El autor nos acerca al último libro de Miguel Sanchez-Ostiz, uno de los narradores que irrumpieron en los años 80 bajo el marchamo «nueva narrativa española», y destaca su posición crítica, casi de autor «maldito», ante el mundo literario.
© LUIS MARTÍNEZ DE MINGO
“Mi enemigo es quien me simplifica” llega a escribir Jorge Guillén en el contexto de uno de sus poemas. Mejor que lo entendamos como un recurso de los que se vale el poeta y que no caigamos en la tentación de extrapolarlo sin más a la vida cotidiana, a las relaciones sociales. Y se me ocurre aquí, justo al comienzo de la reseña del último libro de Miguel Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950). ¿Por qué? Enseguida lo vamos a ver.
A través de una prosa densa, llena de recursos, guiños literarios y una fluidez torrencial, sobre todo para el monólogo, se impone un tono acre, desabrido, áspero y paródico, en el que tantas veces se enfanga este autor, y que desemboca en lo escatológico y lo esperpéntico. Siempre ha tenido una gran facilidad para narrar desde su más honda intimidad herida, para buscar la complicidad del lector y, desde ahí, lanzar dardos, fuego cruzado y artillería pesada contra todo y contra casi todos. Ya lo hizo hace muchos años en Las pirañas (1992) y mucho más tarde en Perorata del insensato (2015) –Clarín, nº 119-; de tal forma que esta novela, que lo es, podría considerarse la tercera parte de una trilogía, si no fuera porque la misma prosa, única e intransferible, la viene luciendo en varios libros más, por ejemplo en Con las cartas marcadas (2014) o Diablada (2018). No es normal que un escritor se busque tantos enemigos por metro cuadrado. Porque es que, además, los va acumulando al menos desde las dos novelas citadas, aunque en varios casos su odio resulta obsesivo. Valgan Germán Tersch, Bonet, Prada, Rafael Conte y Jorge Herralde. Hasta 15 autores he recogido aquí, víctimas de sus ultrajes, de los que quizá conviene destacar el del crítico Rafael Conte (p.67), porque ya murió y porque aquí vuelve dos veces a aquella enorme infamia que, al parecer, le perpetró desde la redacción del ABC, y que supuso su destierro de Madrid.
Nos encontramos, pues, con otra versión del “maldito”: un gran escritor que se siente ninguneado, que desbarra contra la sociedad y todas sus capas, y que, a lo más que aspira es a ser un “memorioso” y un “vagabundo”
Por si el lector no lo sabe, nos encontramos aquí quizá con el autor español vivo más prolífico –más de 100 libros de todos los géneros, menos teatro-, que ha publicado en las mejores editoriales y ganado importantes premios, que, por cierto, elude en sus solapas. Nos encontramos, pues, con otra versión del “maldito”: un gran escritor que se siente ninguneado, que desbarra contra la sociedad y todas sus capas, y que, a lo más que aspira es a ser un “memorioso” y un “vagabundo”. Si les gusta a ustedes la crítica despiadada y burlesca, sobre todo contra la derecha y los carlistas –obsesión: a una parodia del “Oriamendi” se debe el título del libro-, pasen y vean; no van a salir decepcionados. También les digo que, puesto que hemos aludido a esa trilogía posible, el estilo, los variados recursos que conforman esta prosa acre y riquísima, son casi los mismos desde Las pirañas. El autor se entrega al monólogo, se apoya en un falso interlocutor –en Perorata del insensato, era el cadáver de una monja y aquí un tal Matías Gascue, que en ningún momento discrepa- y se lanza a lo que aquí subtitula como “Desbarre y fuga”.
El talento que luce el autor para usar coloquialismos, un vocabulario rico y canalla, guiños literarios de gran lector –el pueblo que se inventa se llama Torresmozotzas del Baruglio, por el Castroforte del Baralla de La saga/fuga de J.B—, juegos de palabras y neologismos que son chistes de inmediato -whiskipedia 14), lejía (23) por legionario, viceperversa (61), epirílico (242), la SGAE de los moscositas (21) y 50 más- no tiene parangón hoy en nuestras letras. Porque al lado están sus enumeraciones caóticas de siempre y las alusiones al lector para que se implique desde el principio y camine a su lado. Ahora bien, lo que cabría preguntarle a este penúltimo maldito –siempre quedará algún otro por ahí- es por qué no piensa alguna vez en salir de ese sofocante monólogo y en dejar de buscarse enemigos. ¿No se le ocurre que el que tuviera un amigo, Alberto Arana en este caso, ya difunto, que escribiera un libro aún inédito, no le importa ni mucho ni poco al lector medio? ¿Qué le preocupa a ese lector que otro ex-amigo se comprara una tienda en el sur de Francia? Y es que la novela está plagada de personajes-tranvía, que dijera Baroja, que suben y bajan y ya no se les vuelve a ver. Ni están caracterizados ni sabemos ninguno de sus rasgos, sólo que el autor no puede evitar citarlos y ahí quedan como lastre para la narración. Cualquier lector que no sea lletraferit puro se enfanga con este tipo de información, se satura y deja el libro a las primeras de cambio. ¿Que a un maldito auténtico no le interesa ese tipo de lector? Muy bien, pero entonces que no despotrique porque no le hacen caso, que no ataque a Chus Visor por “pesetero” (49) o a Herralde -su exeditor- por publicar autoras “del saco de humo” (167). ¿No puede pensar el ninguneado autor de Las pirañas que al lector “cualquiera y en chancletas” le pueden traer al pairo su retahíla de ajuste de cuentas con sus otros colegas? ¿A qué vienen la sarta de hasta 22 nombres que suelta en la página 14? Claro que las paráfrasis, las abundantes citas literarias, los chistes por deformación –para nosotros graciosos- y los juegos de palabras, se gozan tanto más cuanto más se ha leído, pero aquí tampoco puede entrar ese supuesto lector-medio. Demasiados tropiezos y barreras para que este libro le evite el “ninguneo” que sufre, le libere del malditismo y le impida ver a cualquier ciudadano como enemigo porque le simplifica. En fin, al parecer tenemos Miguel Sánchez-Ostiz para rato: a disfrutarlo lletraferits, y más si os sentís de izquierdas.
Moriremos nosotros también | Miguel Sánchez-Ostiz | Ed. Pamiela | Pamplona, 2020. 265 páginas.
EL AUTOR
LUIS MARTÍNEZ DE MINGO es riojano (1948). Empezó escribiendo poesía: Cauces del engaño, Ámbito, Barcelona, 1978. Luego vinieron unos cuentos, Bestiario del corazón, Madrid, 1994: Cuatro ediciones y varios premiados. Con la novela El perro de Dostoievski, Muchnik. Barcelona, 2001, llegó a finalista del Nadal. Ha editado de todo. Premio de novela corta con Pintar al monstruo, Verbum, Madrid, 2007, lo último ha sido un dietario, Pienso para perros, Renacimiento, Sevilla, 2014, La reina de los sables, Madrid, 2015 y la novela Asesinos de instituto (2017).