La ciudad letrada a 20 años del siglo XXI. 4. La transformación de la industria editorial: editoriales independientes y populismo electrónico

Continuamos la publicación del imprescindible análisis que el autor viene escribiendo en exclusiva para República de las Letras. La crisis de la ciudad letrada en el siglo XXI es poliédrica y compleja. El autor proyecta luz sobre ella, acecándose a la transformación de la industria editorial, a las editoriales independientes.
© MARTÍN RODRÍGUEZ-GAONA

Parece difícil cuestionar el que todo el sistema editorial sea regido bajo una sola  premisa: la rentabilidad, decidida por la confluencia entre la visibilidad y el consumo. Sin embargo, aquello dista de representar un consenso, pues no considera grados: son posibles diversos márgenes de ganancias y la popularidad es muy distinta al prestigio. Una interesada confusión de valores se viene imponiendo, por consiguiente, a partir de la disminución de la crítica por la injerencia publicitaria de lo corporativo, a la que se suma el decisivo apoyo de la institucionalidad político-cultural. Estas circunstancias promueven que las editoriales, en pos de su supervivencia, dependan excesivamente de las exigencias de la actualidad y las tendencias de consumo. A tal extrema situación contribuye la hegemonía de los grandes grupos, como Planeta y Penguin Random House, que promueve la masividad y la estandarización de propuestas, lo que margina a la escritura más artística, ambiciosa y autónoma, relegada por su escaso rendimiento económico. Como se aprecia, estamos frente a un complejo proceso que intenta ser combatido por editoriales independientes, desde medianas hasta unipersonales, las cuales pugnan por hacerse un hueco en la prensa cultural y en las librerías.

De este modo, el presente entorno resulta problemático para cualquier editorial que se considere literaria, pues todas se desempeñan bajo el riesgo de fracasar económicamente o ser absorbidas por los grupos multinacionales. Un destino que ya han sufrido casas históricas como Tusquets, Lumen y Anagrama, y que amenaza la continuidad de proyectos independientes de largo recorrido como Visor, Pre-Textos o Hiperión. Como consecuencia, la mayoría de los editores intentan desenvolverse en un medio siempre en zozobra, creando colecciones alimenticias o buscando hacerse parte del sistema de premios (con una relativa pérdida de autonomía). Resulta curioso que dicha fórmula, en la que la publicidad se mezcla con una simulación del prestigio, se haya consolidado hasta el punto de ser imitada por Círculo Rojo, la empresa de autoedición más exitosa (once mil autores publicados), que organiza una gala para sus autores inspirada en los fastos del Premio Planeta y el Oscar.

El presente entorno resulta problemático para cualquier editorial que se considere literaria, pues todas se desempeñan bajo el riesgo de fracasar económicamente o ser absorbidas por los grupos multinacionales.

En otros términos, las editoriales independientes, pese a su vocación literaria, no escapan de estas presiones comerciales,  pues sufren de un sistema que, por su propia estructura,  las obliga a una incesante productividad en aras de la supervivencia dentro del circuito de librerías. Un daño que es tanto pecuniario como moral: el afán de masividad (o la popularidad como indicio de rentabilidad),  corroe la idea de la excelencia artística y la libertad expresiva, transformando a la escritura en mercancía y al escritor en producto. Así, perdido todo afán de trascendencia a favor del éxito mercantil, se diluyen los valores formales y éticos, por lo que se normalizan y auspician simulacros, productos editoriales para distintos públicos y generaciones.

Tales prácticas, afines al ideario neoliberal, causan un grave perjuicio para los autores y para los catálogos, pues como los editores se ven condicionados a la hiperproductividad, los autores se ven condenados a la homogeneidad, la sobreexposición y la precariedad. De este modo, en distintos planos, se impone el concepto de edición anglosajona, con una creación supervisada, e incluso diseñada, por editores tecnócratas, cuyo énfasis mercantil prescinde de la autoría intelectual y artísticamente independiente. Esto ilustra también el ocaso de la modernidad literaria (desde finales del siglo XX): del privilegio de la expresión de una subjetividad individual se pasa al diseño y la producción de una subjetividad colectiva.

En distintos planos, se impone el concepto de edición anglosajona, con una creación supervisada, e incluso diseñada, por editores tecnócratas, cuyo énfasis mercantil prescinde de la autoría intelectual y artísticamente independiente.

