El autor realiza un acercamiento riguroso al ultimo libro de la poeta donostiarra. Julia Otoxoa es una de las más importantes voces líricas de entre las que se dieron a conocer en la década de los ochenta. Un «libro terrible, pero lleno de esperanza, de coraje».
© JUAN ÁNGEL JURISTO
Poeta, narradora, artista plástica… parecería que en los más diversos campos la actividad creadora de Julia Otxoa (San Sebastián, 1953) se perfila como feliz en sus términos, que pasan, además, por la poesía visual y los microrrelatos, de los que fue pionera en nuestro país. Treinta libros ya que la consolidan como una escritora de alto valor y en algunos casos, irrepetible por necesidad. Todas estas actividades muestran una coherencia casi feroz, que la autora misma resume en la metáfora del árbol y las ramas, de la que el árbol sería su actividad poética, donde tuvo unos comienzos intensos, y las ramas, sus actividades paralelas y que ella considera lo consiguiente pues si lo poético es un universo capaz de ser fabulado, es en el relato y en el microrrelato donde mejor parecen confluir estos correlatos.
Lo cierto es que la obra de Julia Otxoa puede ser contemplada en su conjunto como una work in progress, pues es obra sujeta a múltiples transformaciones: en poesía desde Composición entre la luz y la sombra a Jardín de arena pasando por Cuaderno de bitácora; Centauro; Al calor de un lápiz; La lentitud de la luz... en el apartado de relatos y microrrelatos, Variaciones sobre un cuadro de Paul Klee; Un extraño envío; Escena de familia con fantasmas; Tos de perro… en ensayo, Poetas vascas y en Poesía Visual, una obra desperdigada en múltiples antologías como corresponde a este género, fragmentario donde los haya: Todos o casi todos; Fragmentos de entusiasmo; Poesía Visual española; Poesía experimental española 1963- 2004; Café Voltaire; Poética de lo invisible…
El último libro de Julia Otxoa es un poemario de alta calidad y destacado dolor, un libro un tanto desgarrador pues es un ejercicio destinado a exorcizar el olvido de los caídos: se titula Resurrección y lo encabeza esta advertencia: “Es pacífico el rostro del dolor”. A partir de esta advertencia se perfilan modos y búsquedas en torno al dolor para que a este no le suceda el olvido. Ni que decir tiene que la autora encuentra en Antígona el ejemplo señero en la tradición de nuestra cultura, Antígona que, desobedeciendo el mandato político y abriendo la voz al mandato divino, entierra a Polínices: En “Antígona tiene cien años leemos”:
«Antígona tiene cien años, mil años
un millón de años,
sin beneplácito oficial,
sin armas, sin temor alguno,
avanza,
cristalino su norte,
dar digna sepultura a los muertos»
con un final arrebatador:
«De pronto un pequeño lápiz,
tan sólo unos centímetros
de algo que fue una vez azul,
aparece junto a ti abuelo,
esqueleto número seis,
late en mi mano
como símbolo
del regreso a la palabra,
que narrará la oscuridad,
y amanezco por fin,
en el lenguaje,
sosegada.»
La escritura, simbolizada en el lápiz, instrumento que exorciza el olvido:
«Pequeños lápices sosteniendo el día,
repiten vuestros nombres bajo la bóveda del cielo.»
Y esa escritura, simbolizada en el lápiz, atiende a otro libro:
«Fosa,
libro de tierra y hueso.»
Sepulturas que claman por dar nombre a lo que contienen:
«Escribo, tras de mí se agolpan los esqueletos
reclamando sus nombres,
un lugar donde reposar con dignidad
cerca de los suyos,
un lecho de tierra amiga
donde llorarles en paz.»
La luz como precursora del lápiz, más redentora aún si cabe:
«Detrás de cada herida la luz que la nombra.»
Y que, finalmente, se resuelve con la aparición de la escritora:
«En medio de la oscuridad, en las entrañas de un lenguaje
que se niega,
mis pasos son pequeños y temblorosos como los de un cordero
recién nacido.»
Libro terrible pero lleno de esperanza, de luz de coraje, invocando a Antígona como dadora de justicia, el poemario posee esa belleza sobre la falsa paz de los cementerios que pocos libros han conseguido con la intensidad de este grito que se titula Resurrección.
Quizá de los escasos uno que me venía a las mientes mientras leía los poemas de Julia Otxoa, Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters… el libro de Otxoa pertenece a la misma estirpe que la del norteamericano… los dos han llegado lejos.
Julia Otxoa. Resurrección. Calambur. Barcelona, 2022.
EL AUTOR
JUAN ÁNGEL JURISTO. Escritor, crítico y periodista. Nació en Madrid en 1951. Estudia filología española en la Universidad Complutense. Ha colaborado, entre otros medios, en El País, dirigido la revista literaria El Urogallo y la sección de cultura en El Independiente y El Sol. Ha ejercido de crítico en La Esfera, del diario El Mundo. Más tarde se incorporó a La Razón y actualmente colabora en ABCD las Artes y las Letras. Ha colaborado en las más importantes revistas literarias y culturales españolas. Es autor de los ensayos Para que duela menos (1995) y Ni mirto ni laurel (1998). Es autor de tres novelas: Detrás del sol (2006), El hilo de las marionetas (2008) y Vida fingida (2012).