«Las siete edades» de Fernando de Villena

El autor, recorre, con detalle y contextualizando cada capítulo, la «penúltima novela» de Fernando de Villena
© FRANCISCO MORALES LOMAS

Hace cuarenta y cinco años que conozco a Fernando de Villena, desde que, adolescentes, ingresamos en la misma universidad y en la misma clase, en el meritado Hospital Real de Granada, donde se impartía el primer curso, por primera vez en su historia, de la carrera de Filología Hispánica, la primera promoción también de esta especialidad. Esto fue en octubre de 1974. En plena transición democrática donde todos pedíamos Pan, Justicia y Libertad, tres palabras míticas que simbolizaban una época de penuria y dictadura, junto a otras tan dignas de recordar como Democracia, Igualdad, Derechos Humanos…

Desde entonces he seguido su trayectoria y he procurado leer todo lo que ha escrito, comentando en muchas ocasiones sus obras. Fernando de Villena ha ido creando en el transcurso de los años, con templanza, sosiego  y continuidad en el tiempo, una obra rica en matices y plural donde con mucha frecuencia su territorio ha sido Granada, “su” Granada, su Macondo de andar por casa, y el pueblo costero de Almuñécar, su segunda residencia y segunda patria.

Ha gustado con frecuencia de insertar en su narrativa acontecimientos personales con otros históricos, creando una suerte de maridaje entre lo personal y lo social, entre lo individual y lo colectivo, entre lo sentimental y lo objetivo… en esa especie de dicotomía en que se ha convertido la teoría del arte desde que Kant instituyó aquello del “a priori de la sensibilidad humana” y el discurso de los subjetivo y lo objetivo en arte, y la salvación de la objetividad pero con el sujeto a bordo, creando una aleación entre subjetividad y objetividad, entre el fenómeno (objeto de conocimiento sensible) y el noúmeno  (conocimiento racional puro).

En su penúltima novela (la última ha sido Los nueve círculos), Las siete edades (Ed. Niña loba, 2020) hace un recorrido por las siete edades del ser humano: niñez, adolescencia, juventud, primera madurez, madurez plena, en las puertas de vejecia y senectud. Una novela que había sido escrita entre marzo y mayo de 2010 y en la que se abordan la dimensión social (como decíamos) tanto como la personal e individual a través de la figura del protagonista, Rodrigo Corpas, un pintor, sobre el que se va construyendo su retrato existencial, al mismo tiempo que se va edificando la sociedad española democrática.

No podemos olvidar esa profunda línea que une gran parte de las historias de Fernando de Villena de un modo continuado: la construcción de la historia de nuestro país desde una perspectiva siempre crítica, poco acomodaticia y con un claro influjo de los grandes maestros del 98. De hecho, considero que del que más cercano está De Villena siempre es de Pío Baroja, en muchas actitudes, aunque en su caso personal menos anarquizante y más desde una especie de socializadora visión cristiana de la existencia.

Desde el mismo “Prólogo del editor” se advierte por parte del protagonista: «En esta época nada puede aspirar a ser definitivo: ni los amores, ni el arte, ni la literatura. Necesitamos vivir el momento y olvidarnos de todo lo que suene a serio, a trascendente, a imperecedero. Somos anticlásicos y ello nos divierte». El arte está presente como instrumento fundamental de esta obra de pequeños-burgueses y amigos que van construyendo su propio mundo y sus vidas a través de los lazos que los unen y desde diversas perspectivas documentales (cartas, comentarios, memorias) que van surgiendo en las diversas partes de la novela y conformando fragmentariamente, pluralmente, diversificadamente una visión de sus historias personales pero también una visión del mundo colectiva.

La novela está dedicada a un buen amigo y compañero también de aventuras literarias, el narrador y poeta granadino fallecido no hace mucho, Gregorio Morales, con el que tuvimos ocasión de compartir puntos de vista y querencias, como el erotismo y la literatura.

La novela parte de una introducción de la profesora Lía Schindler, de la University Park en Pennsylvania, de mayo de 2011, en donde hace referencia al pintor Rodrigo Corpas y las nuevas perspectivas que se han abierto sobre él, al abordarse fuentes como las memorias de sus amigos Julián Ayala, las cartas inéditas del propio Rodrigo Corpas, los diarios de Alfredo Bastida… Con todo ello va a ir construyendo (reconstruyendo) desde fuentes diversas la biografía y la labor pictórica de este pintor, pero desde la contención y la brevedad.

Es cierto que este tipo de novelas podrían dar para escribir cuatrocientas o quinientas páginas, pero Fernando de Villena, especialista en la concesión, la síntesis y la sistematización simbólica de su visión del mundo trata siempre de ser contenido y preciso, escribiendo lo mínimo exigible para crear esa visión que trata de transmitir. Es, sin duda, una voluntad de estilo, que rehúye del detallismo y esa literatura dilatable como resulta en autores de la dimensión de Proust. Esa contención le permite adentrarse en capítulos breves pero intensos, porque esta es otra de las cualidades que trata siempre de trasladar a sus obras: la eficacia y la claridad expositiva.

