La fusión con la naturaleza de Rafaela Hames Castillo

La poeta cordobesa Rafaela Hames Castillo ofrece en Y en el aire, los veranos (Almuzara) una alabanza del grado de conexión del ser humano con la naturaleza y una invitación a amar ese medio como cuando éramos niños. 
© JESÚS CÁRDENAS

Es sabido que el espacio deteriorado de nuestra existencia, la naturaleza, se aleja de los intereses del hombre de ciudad. Se sobreexplotan los recursos naturales sin miramiento alguno. Para muchos lo importante son los planteamientos políticos y económicos. El hecho de reflexionar sobre nuestra contribución a la naturaleza, y especialmente ser conscientes del pensamiento, nos conduce a mejorar las relaciones con nuestro entorno natural. El cuestionamiento sobre estas relaciones entre el ser y lo natural comienzan, claro está, en la observación directa, sosegada, respetuosa.

En el Renacimiento los humanistas situaban a los personajes en un medio idílico, pleno de lugares comunes y con sesgo clásico, se amplió en la segunda mitad del XVI a una forma distinta de contemplación de la naturaleza, como un medio capaz de transportar el alma de los poetas. Después de nuestra mejor tradición mística, ya a partir del siglo XIX dejarían honda impronta de los vínculos existentes entre naturaleza y mística escritores como Novalis, Whitman, Alberto Caeiro, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Jorge Guillén, Gabriela Mistral, Miguel Ángel Velasco, Basilio Fernández, Fermín Herrero, Ángel Guinda, Antonio Manilla, Luz Pichel

Los mejores haikus se unen a esta senda poética de fusión del ser con la naturaleza de un modo trascendental, nunca individual. Varios poemas del grupo “Cántico” encajarían. A esa tradición pertenece la obra poética de Rafaela Hames Castillo, heredera, aportando una voz singular, una cadencia tensa, como ya veremos en adelante.

En este sentido el rasgo que esencia la poética de Hames Castillo es el grado de conexión tiene el ser humano con el medio natural. El empleo de este motivo poético conlleva implícitamente un segundo, si el medio contemplado es interiorizado, devendrá en la evocación de la niñez del poeta. De acuerdo con José Emilio Pacheco, todo nos transporta a la infancia. También lo sabía Luis Cernuda mientras escribía los poemas en prosa de Ocnos. El tercero, en consecuencia del anterior, es el paso inexorable del tiempo, nuestro tránsito.

El discurso poético de Hames Castillo, de pura reflexión, induce al apetito lector.

Todo ello nos lleva al planteamiento de la autora, donde la memoria emprende, con lo contemplado y pensado, conexiones con lo imaginado, con lo onírico (y lo irracional). De este modo, los territorios reales (experimentados, contemplados) se cruzan y se alían con los territorios ficticios (imaginarios, irracionales). Por consiguiente, las composiciones generan el misterio y una tensión: el lector entenderá que habrá un punto de bifurcación (inflexión) donde colisionen. Este es el poder que tienen los poemas de Y en el aire, los veranos, editado por Cántico, colección “Doble Orilla”, dirigida por el poeta Raúl Alonso, perteneciente al grupo Almuzara.

Aunque los poemas se agrupan en cuatro capítulos o formas (“Los ríos”, “Los arroyos”, “Los mares” y “Los lagos”) en las que se concentra el agua como referentes que invitan a la memoria. Los títulos de los poemas remiten a juegos infantiles estivales. En ellos hay un elemento tierno, ingenuo, pero siempre va ligado al discurrir contemplativo de la vida. El primer poema se conecta con los últimos; si bien es verdad se podría decir una estructura deductiva a tenor por la extensión que ocupa el primero de los capítulos (veintiún poemas) con respecto al resto (quince poemas).

Rafaela Hames Castillo.

Veíamos en la antología de Hames Castillo antología, La casa de las luciérnagas (Detorres), donde el agua no era un símbolo, sino que le otorgaba  y la evocación de la infancia tenían –y tienen- un valor expansivo en los poemas de la poeta cordobesa un superpoder, una capacidad de aglutinar diversos elementos, un valor universal dada la complejidad semántica; sirve además, como anclaje espiritual y caja mágica donde se reinicia la vida. Leemos en “El aro”: “Va cayendo la noche en el arroyo / con la misma cadencia que tendría / la caricia inefable y materna / sobre el cuerpo del niño que duerme / al mismo tiempo que las golondrinas”.