En consecuencia, la raíz del problema está en cómo se ha concebido e implementado el negocio editorial durante décadas, un proceso en el que la institucionalidad cultural destaca por carecer de una reflexión sobre el paso al entorno postindustrial globalizado. Es decir, no ha existido propuesta de ningún tipo que reivindique la relevancia para cada agente del sector dentro de su estructura (autor, editor, distribuidor  y librero), lo que ha desprotegido a quienes defienden la calidad literaria (de allí la exaltación de lo que antes sería apenas subliteratura). Esto explica la normalización de un sistema demasiado dependiente de la actualidad, de las novedades y de las tendencias internacionales, presionado por las devoluciones de ejemplares, que hacen que el ciclo de vida visible de los libros sea muy breve (alrededor de tres meses). Un sistema en el que el margen de ganancias favorece a los distribuidores y a los puntos de venta (con hasta el 60 %) y perjudica a los creadores (y que marca un abismo entre la edición corporativa y los editores independientes). Un sistema que favorece la rentabilidad a corto plazo, es decir, la masividad y lo mainstream que se asocian con autores canónicos, personajes mediáticos y productos editoriales. Un sistema que obliga a las pequeñas librerías a plegarse a este orden o a desaparecer.

No obstante, bajo las actuales circunstancias, el anhelo de autonomía de las editoriales independientes, fundamental para la bibliodiversidad, tampoco asegura el funcionamiento óptimo de estos pequeños reductos de resistencia. Es decir, en la edición independiente, la  dura lucha por la supervivencia se traduce muchas veces en precariedad y autoexplotación de parte de autores y colaboradores (incrementadas por la crisis y la revolución tecnológica, que influyen en el cambio de hábitos culturales de las nuevas generaciones, más permisibles frente a la piratería, por ejemplo).

Un sistema que favorece la rentabilidad a corto plazo, es decir, la masividad y lo mainstream que se asocian con autores canónicos, personajes mediáticos y productos editoriales.

Si, pese a todo, las editoriales independientes persisten, se debe a que empiezan a organizarse, como con el surgimiento de distribuidoras especializadas en sus catálogos (UDL, Logista Libros, Mala Hierba Libros, etc.). Mas, quizá, el aspecto decisivo esté en el abaratamiento tecnológico para la producción, en la relativa autonomía de las redes sociales y en el influjo del periodismo electrónico autogestionado. Modelos ya marcados por las prácticas de los nativos digitales, en los que la interactividad, mediante su decisivo apoyo en las comunidades de lectores y actividades diversas, dinamiza los catálogos (tendencia decisiva para la impresión bajo demanda). En otras palabras, la edición independiente responde también a factores como el crecimiento demográfico, la masificación electrónica y el envejecimiento de los antiguos integrantes de la ciudad letrada.

El auge de lo transmedial, los influencers literarios y sus productos editoriales confirma, por consiguiente, que el libro impreso es lento para la cultura digital: los filtros tradicionales (como la crítica y las fuentes históricas) dificultan y entorpecen la circulación. En resumen, con gran pragmatismo, lo corporativo, como empresa multimedial, propone, mediante el culto al escritor como figura pública, superar la autoridad de la cultura ilustrada: el predominio de la imagen sobre el discurso también en el sector editorial. La mutación de la literatura en populismo electrónico.

Como una reacción instintiva, pero insuficiente, las editoriales literarias mantienen su apuesta por autores consolidados, que forjaron su prestigio bajo el  anterior paradigma. Incluso estos nombres, a veces, contribuyen apenas a que las editoriales mantengan su pequeña cuota en la mesa de novedades. Otra alternativa ha sido la de quienes se hicieron un hueco a través de la recuperación de clásicos y traducciones (opción conservadora con respecto a la producción contemporánea). No obstante, en poesía, por ejemplo, la búsqueda de una mayor especialización ha permitido el surgimiento de nuevos nichos de mercado, con la consiguiente renovación de estéticas (Liliputienses y Kriller71) o una segmentación generacional (La Bella Varsovia). Estas respuestas resultan cruciales, pues lo decisivo está en la continuidad de la tradición humanista como cultura viva, lo cual sólo puede mantenerse con voces emergentes.