El primer capítulo (la niñez) desarrolla acontecimientos desarrollados entre 1956 y 1965. Se debe recordar que Fernando de Villena nació en Granada en 1956, de modo que muchos de estos acontecimientos que surgen aquí tienen un claro actor en el propio escritor, que convierte a sus personajes en una suerte de alter egos o trasuntos de su vida tomando apariencias diversas.

En esta primera parte, la segunda más breve, toma las memorias de Julián Ayala y el epistolario de Rodrigo Corpas creando ya, de inicio dos visiones: Julián (quizá más cercano al propio Fernando de Villena como alter ego) nos habla de Rodrigo Corpas, su familia, la preparación del ingreso, y la entrada en Los Escolapios de Granada, donde efectivamente estudió Fernando de Villena. Con elementos muy de época, raudos, sin detallismo alguno, que pretenden sucintamente crear esa ambientación: “algunas noches fuimos al cine de verano y me encantaba contemplar el cielo  estrellado…”(Seguramente Fernando de Villena puede que hable del famoso “cine de las mantas”, el cine Alameda, actual plaza Einstein, donde tantas películas visionamos).

Corpas, el protagonista, en su epistolario habla de Julián (“ese aspecto que mostraba desde pequeño”) con cierta leche agria, escrita en 1974; y se reproducen cartas dirigidas a su hermana, a D. Casimiro Ducados y a su hermana María Luisa respectivamente, ya siendo pintor famoso, de 2003, 2004 y 2005. Llama la atención de lo que ha sido su existencia: “¡… Por fin llegan a mis puertas la fama y el dinero!”, “A las personas como yo siempre las ha perseguido la envidia”, “no quiero nada” (Le dice a su hermana renunciando la herencia familiar). Con unos ligeros trazos, con unos ligeros esbozos, Fernando de Villena ha construido la visión de su personaje de inicio.

El capítulo segundo es uno de los más extensos (29 páginas) se desarrolla entre los años 1966-1974, aunque como estamos viendo el presente y el pasado se van fusionando a través de las diferentes misivas que datan de años posteriores al 2000 como de la época que se detalla. En este surgen las memorias de Julián Ayala, el epistolario de Rodrigo Corpas y los diarios de Bastida (la parte más extensa). Son los años en que nuestro escritor contaba con diez años y hasta que se produce su entrada en la universidad, en el curso 1974-1975. Se va trasladando la visión plural del personaje (“No parecía destacar demasiado”), la escuela y la ridiculización a la que eran (éramos) sometidos por los educadores cuando nos equivocábamos, acontecimientos breves en las clases, anécdotas, la aparición de las chicas (“Por aquellos jardines que bordeaban el río Genil tuvieron lugar también nuestros primeros escarceos con el mundo de las chicas”).

En algunos momentos recuerdo muchos acontecimientos y sensaciones que tuve leyendo las primeras obras de Francisco Umbral, como Tamouré. Estamos en presencia del bildungsroman y la construcción de una identidad en una época en donde surgen también los veranos en Almuñécar, el profesor de Literatura, don Fausto; el de Dibujo, Rogelio Barros…, los Escolapios: “Las cosas han empezado a cambiar: que los curas este año se muestran más liberales y ya no pegan bofetadas”.  Aparece también la música. Y alude Fernando de Villena a los Beatles, Cat Stevens, Simon & Garfunkel, Pink Floyd. Es curioso pero uno de los recuerdos que siempre me llegan de aquella época es ver a Fernando de Villena mostrando alguno de los vinilos que había comprado.

Junto a estos acontecimientos personales (las clases en el instituto, las chicas, la familia) se hallaban los políticos de gran repercusión, como la muerte de Carrero en diciembre de 1973; y la primera huelga general de estudiantes en Granada en ese mismo año (este acontecimiento no lo recoge el autor, pero los alumnos que estábamos entonces en COU lo vivimos como un acontecimiento espectacular). También llama, no obstante, la atención que durante este periodo no haga alusión alguna a lecturas, y la trascendencia de la literatura en sus vidas.

El capítulo tercero aborda los años 197-1979, plena época de la carrera universitaria antes referida. Es el capítulo más amplio, con cuarenta páginas y casi un cuarto del libro. En él el autor es plenamente consciente ya de una realidad social profunda, y siguiendo el esquema anterior de cartas y memorias reiterado a lo largo del libro, ofrece acontecimientos vividos o inventados (o recreados) trasladándose a Sevilla y su Facultad de Bellas Artes (en Granada no la había) y la aparición de Bécquer. Bastida recupera sensaciones y los amigos escritores de Fernando de Villena, que aparecen con frecuencia: Rodríguez Pacheco, Ramírez Lozano, Emilio Durán…, el viaje a Galicia y por diversos lugares de la geografía española, las mujeres, la afiliación de Rodrigo Corpas al partido socialista, la poesía y la música de Paco Ibáñez.

