Sprawson y la épica del acto de nadar

El autor de la reseña se centra en el único libro que escribió el nadador y buceador Charles Sprawson (1941-2020), El nadador como héroe. Considerado un clásico ya desde su publicación, Siruela lo recupera ahora con una excelente traducción de Lorenzo Luengo. 
© CARLOS JIMÉNEZ ARRIBAS

Algunos de los libros más interesantes publicados en España los ha sacado Siruela desde su fundación, y en esa línea sigue. El que hoy leemos, El nadador como héroe, de Charles Sprawson, es uno más, un compendio de cultura acuática, rebosante de referencias y aportaciones sobre los muchos modos de darse el baño en el hemisferio norte en los dos últimos milenios. Estos libros de géneros mestizos, a mitad de camino entre el libro de viajes, el ensayo y la crítica literaria, engarzados en torno a una obsesión singular que es lo que mueve a la escritura al autor, le van muy bien a la editorial de la calle Almagro.

Dependiendo del bagaje y voluntad del autor, atento siempre a un mercado aunque sean libros transgenéricos, en ocasiones el fiel se decanta más por el modelo de tesis doctoral que por el ensayo, con abundante presencia de textos anteriores y no con la reflexión del autor, la aportación de su pensamiento, según fijó el género del ensayo Michel de Montaigne para las literaturas europeas.

En este caso, el volumen de citas y alusiones es a veces abrumador, se aleja de lo que constituye el hilo conductor del libro, esa «peculiar psicología del nadador y su “sensibilidad” al agua (página 26)». Como algún otro libro publicado por Siruela en los últimos años, acreedor de un merecido éxito, la técnica puntillista sirve para el acarreo de materiales, creando una especie de cornucopia, una sobreabundancia de sedimentos que el lector pequeñoburgués, vuelva a valer la redundancia, recibe como maná de suficiencia a cambio de su desembolso. Veamos un ejemplo en la página 58:

Acteón fue devorado por sus perros de caza, Sipretes se convirtió en mujer, Tiresias fue cegado tras ver a las diosas bañándose.

Para los griegos el agua poseía propiedades mágicas, misteriosas y a menudo siniestras. Había una fuente que te volvía loco, otra que tornaba abstemio de por vida a quien probaba sus aguas. En otra Hera renovaba su virginidad cada año. Para que Aquiles resultara invulnerable, su madre sumergió el cuerpo del niño en un río.

Este exceso de celo lleva al autor a perderse en ocasiones en la hojarasca de las citas, un regodeo que dice mucho de su voracidad lectora y poco de su capacidad de síntesis, como tirar el niño de la natación con el agua de los baños, si se me permite un mal chiste. Así, en el capítulo dedicado a la Roma clásica, solo aparece una referencia al nado al final, después de páginas dedicadas a la decadencia romana cifrada en el lujo de sus baños. Nadar, lo que se dice nadar, no parece que fuera demasiado grato a los romanos, que preferían degustar sus exquisiteces en banquetes acuáticos, sentados o reclinados con medio cuerpo dentro del agua.

El volumen de citas y alusiones es a veces abrumador.

Como todo imperio aupado a sus capacidades técnicas, tanto alarde de ingeniería deja frío a quien busque en la tradición un entronque de humanismo o de espiritualidad. Por eso los héroes que más nos llegan desde estas páginas, aparte del propio Sprawson, a quien nos hubiera gustado haber visto más en bañador y menos en la biblioteca, son el capitán Webb, un campeón británico que murió en las embravecidas aguas del Niágara, el siempre fotogénico Byron, o los medallistas japoneses del siglo XX. Eso sí, la necesidad de nadar en aguas mefíticas puede que llevara a los romanos a inventar el estilo a braza que permite apartar con los brazos toda inmundicia que se acerque demasiado a la boca.

 goes down swimmingly

Charles Sprawson, en su juventud.

Sucede algo parecido en el capítulo quinto, dedicado a la natación inglesa y su peculiaridad. Allí, después de vaciar una serie de libros victorianos y eduardianos, se apunta esta característica solo al final y a vuelapluma:

Este espíritu clásico, que hizo que Shelley leyera a Heródoto antes de lanzarse de cabeza a los ríos italianos; Corvo a Lucano en los canales venecianos; su Adriano VII a Píndaro sobre el lago Nemi; Swinburne y Powys a Homero «con barbárica devoción» junto al mar, sigue siendo el más romántico y significativo rasgo de la natación inglesa (página 190).

