Cerramos con esta cuarta entrega de la extensa e innovadora reflexión sobre la poesía española actual («Desde los márgenes de la ciudad letrada») a la luz de los cambios tecnológicos que están haciendo de lo virtual, del despacio cibernético, de las redes sociales y de los primeros apuntes de la Inteligencia Artificial, un ecosistema cada vez más invasivo de la realidad literaria.
© MARTÍN RODRÍGUEZ-GAONA
¿Qué queda, entonces, para los escritores que no tienen vocación de mainstream o aquellos que no explotan una identidad electrónica (todos los mayores de cuarenta años), ni plantean convertirse en personajes o autores marca (aún siendo nativos digitales)? Quizá, a partir de la sugerencia de Constitución española, una alternativa sea reivindicar una ciudadanía y una lectura activas, tomar posiciones contra la usurpación de lo literario por lo corporativo; es decir, luchar contra la instrumentalización de la literatura y el desprecio a la autonomía artística. Reconocer que al mercado, en su afán por consolidar un star system (celebridades e influencers), no le interesan lecturas historiográficas ni propuestas minoritarias.
Por eso, los poetas como ciudadanos de la ciudad letrada, deben elegir dentro de esas nuevas categorías y prácticas, ejerciendo su autonomía artística o limitándose a una autopromoción como productos editoriales. Y esto supone además evitar caricaturas como las de los enfrentamientos generacionales entre boomers y millennials (o entre posmoqueers y neorrancios, en el actual binarismo de las redes).
Así, en un plano simbólico, Constitución española incide en que existe un paralelo entre la ciudad letrada y la sociedad analógica, pues los productos editoriales y la escritura de los influencers consolidan tanto la gentrificación de la urbe como la del espacio simbólico, pues favorecen a la precariedad y al control social. No cabe duda, por consiguiente, de que los influencers representan la élite millennial neoliberal, los privilegiados de un modelo laboral y aspiracional: los únicos solventes y empleados, erigidos en la cúspide de una masa precarizada o desempleada. Autores marca institucionalizados para ejercer un simulacro populista u otros dóciles ante el paradigma de la viralidad y de la comercialidad, conformes como escritores satélites alrededor de una influencer. Esta práctica, profundamente antidemocrática, supone la continuidad electrónica de las cofradías o los grupos de poder, que legitiman el alinearse para ser parte de las poéticas dominantes y alcanzar una posición de poder cultural y económico.
Esta labor por la autonomía artística y la inclusión de nuevas voces y propuestas se ha venido realizando hace mucho desde de los márgenes, como demuestran editoriales independientes como Torremozas, Bartleby, Liliputienses, Kriller 71, Ya lo dijo Casimiro Parker, La uña rota y Cántico (dirigidas todas por no millennials).
Tales circunstancias exigen asumir una responsabilidad cívica y manifestarse contra la promoción de simulacros y productos editoriales que, aunque tengan un tiempo de caducidad, resultan muy nocivos pues atentan contra la lectura tradicional y la literatura concebida como patrimonio cultural. Finalmente, reconocer que desde una misma laxitud moral pierden importancia tanto la calidad literaria como el bienestar social, por lo que tampoco interesa exigir una vivienda o un trabajo digno, ni salvaguardar la salud mental (un creciente problema entre los más jóvenes, incrementado por la confluencia entre la precariedad y las redes sociales).
Puede ser el momento, entonces, para pensar en otra constitución a partir de la ciudad letrada como anhelo de un nuevo sistema de deberes y derechos. Acabar así con los temores que sostienen el simulacro y el clientelismo tanto analógico como electrónico. Lograr el paso del mercado a la ciudadanía, creando comunidades sin centro, comunidades plurales, intergeneracionales y complementarias en busca de la superación del mainstream.
Esta labor por la autonomía artística y la inclusión de nuevas voces y propuestas se ha venido realizando hace mucho desde de los márgenes, como demuestran editoriales independientes como Torremozas, Bartleby, Liliputienses, Kriller 71, Ya lo dijo Casimiro Parker, La uña rota y Cántico (dirigidas todas por no millennials). Proyectos con divergencias estéticas pero que comparten el anhelo de una nueva ciudadanía letrada en contra del reconocimiento exclusivamente mediático, que reduce al autor a ser un proveedor de productos editoriales o ilustrador de tendencias.
Una mayor visibilidad de voces y propuestas contribuiría a que lo mediático y lo corporativo dejen de asediar e imponerse sobre lo institucional y lo académico (instancias públicas que deberían tener autonomía frente al mercado). Así se cuestionaría también la creciente instrumentalización del periodismo como propaganda ideológica y publicidad comercial, rechazando las notas convertidas en publirreportajes a favor de autores marca (como sucede reiteradamente con los productos editoriales de influencers como Luna Miguel).