En el capítulo IV se avanza hasta el año 1987. Es el capítulo más breve. Se produce un cambio, como dirá Julián Ayala: “¡Y cómo cambiaron nuestras vidas desde aquel otoño del 79…!”  Surge con fuerza la literatura, la pintura, la crítica a los intelectuales y el poder: “Cubriendo de sahumerios a unos cuantos intelectuales y artistas domésticos, se podía perfectamente silenciar a los demás entre los cuales, sin duda, no faltarías espíritus críticos”.  Las confesiones de Elisa tras casarse con Rodrigo y su afirmación de que no tenía que haberlo hecho. El personaje va cambiando a medida que la fama lo va acompañando. También hay comentarios para La Bodeguilla: “En suma: para vender hay que venderse un poco. El artista de hoy es el que sabe estar en el sitio adecuado en el momento justo”.

En el capítulo V, años 1987-2000, se hayan en plena madurez: Salobreña, el Círculo de Bellas Artes en Madrid donde Corpas hace su exposición y cuando se descubre en el Verismo Trascendente el robo de esta estética por parte de Corpas de su amigo Alfredo Bastida. A medida que el personaje triunfa, se va desmoronando para sus amigos, pues en realidad se ha convertido en un copista y un mezquino. Y se lleva a cabo una crítica a la izquierda y a la derecha: “El Partido Popular no cuenta con intelectuales ni artistas. Imagino que a sus dirigentes no les gusta la cultura, aunque sí fotografiarse con los representantes más publicitados de ese ambiente que desconocen”. Pero también una crítica a la LOGSE, que padeció Fernando de Villena siendo profesor de instituto.

El capítulo sexto en las puertas de vejecia recoge los años finales del siglo y los diez primeros del siguiente milenio y el fallecimiento de su amigo Alfredo Bastida y su falta de reconocimiento, como se deduce de sus diarios donde rezuma pesimismo crítico.

En el último capítulo, como en el comienzo de la obra (que de este modo cierra el círculo vial), hay una carta de la profesora Lía Schindler al profesor Samuel S. Fukes  donde da por concluido su libro sobre Corpas y se da cuenta de la importancia de Bastida, siempre en la oscuridad frente a su amigo Corpas, así como el misterio en torno a la muerte de Carlos Feriche y el descubrimiento de Rodrigo Corpas como confidente de la policía franquista y el misterio final.

Algunos pueden ver en la desmitificación de Rodrigo Corpas un trasunto de cuestiones personales en el ámbito de la Granada de este tiempo y también en Bastida una figura que complementa esa caída de Corpas, al tiempo que este va ascendiendo.

En definitiva, un recorrido por su mundo y también una rauda visión de la sociedad que ha vivido hasta ahora con un deje de pesimismo y una defensa acérrima de lo auténtico y de la verdadera amistad tanto como el propósito de desenmascarar la mentira y la impostura con el arte como elemento conductor de primera magnitud.

Las siete edades. Fernando de Villena. Niña loba Editorial. 205 pgs.  Granada, 2020.


EL AUTOR

FRANCISCO MORALES LOMAS. Académico de la Academia de Buenas Letras de Granada y de la Academia Artes Escénicas de España. Doctor en Filología Hispánica. Profesor Titular de Universidad. Catedrático de Lengua Castellana y Literatura en E.S. Licenciado en Derecho y licenciado en Filosofía y Letras. Presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios (AAEC) desde hace doce años y presidente de la Asociación Internacional Humanismo Solidario (AIHS). Vicepresidente de la Asociación Colegial de Escritores de España-Andalucía y vicepresidente de la Asociación de Dramaturgos, Investigadores y Críticos Literarios de Andalucía. Ha recibido algunos premios literarios. Ha publicado más de sesenta títulos en poesía, narrativa, teatro, ensayo y crítica literaria, una treintena de capítulos de libros y un millar de artículos de crítica literaria. Poesía: Veinte poemas andaluces (1981), Basura del corazón (1985), Azalea (1991), Senara (1996), Aniversario de la palabra (1998), Tentación del aire (1999), Balada del Motlawa (2001), La isla de los feacios (2002), Eternidad sin nombre (2005), Tránsito (1981-2003). Antología (2005), Noche oscura del cuerpo (2006), La última lluvia (2009), Puerta del mundo (2012). Narrativa: El sudario de las estrellas (1999), Juegos de goma (2002), Candiota (2003), La larga marcha (2004), El extraño vuelo de Ana Recuerda (2007), Tesis de mi abuela y otras historias del Sur (2009), Bajo el signo de los dioses (2013) Cautivo, (2014) y Puerta Carmona (2016). Teatro: El lagarto (2001), Un okupa en tu corazón (2003), La yaya de Mauritania (2005), El urólogo (2007), El caníbal (2009), Caníbal teatro (14 obras de teatro breve, 2009), El encuentro (2012), El desahucio (2014), Vaffanculo, Los monstruos de la razón (en Teatro completo. Volumen 1, 2014), El hombre de hierro, Los ídolos, El buen salvaje y su prima de Verona y Feliz cumpleaños, papá (en Teatro completo. Volumen 2, 2015) y La farmacopea, El encuentro, El pordiosero, El poeta caníbal, El hombre de color, El descubrimiento, El ascensor y la cabra, El mecánico, La prima, Los inmigrantes y La casa (en Teatro completo, Volumen 3, 2017). Como ensayista tiene publicadas veintiocho obras.