En la muerte de Antonio Gala, el autor de la reseña reivindica su obra, que tocó todos los géneros y quiso sobreponerse a ellos, pues Antonio Gala escribió desde su condición de escritor social, que no de tesis. Toca ahora, advierte, superar la condescendencia con que a menudo fue juzgado su trabajo.
© PEDRO VÍLLORA
Como también les ocurriese a sus íntimos amigos Terenci Moix y Gloria Fuertes, la extraordinaria popularidad televisiva de Antonio Gala no fue acompañada del reconocimiento institucional y sí, en cambio, de cierto desprecio por parte de amplios sectores de la crítica y la intelectualidad.
Gala ha sido tildado de dramaturgo burgués o de escritor para señoras, olvidando que el teatro privado ha sido un entretenimiento favorito de la burguesía durante los años de los mayores triunfos de Gala (las décadas de los sesenta, setenta y ochenta) y que sin embargo Gala jamás ofreció entonces ninguna comedia de situación ni enredo de parejas, sino reflexiones sobre la historia, el idealismo y la libertad; y obviando, asimismo, que las “señoras” son un colectivo tan respetable como cualquier otro y por ello mismo necesitado de ver reflejada la naturaleza de sus deseos, miedos y emociones con precisión, entrega y calidad.
Gala siempre expresó su deseo de superar los géneros literarios.
La condescendencia y hasta el sexismo de algunas manifestaciones en las horas inmediatas a su fallecimiento parecen indicar que el purgatorio que podría aguardar a su literatura no ha hecho sino comenzar (el de Terenci aún no ha terminado, pero al menos ya se reconoce la grandeza de la poesía de Fuertes).
En 1994, José Infante publicó esa fascinante semblanza que fue el libro Antonio Gala, un hombre aparte, donde Gala se reconocía un francotirador literario que no terminaba de integrarse en ningún grupo a la vez que insistía en su condición de escritor social, que no de tesis. Ni tampoco realista: su primer estreno, Los verdes campos del Edén (Premio Calderón de la Barca, 1963), transcurre en un cementerio que a algunos personajes les resulta más grato para vivir que el mundo exterior.
Gala siempre reconoció lo mucho que aprendió de José Luis Alonso, director de varios de sus primeros títulos, puesto que él provenía de la poesía (ya había publicado Enemigo íntimo, accésit del premio Adonais 1959) y no de la “carpintería teatral” ni las estructuras dramáticas. De ahí que los personajes, el lenguaje y el pensamiento predominasen sobre la fábula tanto en esta como en otras de sus obras.
Dado que la obra se estrenó en lugar de otra de Dürrenmatt prohibida por la censura, se generó una polémica acerca del supuesto conservadurismo complaciente de Gala, imagen que cambió por completo al estrenar en 1966 El sol en el hormiguero y prohibirse de inmediato por el claro uso de los países utópicos de Gulliver para hablar de la corrupción política y el totalitarismo. Tampoco Noviembre y un poco de hierba (1967) tuvo mayor éxito; según Laín Entralgo, “por su entereza. Por la cruda y trágica entereza con que Antonio Gala ha puesto sobre la escena un destino de vencido total”, el de un antiguo combatiente republicano que ha permanecido aislado como un “topo” casi tres décadas.
Abundantes guiones para televisión, tanto series como conmemoraciones; de cine para Raphael (Digan lo que digan) y Sara Montiel (Esa mujer, título con el que Gala, Montiel y el director Mario Camus se burlaban de Franco, ese hombre); varias adaptaciones y un exitoso café teatro (Spain’s strip-tease, 1970), junto a algunas piezas que no llega a estrenar como ¡Suerte, campeón!, preceden a su consagración en 1972 con la serie Si las piedras hablaran y la obra Los buenos días perdidos, cuyo retrato de la degradación moral de la posguerra se convirtió en una de las obras de mayor éxito de la época, superado por la inmediata Anillos para una dama (1973), recuerdo vitalista y apasionado de doña Jimena.