Es necesario recordar, entonces, que el mainstream promueve la diversidad o la disidencia solo a través de identidades prediseñadas y comercializables, pues apenas requiere de un número corto de autores marca, elegidos para ser asimilados dentro de una cuota generacional y de género (no más de una decena nombres, a quienes se arroga la representación de toda una generación). Criticar tales estrategias supone cuestionar tanto la autorrepresentación, el clickbait y el hype como contribuir a la visibilidad de una promoción literaria plural y multifacética, compuesta por voces independientes y algunas comunidades poéticas electrónicas ya históricas como ´La tribu: un cuarto propio compartido´, ´Antisistema´, ´Euraca´, ´Kokoro´ hasta las actuales ´Casapaís´ y ´Libero´. Es decir, negar lo que el sistema busca: el predominio de la viralidad y los seguidores aún en desmedro de la propia poesía.
Una nueva ciudadanía para la ciudad letrada reivindicaría la especificidad de lo literario en contra de la supuesta inutilidad de lo no rentable y su consecuente desprecio. Superar así el filtro impuesto por quienes sostienen –desde la industria y los medios- que lo poético debe ser apolítico o neutral (como ha sucedido en el escaso interés que se dio en los noventa a propuestas marginales como la Poesía de la conciencia crítica o la pionera antología Feroces de Isla Correyero). Combatir aquella división maniquea entre ganadores y perdedores, que es finalmente lo que promueve el neoliberalismo para sostener las expectativas del mainstream. Una visión comercial y corporativa en la que las propuestas de escritura civil sólo pueden ser marginales o espectrales, como entre los millennials demuestra la escasa difusión de las obras de Carlos Loreiro, María Salgado, Alberto García Teresa, Layla Martínez y Pablo Fidalgo Lareo.
Dicha nueva perspectiva de la ciudad letrada permitiría reconocer que la poesía puede asumir un lenguaje simultáneamente artístico y político, a través de un discurso sin demagogia ni lugares comunes, que critica fundamentalmente desde cierta reformulación del lenguaje (antes que representando a identidades estanco, trabajadas como nichos de mercado). Definirse y diferenciar activamente así entre una escritura dirigida hacia lectores asiduos y otra enfocada en los consumidores y el público.
Por consiguiente, Constitución española de Óscar Curieses recuerda oportunamente que toda literatura es una obra abierta para el lector y que suscita una interpretación individual. Y en muchos casos dicha lectura puede hacerse desde una perspectiva civil, pues es casi inevitable que en algún plano la obra posea cierta dimensión política. Lectura que no puede ser tampoco ajena a aspectos formales e históricos, por lo que requiere ser relacionada con alguna de las múltiples facetas de aquello que llamamos tradición (incluso para cuestionarla o subvertirla).
PARA UNA LECTURA DE TODAS LAS ENTREGAS:
I. La transición, la generación en blanco y el espectro de una poesía civil «millenial»
II. La Constitución española en su contexto
III. La tradición vanguardista, el populismo electrónico y la cuestión generacional
EL AUTOR
MARTÍN RODRÍGUEZ- GAONA (Lima, 1969) ha publicado los libros de poesía Efectos personales (Ediciones de Los Lunes, 1993), Pista de baile (El Santo Oficio, 1997), Parque infantil (Pre-Textos, 2005) y Codex de los poderes y los encantos (Olifante, 2011) y Madrid, línea circular (La Oficina de Arte y Ediciones, 2013 / Premio de poesía Cáceres Patrimonio de la Humanidad), y el ensayo Mejorando lo presente. Poesía española última: posmodernidad, humanismo y redes (Caballo de Troya, 2010). Ha sido becario de creación de la Residencia de Estudiantes de 1999 a 2001, y desempeñó el cargo de coordinador del área literaria de esta institución hasta 2005. También ha obtenido la beca internacional de poesía Antonio Machado de Soria en 2010. Su obra como traductor de poesía norteamericana incluye versiones como Pirografía: Poemas 1957-1985 (Visor, 2003), una selección de los primeros diez libros de John Ashbery, La sabiduría de las brujas de John Giorno (DVD, 2008), Lorcation de Brian Dedora (Visor, 2015) y A la manera de Lorca y otros poemas de Jack Spicer (Salto de Página, 2018). Como editor ha publicado libros para el Fondo de cultura Económica de México y la Residencia de Estudiantes de Madrid. Con su último libro, La lira de las masas, obtuvo el Premio Málaga de Ensayo 2019. Su último libro de poemas publicado: Motivos fuera del tiempo: las ruinas (Pre-Textos, 2020). Con el ensayo Contra los Influenccers: la ciudad letrada ante la corporativización ecnológica de la literatura ha ganado el premio Celia Amorós de Ensayo 2022.