Olalla Castro y la poesía que salva

El autor de la reseña se felicita de que, en un momento editorial dominado por premios de dudosa calidad y decisiones movidas por motivaciones no siempre honestas, aparezcan poemarios como Las escritas, de Olalla Castro (Granada, 1979). 
© JOSÉ ANTONIO SANTANO

Ahondar en el universo escritural de la España actual lleva consigo un gran riesgo, pero también, y hay que reconocerlo, alguna alegría inmensa. El riesgo siempre está aparejado con lo mediático, con el mercantilismo feroz, la ortodoxia, el egocentrismo y la envidia que algunos escritores o poetas, sin el más mínimo respeto, muestran en multitud de ocasiones. La batalla mediática está servida y a la orden del día. Los reinos de taifas de la poesía están acaparados por curiosos personajes que cuando menos, manejan los hilos de los reconocimientos, los premios y otras prebendas que hacen inasumible su liderazgo personal, en unos casos, o su representación institucional, en otros.

Detentar dicho poder viene y está siendo muy perjudicial para la literatura en general y la poesía en particular, porque reconocen una calidad literaria inexistente a cambio de ayudas o protecciones personales. Cuando esto ocurre, que no son pocas veces, se dificulta la posibilidad de difundir o promocionar una obra literaria que verdaderamente posee el rigor necesario, la coherencia y la calidad indiscutible para alcanzar un lugar de preeminencia.

Sólo quienes están al margen del escaparate mediático y del mercantilismo voraz abordan, sin complejos y con plena libertad de expresión, el honesto quehacer de la reseña crítica, que no es sino una atentísima lectura del libro en cuestión, tanto de la forma como del fondo. Ese respeto hacia la buena literatura hace que sea tan importante una mirada que no se quede en lo superficial, sino que ahonde hasta lo más insondable, con el único objetivo de alcanzar la luz y el silencio internos de la escritura.

Sus poemas en prosa son como un oasis, un lugar apacible.

Y sucede, en ocasiones, como esta, que una voz nos susurra al oído y nos hace elevarnos hasta lugares impensados antes. Es el caso de Las escritas, de Olalla Castro (Granada, 1979), publicado por la editorial cordobesa ‘Berenice”, obra galardonada con el XXI Premio de Poesía Vicente Núñez.

Este libro, con dos ediciones en el corto espacio de tiempo de siete meses, reclama la atención del lector por muchas razones, que intentaré exponer a lo largo de este breve comentario. Si nos atenemos al poemario, diré que forma un corpus sólido y complejo a la vez, pero de una sencillez magistral. Olalla Castro, con la extraordinaria complejidad que ello supone, se transforma o transfigura en la otredad, en la razón existencial del “tú”, hasta alcanzar esa vibrante tensión de la palabra que conforma lo absoluto a partir de la nada.

Las escritas es un poemario revelador, escrito en un estado de abstracción o éxtasis, que aporta una nueva forma de expresión, en la cual la mujer, en su sentido más amplio y enriquecedor, es el motivo principal, la fuente inagotable de inspiración. Los poemas en prosa que lo contienen son de una belleza admirable y una sabia ejecución. Su lectura es apasionante, de la primera página a la última. El tema elegido, de una actualidad rabiosa, pero tratado con una genialidad poco común.

La libertad como bandera en la construcción de un noble edificio poético.

Olalla Castro

Olalla Castro no imposta la voz de las mujeres protagonistas de este libro (45 en total), sino que es ella en todas y cada una. Habla y vive en ellas, ama y odia, sufre, canta o calla, transformándose así en la otra, en un “tú” que crece y crece sin límite alguno. Olalla Castro es mujer y poeta, excelente poeta, y sabe bien de los silencios, de ahí que su voz sea “la otra”, la que fue callada conscientemente por los hombres a lo largo de la historia de la humanidad.

Dos partes contiene Las escritas, la primera: “Deshilar lo tejido” y la segunda: “Deslizarse en la lengua”. Preceden a los poemas tres epígrafes que alumbran el verdadero significado de esta obra y nos descubre la esencialidad de lo femenino. Reproduzco, por su brevedad dos de ellos: «He venido a ver el daño que se hizo y los / tesoros que se han conservado», de Adrienne Rich y, «¿Desde cuándo se repite lo femenino?», de Erika Martínez; el tercero es de Hélène Cixous.

La intensidad expresiva de Las escritas es tan extraordinaria que, difícilmente, a la hora de seleccionar un texto u otro, no surja la duda de cuál reproducir. Todos ellos, sin excepción, gozan de la misma musicalidad, del mismo rigor y simbolismo, de la emoción necesaria para contagiar y seducir al lector en todo el recorrido que nos propone la poeta.

