Con el telón de fondo de una analogía entre el director de cine Orson Welles y la peripecia fiticia de El Quijote, el autor disecciona la última novela de Agustín Sánchez Vidal.
© JOSÉ LUIS PUERTO
Varios son los motivos por los que, al abordar el quehacer de Agustín Sánchez Vidal, nos llevan a asociarlo con la figura del italiano Umberto Eco. Ambos pertenecen a la Europa mediterránea, al tiempo que son profesores universitarios, que combinan la docencia, con el quehacer investigador, con el ensayo y –para lo que aquí más nos interesa– ambos son autores de novelas que crean apoyándose en referentes históricos y culturales.
Agustín Sánchez Vidal acaba de publicar Quijote Welles, su última novela, que se suma a títulos anteriores como La llave maestra (2005), Nudo de sangre (2008), Esclava de nadie (2011), o Viñetas (2016), que han merecido diversos premios y reconocimientos y que, algunas de ellas, han sido traducidas a distintos idiomas. A las que se suma ahora Quijote Welles, la obra que comentamos.
En algún momento de ella, el propio autor habla sobre “el milenario arte de contar historias”. Tal es el arte de todas sus novelas, marcadas por el gusto de narrar, que, en su caso, procede tanto de la tradición occidental a la que pertenecemos, como de una raíz campesina, en la que el arte de contar formaba parte inseparable de la vida y estaba marcado por una sacralidad que Agustín Sánchez Vidal implícitamente reivindica.
Aquí podríamos indicar cómo –en la obra que comentamos– aparece una suerte de poética de la novela y de la figura del propio novelista, que, puesta en labios del narrador judío-norteamericano Irwin Shaw (1913-1984), puede aplicarse al propio quehacer narrativo de Agustín Sánchez Vidal: “no soy un autor literario … Ni tampoco escribo best sellers … Mis novelas tratan de ganarse la amistad del lector, para, simplemente, susurrarle una historia al oído.”
Quijote Welles es una muestra conseguida de que el arte de narrar sigue vivo, ya que, mientras nuestra especie exista sobre la tierra, la narración, las narraciones fascinan al ser humano, pues –como nos enseñara el mito de Sherezade, en Las mil y una noches–narrar es uno de los muros más eficaces que el ser humano opone a la muerte. Mientras narramos, estamos vivos. Mientras más arde el fulgor de las historias, más se reavivan las brasas del existir de cada uno y del existir de todos.
Quijote Welles desarrolla una historia vertebral, de principio a fin, a la cual se suman, a modo de afluentes, para matizarla y enriquecerla, una serie de historias intercaladas o relatos episódicos, dentro de una estructura narrativa muy meditada y coherente, que enraíza, en cuanto a su composición, pero también en cuanto a algunos de sus asuntos –como no podía ser menos, tratándose de una historia quijotesca– , con la obra maestra cervantina.
Una joven periodista, Barbara Galway, que vive en Los Ángeles y que habla con fluidez varios idiomas, entre ellos el español, se propone realizar una biografía del director y actor norteamericano Orson Welles. Para ello, se sirve del arte periodístico de la entrevista con el propio personaje, a través del que descubre, por una parte, la pasión y amor que tiene por España y, por otra, su empeño –que terminamos viendo imposible (el molino de viento se le termina consiguiendo en un gigante al que no consigue vencer)– de realizar una película sobre el Quijote.
Para salir a flote con tal empeño biográfico, la periodista se sirve de diversas herramientas (entrevistas, cartas y testimonios de diversos tipos) que, a modo de historias intercaladas o relatos episódicos –como en el Quijote, al igual que el del arte del diálogo, que vertebra la novela cervantina–, van perfilando, matizando y enriqueciendo no solo la propia personalidad de Orson Welles, sino también toda su obra cinematográfica (de la que se nos da diríamos que ordenada noticia) y su empeño imposible de realizar una película sobre el Quijote.