Se asume abiertamente que la espectacularización de la propia imagen forma parte de la promoción de los libros

Reconociendo este panorama, lo corporativo fomentará a autores jóvenes siempre y cuando estos sean masivos, escritores que ya han interiorizado que los aspectos mercadotécnicos anteceden a los proyectos literarios, por lo que ellos mismos condicionan sus estilos y discursos. Así, acatando el sometimiento a las novedades y a la alta productividad, se asume abiertamente que la espectacularización de la propia imagen forma parte de la promoción de los libros (a la búsqueda de ser consagrados desde programas televisivos como Playz  o First Dates).  Si bien lo más llamativo de dicho fenómeno ha sido la banalización producida por la poesía pop tardoadolescente, quizá la instrumentalización política de la figura del influencer sea aún más dañina (pues alcanza a la filosofía, al feminismo y a los debates públicos).

El sistema que se apunta favorece a los distribuidores y a los puntos de venta

Como se aprecia, lo mainstream no sólo acecha, sino que impregna a toda la ciudad letrada. Su sombra condiciona, normaliza y vuelve tendencia a sus productos editoriales, erige en referente a sus influencers. Por eso resulta ingenuo sostener que propuestas masivas crean nuevos lectores. Su paradigma merma la autonomía artística de los escritores y atenta contra los editores independientes. Es decir, impide la bibliodiversidad, bajando los estándares de calidad, la exigencia y las expectativas de los lectores.

Al igual que sucediera antes con el surgimiento de la fotografía, internet ha cambiado las nociones del arte, incluyendo a la literatura. La interactividad y la hiperactualidad fueron inicialmente entendidas como síntomas de democratización o desacralización para la escritura, pero, asimiladas a lo corporativo, hoy se traducen en propuestas fundamentalmente comerciales y centralistas. La historia del cine, la televisión y la música comercial demuestra que la mayor ambición de la industria cultural global ha sido siempre ejercer su dominio sobre la juventud. Algo sólo posible mediante la irradiación de propuestas que produzcan una homogenización tanto ideológica como de consumo. Esto es lo que hizo que se considerase natural la hegemonía de Hollywood mediante su control de las salas de exhibición. Algo similar está sucediendo en la actualidad con el sector editorial globalizado.

Así, el éxito social y el estatus de celebridad conforman el imaginario compensatorio propuesto para una juventud seducida por el entorno electrónico y con cada vez menor poder adquisitivo. Las pantallas y los dispositivos portátiles promueven una estandarización de estéticas y discursos, canalizada mediante figuras representativas de una edad, un género, una moda o una disidencia. Se exalta el ser tú mismo, pero se propone acabar siempre en lo mismo: el consumo corporativo. Hallar lo que escapa a estos parámetros o tendencias equivale a ejercer la misma diferencia que existe entre recibir información y leer e interpretar.


EL AUTOR

MARTÍN RODRÍGUEZ- GAONA (Lima, 1969) ha publicado los libros de poesía  Efectos personales (Ediciones de Los Lunes, 1993), Pista de baile (El Santo Oficio, 1997), Parque infantil (Pre-Textos, 2005) y Codex de los poderes y los encantos (Olifante, 2011) y Madrid, línea circular (La Oficina de Arte y Ediciones, 2013  / Premio de poesía Cáceres Patrimonio de la Humanidad), y el ensayo Mejorando lo presente. Poesía española última: posmodernidad, humanismo y redes (Caballo de Troya, 2010). Ha sido becario de creación de la Residencia de Estudiantes de 1999 a 2001, y desempeñó el cargo de coordinador del área literaria de esta institución hasta 2005. También ha obtenido la beca internacional de poesía Antonio Machado de Soria en 2010. Su obra como traductor de poesía norteamericana incluye versiones como Pirografía: Poemas 1957-1985 (Visor, 2003), una selección de los primeros diez libros de John Ashbery,  La sabiduría de las brujas de John Giorno (DVD, 2008), Lorcation de Brian Dedora (Visor, 2015) y A la manera de Lorca y otros poemas de Jack Spicer (Salto de Página, 2018). Como editor ha publicado libros para el Fondo de cultura Económica de México y la Residencia de Estudiantes de Madrid. Con su último libro, La lira de las masas, obtuvo el Premio Málaga de Ensayo 2019. Su último libro de poemas publicado: Motivos fuera del tiempo: las ruinas (Pre-Textos, 2020).