El medio muestra la armonía y el equilibrio necesarios para el ser, por ello debe convertirse en una aspiración general. Su poder atraen al sujeto lírico porque en su halo halla el misterio de la vida, lo que da cuenta y transporta. Por esto el tiempo es otra dimensión, evoca el pasado, y el estío trae los recuerdos de la madre y de la abuela, todo el aprendizaje de pequeño sobrevuela de mayor, así los instantes son capturados y trascendentes. Importa el hic et nunc, el instante presenciado.

El elemento enigmático se reproduce en el plano formal, pues las antítesis conforman una realidad más compleja, capaz de aglutinar presente y pasado, causando un estado de perplejidad constante, como leemos en “Pase de mí”: “huele a infinito y a fugacidad, / a vida que se enciende y que se apaga / en un juego de danza sucesiva, / al compás del anónimo reloj / que precipita el verde las cañas / y entretiene en sus saetas a la brisa”.

Tal sucesión no impide que la duda embargue al sujeto, así en el comienzo del poema “El corro”: “Doy un paso más hacia el vacío / cuando cierro los ojos cada noche / y me llega el olor de las hogueras, / de esplendores que llenaron los días / reducidos ahora a pavesas”. Se encierra en el poema una calma tensa, una forma de celebración y una forma de ser. Ser y existir en conexión con el medio que nos rodea.

Las composiciones de Hames Castillo generan misterio, tensión.

De lo contemplado, de cualquier elemento natural, se desprende una lección vital. Lo comprobamos en una de tantas bellas composiciones, como “Las adivinanzas”, donde el sujeto se hace eco de la fragilidad que trasmina en revelación, pues la vida está continuamente abriéndose paso: “Y sueño con un fruto ya maduro / caído en la tierra y su arrugada / desnudez indefensa, descompuesta, / desprendiéndose de sí, descarnándose, / vaciándose aún más, hasta los huesos”.

La casa de las luciérnagas», de Rafaela Hames Castillo – Culturamas

Poesía reunida de la autora cordobesa.

Así pues, se revierte el mundo del que hemos sido separados para traernos el equilibrio, la calma que necesitamos y que nos aleja del día a día. Es el discurso poético de Hames Castillo de pura reflexión, tan magníficamente dispuesto, armónico, sonoro, que induce al apetito lector.

El refractario del sueño devuelve al sujeto poético en un espacio pleno de fulgor. Conciencia de que el ser ha vuelto el ser que disfrutaba al contacto con la naturaleza. Al llegar a la etapa adulta el ser no le queda más remedio que apegarse al medio natural. Al cabo, volver a la tierra. Por ello, la plenitud vivida es también soñada. Sobre ese misterio descansa la conciencia de lo vivido: “descalza yo regreso de algún sueño a la penumbra, / duerme sobre la mesa, aún abierto, mi álbum / de fotografías y una evasión de instantáneas navega / toda la pulcritud del alba que ha inundado mi alcoba”.

En definitiva, las composiciones de Y en el aire, los veranos nos están llamando a volver a amar la naturaleza como cuando éramos niños. Nos invita, también, Rafaela Hames Castillo a reflexionar sobre este encuentro, que sea lejos de lo superficial pues solo así trascenderá. Como se da en estas hermosas composiciones.

 

Y en el aire, los veranos, de Rafaela Hames Castillo. Editorial Cántico, colección “Doble Orilla”. Editorial Almuzara. Córdoba, 2023, 84 pp.

 


EL AUTOR

Jesús CárdenasJESÚS CÁRDENAS (Sevilla, 1973)

Jesús Cárdenas (Sevilla, 1973) es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla. Prosiguió con el período de Docencia del Tercer Ciclo en el Programa de Doctorado de Ciencias del Espectáculo.

Hasta la actualidad es autor de los libros de poemas: La luz de entre los cipreses (Sevilla, 2012), Mudanzas de lo azul (Madrid, 2013), Después de la música (Madrid, 2014), Sucesión de lunas (Sevilla, 2015), Los refugios que olvidamos (Sevilla, 2016), Raíz olvido, en colaboración con el artista plástico Jorge Mejías (Sevilla, 2017) y Los falsos días (Granada, 2019).