El sueño de la salamandra se compone de dos volúmenes. La autora se refiere en esta crítica al primer volumen y hace un recorrido por sus principales claves.
© ENCARNACIÓN PISONERO
Después de veinte años de silencio, Carmen Díaz Margarit renace como el Fénix pero en vez de llevar sus cenizas a Heliopolis nos ofrece un nuevo poemario, El sueño de la salamandra. Título curioso dado que las salamandras pueden retener los espermatozoides vivos durante años, por lo que pueden parir tras mucho tiempo en soledad, y parir sus larvas porque los huevos los incuba en su interior. Sólo esta razón bastaría ya para justificar el título. Pero hay más. En el ocultismo y la magia la representan como dominadora del fuego, y no sólo como elemento fuego, también como símbolo de pureza y de renacimiento. No hay que olvidar que la salamandra vive sobre todo de noche, lo que justificaría el ser portadora de sueños. Por lo que cumple así la autora todo el ciclo: la potencia que encierra ensimisma; el conservar la semilla durante años de silencio; y su capacidad de resurgir a través de los sueños.
Según la autora el poemario consta de dos libros. El segundo libro aún no lo conocemos, se dará a imprenta próximamente. Allí se culminarán los sueños y será a través del amor como se salve la salamandra. El presente volumen se encuentra dividido en tres partes. En la primera, nos muestra Díaz Margarit todo un recorrido histórico que abarca desde el siglo VII a. de X. hasta la actualidad, siglo XXI. Desde Copenhague, Pekín, El Cairo, Florencia, el Mar Egeo, hasta México, Jerusalén, Damasco, etcétera, etcétera, nos va enumerando a lo largo de veinticinco poemas, una muestra de la intolerancia, la crueldad humana, el maltrato infantil, la violencia de género, el hambre, el abuso de poder… el mal en suma. Parece abarcar en estas crueldades todo el diabólico reino del infierno. Cada verso de estos 25 poemas es una tenaza ardiente que aprisiona el corazón hasta sacarlo por la boca como un parto. Es el horror instalado en la historia de la humanidad donde el hombre parece tener poco de humano y carecer de la supuesta chispa divina. Es una tragedia que justifica la expulsión del Paraíso. En la segunda parte es una niña quien narra el abuso infantil que sufre, desde todos los ámbitos circundantes. Los veinte poemas que componen esta parte carecen de títulos. ¿Cómo ponerles nombre? ¿Cómo nombrar lo innombrable? Son poemas que se leen conteniendo la respiración. Y conforman entre sí una enredadera de metáforas. «La niñez desvanece azul cobalto», precisamente azul que es el color de los sueños. Me cuesta atrapar el verbo para decir lo que siento al respecto. ¡Nada más execrable que asesinar la inocencia! Nos dice la poeta: «Soy … la única que sueña en este infierno». Sólo así puede sobrevivir el ángel, soñando en el infierno. Sólo soñando puede salvarse el hombre. Y de este modo la salamandra, alter ego de la autora, muere. La matan y sólo puede salvarse a través de los sueños, preñándose de la luz de las estrellas que guarda en su interior hasta que un día, cuando llegue el momento preciso, nos alumbre con ese renacer. En esta última parte es la salamandra la que habla. Nos dice Ida Vitale en cita inicial «Del frío al fuego/ cuánto vuelo, cuánto viaje», pregunta sin preguntar, y es en ese recorrido luciferino donde Díaz Margarit tiene que hacer su viacrucis, pasar su muerte e ir del dolor hacia la luz. «Soy salamandra que sigue caminando aunque la corten», nos dice la autora, hablan sus versos «para poder vivir Eros me legó el deseo del fósforo o una hiena».
La salamandra camina hacia el amor para regenerarse y renacer. El poemario se cierra con un largo poema, a modo de epílogo, donde la poeta deja a un lado todas las injusticias, todos los horrores, y «vuelve a escribir a oscuras, porque la luz del sol se está muriendo», y porque necesita ya escribir para salvarse. Tiene que enfrentar Eros contra Tánatos para no enloquecer de dolor. Nos lo dice con estos versos que son una pregunta hacia sí misma: «¿Cuánta lucidez cuesta un poema, cuánta locura?». Decía Octavio Paz que necesitamos la realidad que nos revela la poesía, la que aparece detrás del lenguaje. Pero hace falta una cierta locura para anular el lenguaje, que es lo que verdaderamente hace la poesía, operación que es insoportable y enloquecedora. Y sin embargo sin esa visión de la realidad, sigue diciendo Paz, ni el hombre es hombre ni el lenguaje lenguaje. Porque la poesía nos alimenta y nos aniquila. Pero todo esto, esa percepción de la realidad que atrapa el poeta (inspiración) sólo puede ser momentánea porque si no, no la resistiríamos. El ángel quemaría sus alas.
Carmen Díaz Margarit, El sueño de la salamandra, Ars Poetica, Oviedo, 2019.
La foto de portada es del Archivo de UNICEF
LA AUTORA
ENCARNACIÓN PISONERO (Villalba de la Loma, Valladolid). Se licencia en Filosofía y Letras, por la Universidad Complutense de Madrid. Entiende que la poesía y el arte visual son caminos confluyentes e interrelacionados, y se enfrenta al reto de escribir un poemario donde la expresión verbal sustituya a la representación visual, lo que se materializa en el libro El prisma en la mirada, sobre el que realizó su tesis doctoral Luís García Martínez, de la University Filadelfia (EE.UU.), bajo el título La Ékfrasis en la poesía contemporánea española: de Ángel González a Encarnación Pisonero. Edic. Devenir. Ensayo (2011). Los textos sobre Artes Plásticas los firma como Scardanelli. Miembro de las Asociaciones de Críticos de Arte. Patrona de la Fundación Torre-Pujales. MACCMO. Corme Porto (A Coruña). Cofundadora y miembro del Consejo de Redacción de la Revista Dispar-Art. En poesía ha publicado: El jardín de las Hespérides, Si se cubre de musgo la memoria, Adamas, A los pies del sicomoro, El prisma en la mirada, Líquido de Revelar, La estrella del anís, Abril es el mes más cruel, Permiso para embalsamar, Los niños amargo caramelo, Como un Lucifer vespertino.