Antes ha escrito palabras memorables sobre esa constante en el nadador, lo que viene a resumirse, hablando de alguien que se arroja a un cauce de agua, en su narcisismo, el carácter introvertido, excéntrico, de un individualista que habita su propio universo mental, una forma de exilio:

El entrenamiento solitario del nadador, las largas horas que pasa sumergido inducen a la mente a un estado reflexivo y solitario. Buena parte del entrenamiento del nadador sucede en el interior de su cabeza, sumergido como está en el sueño continuo de un mundo subacuático (página 26).

En ese sentido, la imagen de la cubierta es espléndida, remite al clavadista de Paestum, un héroe solitario a punto de entrar en el más allá desconocido. Y hablamos del nadador pero también de la nadadora, obsérvese la defensa de ese ensimismamiento que hizo la campeona australiana Annette Kellermann en su solitario ejercicio: «La natación cultiva la imaginación; el hombre que más tiene es el que puede nadar su ruta solitaria por el día o por la noche y olvidar la opresión de una tierra negra apelmazada de gente. Este amor por lo desconocido es el mayor de todos los gozos que la natación me brinda» (página 42).

Sprawson, que fue capaz de nadar sin despeinarse, solo escribió un libro, único y maravilloso.

Kellermann, por cierto, encabeza la lista de campeones y campeonas fichados por el show business para protagonizar espectáculos menos imaginativos y solitarios, desde Johnny Weissmüller y sus películas de Tarzán hasta algún campeón español de waterpolo conductor de realities. Exhibicionismo lo llama con certera fórmula el autor, y quizá sea algo inevitable para un atleta que apenas si viste un escueto calzón o un entallado bikini. Difícil decir no a la llamada del imperio.

Charles Sprawson obituary | Books | The Guardian

C. S.

Para calibrar las calidades de la excelente traducción de Lorenzo Luengo, acúdase, por ejemplo, a las páginas 48 y 49, donde Rupert Brooke describe su paso por el punto en el Niágara que engulló al capitán Webb. Los poetas, ya se sabe, son grandes prosistas. También lo es Charles Sprawson, de quien cuesta hallar información en Internet. Se comprende así la escasa noticia biobibliográfica en la contraportada.

Con un par de calas descubrimos que hay una película basada en el libro, dirigida por Jeff Kay en 2004, que se puede ver gratis online. Allí es donde más nos conmueve Sprawson, un émulo de grandes nadadores como Byron que se apresta a cruzar como él el Helesponto y tiene que dar marcha atrás por la fuerza de la corriente. Lo cuenta también en el libro.

Hay una película basada en el libro, dirigida por Jeff Kay en 2004.

Consigue el apoyo de un marino experimentado que lo escolta en su bote y así cruza. Antes, cuando se tira al agua mítica y por fin nos preparamos para ver a este campeón de acusada sensibilidad, sorprende que no nade con la gracilidad de un Terry Laughlin, la potencia de un Phelps o la eficacia del gran Popov.

Sprawson acomete la gesta de Leandro nadando de lado ya que, confiesa, le da miedo abrir los ojos en el agua negrísima en la que se imagina cualquier objeto o escualo. Así nadaba mi padre, que aprendió en las acequias de las huertas cercanas al Manzanares en lo que hoy es Madrid Río. No era Eton pero valía para disfrutar del nado. Celebremos la singladura de un campeón de campeones como Sprawson, que fue capaz de nadar sin despeinarse, solo escribió un libro, único y maravilloso, persiguió en el mapa los chapuzones de los grandes y rescató para nosotros sus gestas y palabras.

 

El nadador como héroe, Charles Sprawson, Siruela, Madrid, 2023, 316 pp.


EL AUTOR

CARLOS JIMÉNEZ ARRIBAS (Madrid, 1966) es un escritor y traductor español. Licenciado en Filología Inglesa y Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, es Doctor en Literatura Española y Teoría de la Literatura por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).