde imágenes poéticas sencillas a otras más atrevidas y complejas.

Algunos podrían ver un recurso más, pero para otros muchos poetas constituye uno de los pilares de su discurso poético. Sabemos que en el arte la imagen no formula un medio de comprensión de su sentido, sino que crea un modo de llegar hasta el objeto, una percepción. La poesía tiene muy en cuenta desde los prerrománticos ingleses que el vínculo establecido entre la imagen y el objeto posibilita lo que los formalistas rusos denominaron “extrañamiento”. Con la imagen poética nos acercamos a una construcción perceptiva de la realidad.

Leyendo el tercer libro de poemas de Javier Mateo Hidalgo, La imagen sonora, nos movemos por dos campos: el realista vivido y el imaginario. Al escritor madrileño no le son ajenas las imágenes poéticas, como pudimos comprobarlo en sus anteriores entregas líricas: El mar vertical (Ayto. de Madrid, 2019) y Ataraxia (Almadenes Ediciones, 2022).

En la introducción de Luis Antonio de Villena, se adelanta el modo creativo del autor: “Imágenes que generan otras imágenes (con buen ritmo libre) y que en esa multiplicada creación llevan de lo inconcreto a lo afortunado”. Entendemos que las imágenes son las poéticas que resultan de la esencia de la idea, el pensamiento, dentro del lenguaje poético.

El autor lleva el cine, su aprendizaje sentimental, al terreno más íntimo.

Las palabras preliminares de Eugenio Rivera prueban un conocimiento de la trayectoria de Mateo Hidalgo, mostrando varios de los territorios transitados por el autor madrileño (desde el visionario Blake, pasando por fray Luis, Pessoa, Cernuda hasta llegar a Borges), además de revelar las influencias del cómic y del cine. En cualquier caso, lo relevante es la particular voz que asume todas estas influencias, por lo que resulta una expresión intertextual poética que bebe de numerosas fuentes.

En lo que el autor llama “Epílogo a modo de justificación” manifiesta que el libro que el lector tiene entre sus manos obedece a un trabajo que se inició nueve años atrás. En este conjunto se aprecia la deuda contraída con el séptimo arte. Su alusión a la capacidad “de sugerir visiones e incluso sonidos a quien se adentra en ella”. El enriquecimiento del lenguaje es, por tanto, una máxima indispensable en el discurso poético de Mateo Hidalgo.

De acuerdo con el prologuista, el conjunto está perfectamente cohesionado por ocho composiciones en cada una de las cuatro secciones. Es en la segunda sección donde el poeta decide titular varias composiciones; el resto van sin título y numeradas. Efectivamente, responden a un sentido simbólico y, a la vez, a una planificación equilibrada.

 

Javier Mateo Hidalgo también ha publicado ensayos ambiciosos sobre el séptimo arte.

En la primera sección, “El museo imaginado” figuran las composiciones más sobresalientes por cuanto las imágenes trascienden desde un ejercicio de introspección hasta la generalización, siendo de ese modo idéntico a nuestras experiencias o imaginaciones.

Así, el comienzo del poema 1: “Es sólo una sombra, / […] Existe como recuerdo de lo que fue, / más presente que nunca. / Al fondo apenas penetra la luz, / espera sin temer su desaparición”. A la experiencia y la imaginación del autor se le suman múltiples referentes artísticos pictóricos, literarios y cinematográficos. Los elementos visuales se conjugan produciendo hermosas sinestesias, como leemos en el poema 3: “Pero nadie puede escuchar la pintura”. Un elemento relevante entendido como poética se hace consciente y nos sorprende: el canto emerge “cuando el estudio queda a oscuras, / una tenue luz, luciérnaga desesperada, / grita en la noche”, en el poema 6. Y el hermoso texto, muy sonoro, donde el autor establece paralelismos entre “Sería inútil decir” y “Es fácil”, de donde se deduce al final que “Es fácil que todas estas cosas sucedan / mientras andes ti por medio / a un lado mío y a un lado de ellas”.

En la segunda pantalla, “Los restos del naufragio”, sobresalen guiños irónicos como resultado al devenir de los hechos, así en la conclusión del poema 10: “Esperad a que retorne la luz. No alumbréis aún este mundo”. En “Infancia” abraza el concepto barroco del sueño. Allí la tensión creada en los conceptos que abarca la existencia y la imaginación suscitan la paradoja y una imagen de la otredad: “Allí estaban todos de noche / y yo, escondido bajo la cama / tal vez no puedo dormir / porque estoy existiendo, ahora, / en los sueños de otros hombres”.

El resultado es una expresión intertextual poética que bebe de numerosas fuentes.

“Fábulas” recobra los aspectos de lo efímero y lo frágil de la existencia del ser. Envuelto en un estrato mítico, surge la conciencia de identidad para recordarnos los célebres versos de Quevedo. No me resisto a citar los versos del magnífico poema 11: “y al final, reflejado en un espejo de agua / comprendes que no eres sino eso: / la imagen de otra realidad distinta / viva, móvil y volátil / que volverá al mundo añil / vuelta polvo, / esencia evaporada”. En otros poemas, en buena lógica, resaltan la mirada empleando un cambio de perspectiva en el sujeto, esta vez mediante el uso de la técnica del monólogo interior.

Una obra anterior de JMH.

Así, en otro final redondo, el perteneciente al poema 12: “Me observas fijamente, como si en cualquier momento / fuera a desvelarse tu misterio. / distante y cercano, una frágil confianza / aprendida día tras día, / tú y yo, / pájaro enigmático”.

La última sección, “Purgatorio”, más parece la última fronda del viajero que la última escena, donde el sujeto se muestra interrogativo, pretendiendo indagar en los mecanismos que subyacen la inexorable existencia, en aras de una propuesta que no entienda de cierres ni de sometimientos.

Este libro obedece a un trabajo que se inició nueve años atrás.

Así, el poema de cierre del libro (26) se revela como una auténtica oda al vaso de vino, donde el sujeto se pregunta ante el reflejo que produce como las consecuencias que produce, no exento de brillantes y de un guiño irónico final. Dejemos que el lector lo compruebe.

En definitiva, el resultado de ambos campos nos ofrece un modo de atención donde se conjugan los sentidos. De ahí que resulte un deleite la lectura de La imagen sonora. La voz de Javier Mateo Hidalgo reverbera en este libro, en agradecimiento al cultivo del cine como aprendizaje sentimental, llevado a un terreno íntimo, trasciende en su condición existencial.

 

La imagen sonora, de Javier Mateo Hidalgo. Vitruvio. Madrid, 2023, 90 pp.


EL AUTOR

JESÚS CÁRDENAS (Alcalá de Guadaíra, Sevilla, 1973) es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla.

Como investigador literario, ha escrito ensayos y dado conferencias sobre Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, García Lorca, Pier Paolo Pasolini… Como crítico literario colabora con reseñas en diferentes revistas literarias.

Hasta la actualidad es autor de los libros de poemas: La luz de entre los cipreses (Sevilla, 2012), Mudanzas de lo azul (Madrid, 2013), Después de la música (Madrid, 2014), Sucesión de lunas (Sevilla, 2015), Los refugios que olvidamos (Sevilla, 2016), Raíz olvido, en colaboración con Jorge Mejías (Sevilla, 2017), Los falsos días (Granada, 2019) y Desvestir el cuerpo (Madrid, 2023).