Querido Ángel González: aquí, como nunca

Las cartas como esa parte de toda biografía que muestran de manera oblicua tanto a la persona como su manera de estar en el mundo. En un mundo a veces áspero que se hace más habitable con la amistad, las lecturas, la vocación poética. Así se descubre en este peculiar epistolario que ha reunido la editorial madrileña papeles mínimos bajo el título de Querido Antonio: aquí, como siempre. Cartas a Antonio Navas Jiménez [1967-2004]
© EDUARDO LAPORTE

Todo poema es un fracaso, recuerda el propio Ángel González en su prólogo a Poemas, antología personal que publicó Cátedra en 1980 y 2004. ¿Y la vida? Está la tentación del fracaso, parafraseando a Ribeyro, y la suma de días logrados, que configuran una vida igualmente lograda, aludiendo esta vez a Peter Handke.

La vida de Ángel González estuvo marcada, como la de tantos, por la sombra alargada del franquismo. Basta repasar los títulos de sus poemarios durante las décadas ominosas de la autarquía: Áspero mundo o Sin esperanza, con convencimiento. O algunos de los títulos de sus poemas de entonces, como Ciudad cero, El derrotado o Campo de batalla.

Por suerte, la ironía se colaría como un lenitivo que le haría soportar ese hastío existencial, al igual que ese convencimiento de que no había que perder, del todo, la esperanza. Aunque al porvenir lo llamaran por-venir, porque no venía nunca. Y la esperanza no fuera un rutilante metal verdoso sino una «araña negra del atardecer».

Por suerte, no hay dictadura que cien años dure, para alivio de aquellos que crecieron con ella y pudieron catar las mieles de regímenes más amables. En el caso de Ángel González (Oviedo 1925, Madrid, 2008), esta grieta de la historia es especialmente acusada, pues al poeta no se le pueden cortar las alas (como al periodista, léanse las Meditaciones en el desierto 1943-1956, de Gaziel).

En una de sus cartas que recoge el epistolario Querido Antonio: aquí, como siempre (papeles mínimos), González se lamenta de que el país está, precisamente, «como siempre», es decir «peor que nunca» y añade que tantos años de paciencia se transforman en «escepticismo y bajísima moral». Lo escribía en 1971, siempre expectante de nuevos acontecimientos que agitaran el panorama. Como el atentado de Carrero Blanco, del que no podría evitar el chascarrillo de humor negro consolador, en diciembre de 1973: «Eso sí que fue una bomba, u hostia, con efecto retardado».

Cartas breves que se leen con gusto como un pequeño museo de esa arqueología intelectual y cultural de la época.

El 25 de noviembre de 1975 la carta ya sería otra. Hay alegría ante el nuevo signo, pero sin lanzar las campanas al vuelo, como al despertar de una amarga pesadilla que no disipa otras: «En cualquier caso, tan siniestro y odioso como el pasado que se fue a la tumba con el enano sangriento, no creo que sea el futuro».

Con esa clave y ese contexto cobra especial valor la lectura de Querido Antonio: aquí, como siempre, editado con el subtítulo: Cartas a Antonio Navas Jiménez [1967-2004]. Se trata de 33 cartas y 16 postales que el poeta enviaba a su amigo Antonio Navas Jiménez, hijo de represaliado franquista emigrado a la entonces próspera Venezuela en 1959. Son cartas que se envían primero con regularidad, en los años previos a la muerte del dictador; después, ya a modo de goteo epistolar.

¿Y quién fue Antonio Navas Jiménez? No hay mucha información al respecto, ni siquiera en los ricos prólogos que anteceden al epistolario en sí. Se habla de que hay que «especular» para dibujar si figura, pero también de «imagen tutelar» o «centro de energía», así como alguien que proveía encuentros. El narrador Óscar Marcano lo define en uno de los prólogos como «lector incorregible» desde niño y podemos colegir que tenía algo de Pepín Bello, de amigo de escritores al que le gustaba presumir de amistad, quién sabe si en ayudarles en algo más que en el estímulo literario desde su posición más holgada, al otro lado, donde quizá vivió como nunca.

González se lamentaba de que el país está «como siempre», es decir «peor que nunca».

Ahí está ese escrito de condolencias enviado a la familia de Miguel Delibes en 2010, que habla de otra correspondencia cuya publicación podría tener su interés. Esta que nos ocupa muestra a un Ángel González educado y cumplidor, que se excusa por su «pereza como corresponsal», sin salirse de los límites de la cordialidad, con un punto medido de confidencia.

Cartas breves que se leen con gusto como un pequeño museo de esa arqueología intelectual y cultural de la época («Y mándame algún Triunfo, si tienes») y como retrato de la incertidumbre de esa vida sin espóiler que es la historia conforme se escribe, se vive y, a menudo, más bien se soporta.

 

Querido Antonio: aquí, como siempre. Cartas a Antonio Navas Jiménez [1967-2004]. Ángel González, papeles mínimos, Madrid, 2022.


EL AUTOR

 

EDUARDO LAPORTE. Escritor y periodista cultural. Nacido en Pamplona en 1979, reside en Madrid desde 2005. Ha publicado libros como Luz de noviembre, por la tarde, o La tabla, en Demipage, así como un diario íntimo en la editorial Pamiela y su particular visión sobre Baroja en Ipso Ediciones.

En 2021, publicó otra entrega de su Diario a ninguna parte en la editorial papeles mínimos bajo el título de Tiempo ordinario y la primera biografía en español sobre Battiato (tras la de Margaretto de 1990) en el sello Sílex: En presencia de Battiato.