El purgatorio que podría aguardar a su literatura no ha hecho sino comenzar.
Tras Las cítaras colgadas de los árboles (1974) y ¿Por qué corres, Ulises? (1975) y la prohibición de Carmen, Carmen (que no se estrenará hasta 1988), Gala se centra en el periodismo y la televisión (Charlas con Troylo, Paisaje con figuras…) y abandona el teatro hasta 1980, cuando estrena Petra Regalada y La vieja señorita del Paraíso.
El autor considera a estas dos últimas sendas partes de una Trilogía de la libertad junto a El cementerio de los pájaros (1982) (tetralogía al incluir la muy posterior Café cantante, 1996): en la primera cuestiona la deriva de la política que frustra las esperanzas puestas tras el fin de la dictadura; la historia del Café del Paraíso es la de una soñadora que habla del amor libre en un entorno dominado por las armas, y el cementerio de los pájaros esconde un trasunto del miedo a la libertad que condujo al entonces recentísimo 23-F.
Esa preocupación por la política de la época guía asimismo El hotelito (1985), sátira política a costa del estado de las autonomías con cinco hermanas (las comunidades históricas) que ponen en venta un hotel que representa a España. Pero es también el año de Samarkanda, su primera obra con protagonistas masculinos y que es un texto sobre la homosexualidad en un momento en que la Movida hacía exaltación de unas actitudes hedonistas e imitativas que a Gala se le antojaban repugnantes y cutres. También fue masculino su siguiente protagonista, Séneca o el beneficio de la duda (1987), tan discursivo como apasionante retrato de un intelectual contradictorio, vividor y un tanto pícaro.
Gala se reconocía un francotirador literario que no terminaba de integrarse en ningún grupo.
El año de 1990 marca el inicio de Antonio Gala en el campo de la novela con El manuscrito carmesí. No significa que abandone el teatro, pero ya no será central en su trabajo. La Truhana (1992), Los bellos durmientes (1994), la ya mencionada Café cantante (1996), Las manzanas del viernes (1999) o Inés desabrochada (2003) distan de reproducir el éxito de su obras anteriores o de las novelas que se van sucediendo, La pasión turca (1993), Granada de los nazaríes (1994), Más allá del jardín (1995) o la autobiográfica Ahora hablaré de mí 2000).
No conozco ningún libro de Antonio Gala posterior a sus novelas El pedestal de las estatuas (2007) y Los papeles del agua (2008), pero es de presumir que habrá inéditos, tanto escritos después de esta última fecha como anteriores. Ha hablado de obras de teatro que nunca se han estrenado ni publicado; y, de la misma manera que libros de poesía como Poemas de amor (1997) o El poema de Tobías desangelado (2005) se publicaron mucho después de haber comentado su existencia, también es posible que esas obras aparezcan algún día, así como más poesía o narrativa. O, más bien, libros más allá de la sumisión a los géneros literarios, combinación y hasta superación de todos ellos, como tantas veces expresó que era su deseo.
EL AUTOR
PEDRO VÍLLORA. Dramaturgo (La Roda, Albacete, 1968). Licenciado en Ciencias de la Imagen, Dirección de Escena y Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Como autor y adaptador ha trabajado junto a Miguel Narros, Ángel F. Montesinos, Juanjo Granda o Juan Carlos Pérez de la Fuente. También ha dirigido varios montajes de autores españoles como Ignacio del Moral, Ignacio Amestoy o Ainhoa Amestoy. Ha sido profesor de Teoría de la Literatura en la Universidad Complutense y de Teoría Teatral en la RESAD. Como periodista y crítico ha colaborado en numerosos medios -RNE, Telemadrid, El Mundo, etc.- además de haber sido crítico teatral de ABC y director de la revista Acotaciones. Ha editado libros de Adolfo Marsillach, Terenci Moix y Ana María Matute, y ha escrito las memorias de Sara Montiel, Imperio Argentina y María Luisa Merlo.