En este sentido, y por lo dicho, de la primera parte, cuya atención se centra en la mitología occidental y oriental, y aun siendo todos los poemas de magnífica factura, señalo estos descarnados versos en la voz de Penélope, que de alguna manera resumen el silenciamiento del resto de protagonistas femeninas (Casandra, Pentesilea, Helena, Dafne, Circe, Pandora, Ariadna, Medea, Deméter, Artemisa, Meng Po, Inanna, Lilit, Sherezade o Madame Bovary, entre otras): «Yo guardo el lenguaje, lo protejo de ellos y su mugre, / mientras me repito que hablar en voz muy / bajo no equivale a callarse, que a veces susurrar te vuelve el polizón oculto en la bodega. / Que alejarse de Ítaca es también deshilar lo / tejido; escupir en las cráteras donde se sirve el vino».

Un ejercicio de introspección de Olalla Castro que nos permite componer la verdadera figura de la gran poeta que es y, en consecuencia, de la esencialidad de la poesía.

Mudar en otra, ataviarse con los colores del mundo y saberse libre para ser libre.

Poesía que mira al mundo, que ahonda y reflexiona sobre la condición de la mujer, su itinerario vital y se muestra libre de ataduras, la que se ha ocultado y silenciado por todas las civilizaciones. Es, además, una obra oportuna, que nos permite enfrentar con la involución y el descrédito feminista que alguna descerebrada corriente ideológica pretende imponer de nuevo. («Durante años tuve dos amantes; a uno me acercaba la poesía, del otro me ahuyentaba su poder», Al-Rakuniyya).

Olalla Castro - Editorial Berenice

La autora

Esta obra de Olalla Castro viene a confirmar el aserto de que la poesía nos salva, dignifica, nos redime y resucita, nos hace sentirnos vivos y reconocernos en lo humano. Sus poemas en prosa son como un oasis, un lugar apacible, silencioso y apartado del barullo mediático, una luz esplendente, un canto universal a la vida, a la celebración de la vida, y por ello toma la palabra, y habla y habla sin cesar por boca de otras mujeres que no son sino ella misma, transfigurada y libre: «Soy beguina, vivo al margen de la Iglesia, sin besar sus anillos. Aquí no hay clausura ni votos de silencio.

A ojos de Amor todas somos iguales. Rezamos y cultivamos plantas, leemos y damos pan a quienes hambre tienen. Por lo demás, somos libres», Hadewijch de Amberes. La libertad como bandera en la construcción de un noble edificio poético, un corpus que concentra la alquimia del lenguaje, sus variados registros, sus ineludibles matices y tonalidades diversas, incertidumbres, soledades y silencios que alcanzan su máximo esplendor en esta segunda parte titulada “Deslizarse en la lengua”: «Escribir consiste en alzarse más allá de / los muros que levantaron otros, sembrar palabras / nuevas de las que pueda nacer de nuevo el mundo».

No hay un solo poema que no sea digno de resaltar.

Y así es que, no hay un solo poema que no sea digno de resaltar; todos y cada uno de ellos son la razón primera y última de la escritura y sus silencios: «Tengo este silencio que acuno en mi regazo y, cuando / quiero, converso con lo escrito… // Se lee para tocar la nieve. Se escribe, sin embargo, / para levantar una casa que nos salve del frío», sor Juana Inés de la Cruz. Pero también la palabra es rebeldía, sublevación y salvaguarda del “ser”: «Escribo para que ser mujer no signifique / no distinguir el altar de la tumba, la nube del guijarro.

Escribo para que ser mujer no se parezca a ponerse volantes, gasas, lazos: envolverse a una misma como se envuelve un regalo», Charlotte Brontë. Y sería entendible que reprodujera aquí el resto de Las escritas (Safo de Mitilene, Christine de Pizan, Jane Austen, Mary Shelley, Collet, entre otras,), pero ante la imposibilidad de hacerlo por cuestión de espacio, creo que la voz de María Zambrano bien podría representar a todas ellas: «Escribir es defender la soledad en que se está. // Se trata de escribir para volverse cántaro. Dejarse vaciar y que los otros beban. Saber que no será tu sed la que se sacie».

Mudar en otra, ataviarse con los colores del mundo y saberse libre para ser libre. A esto nos convoca la extraordinaria sensibilidad poética de Olalla Castro, una excelente voz, algo silenciada, quizá e incomprensiblemente, por determinados círculos literarios de su tierra andaluza.

 

Las escritas, Olalla Castro, Berenice Editorial (Almuzara), 2023. 106 pp.


EL AUTOR

JOSÉ ANTONIO SANTANO (Baena, Córdoba, 1957) cultiva la poesía, narrativa, ensayo y crítica literaria. Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Almería, y autor de más de veinte libros, entre los que destacan Profecía de Otoño; Exilio en Caridemo; Suerte de alquimia o Tiempo gris de cosmos, todos ellos galardonados con prestigiosos premios.

Además, su obra reunida (15 poemarios) se halla en el volumen Silencio (Poesia 1994-2021), (Alhulia, 2021)Con posterioridad, ha publicado los poemarios Alta luciérnaga (Diputación de Salamanca, 2021) y Sepulta plenitud (Olélibros, 2023).

Santano es cofundador de Humanismo Solidario.