La novela, tanto en la historia que la vertebra, como en las secundarias que la enriquecen, se desarrolla en mil escenarios (entre América y Europa; esos ‘mille plateaux’ de que hablara Gilles Deleuze) y en distintos tiempos. En las historias complementarias van apareciendo y desapareciendo diversos personajes, más o menos conocidos, de la vida cultural y cinematográfica occidentales, entre otros –hay muchos más– Miguel Delibes, Charlton Heston o John Huston, Pier Paolo Pasolini (del que se nos da una imagen vibrante y reivindicativa), Irwin Shaw, o Sergio Leone, entre otros.
A lo largo de la novela, se nos plasma una implícita y sostenida analogía entre Don Quijote y Orson Welles. Esta último habla de la vieja tradición americana de los ‘mavericks’, esos animales no marcados que viven en libertad. Ambos personajes –el de ficción y el real–, cada uno a su manera, son ‘mavericks’, esto es, alguien que “sigue su propio camino, pero no piensa que sea el único, ni proclama que sea el mejor, excepto para sí mismo”. Hay un continuo juego de espejos entre uno y otro, que la novela potencia.
Y, ya que hablamos de camino, de juego de espejos y del arte del relato, conviene mucho a esta obra la bien conocida definición stendhaliana de la novela como “espejo a lo largo del camino”. Tanto Don Quijote como Welles persiguen en sus andanzas un objetivo imposible: el primero restaurar una edad de oro, una Arcadia; realizar una película, sobre Don Quijote, el segundo, una suerte de Rosebud inalcanzado.
La genial y contradictoria figura de Orson Welles –tanto por sus propias declaraciones, como por los testimonios de personajes de distinto tipo que lo conocieron, que la novela documenta– se nos muestra con sus luces y sombras, con sus claroscuros, con sus múltiples aristas. Y ello lo realiza el autor de modo perspectivista, enfocando la figura desde diversos ángulos.
Es un verdadero ‘héroe de las mil caras’ (según expresión del mitógrafo norteamericano Joseph Campbell), rasgo que cuadra asimismo muy bien a Don Quijote, pues la errancia y la sed de absoluto los define muy bien a ambos. El propio Welles nos dice: “soy un fallo del Sistema, que no he encontrado mi sitio”. También se recalca que: “Pronto se vio encarcelado en su propio cuerpo y en su mito. Forma parte de su carácter.” Y, al propio tiempo, se alude a que, como epitafio, se le podría aplicar lo que, al final de Sed de mal, indica Marlene Dietrich: “Era un hombre como ningún otro, diga lo que diga la gente”.
Hay un ‘leitmotiv’ que recorre la novela, asociado a la figura de Welles, que es el de la sombra inmóvil, que ya aparece en su intervención como Harry Lime, en El tercer hombre. El apellido Gallway de la periodista que lo entrevista significa ‘Valle de las Sombras’ y el mismo valle –según el propio Welles– aparece en los montes de la Luna del Quijote. Shakespeare definía la vida humana como una sombra que pasa; sombra que aparece también en Mallarmé. Los primitivos la consideraban como su alma. Y, para Jung, sería una personificación de la parte primitiva e instintiva del individuo.
Otro de los ‘leitmotiv’ de la novela –con una gran carga moral y crítica– es el de la elegía o lamento por la pérdida de “las Arcadias de la cultura mediterránea”, de la Edad de Oro de tal cultura, así como de lo sagrado que la acompañaba. Y tal pérdida se ha producido por esa “cultura de la codicia” de la colonización norteamericana de la Europa mediterránea (España e Italia, particularmente), que ha devastado nuestra cultura, en la que, por ejemplo, –como indica el autor– “Todas las cosas importantes de la vida son gratis: el sol, el mar, el surf, el amor…”. Mientras que “Lo que importa en América es el dinero, sólo a través del dólar confían en Dios.” Aunque lo dejemos meramente apuntado, aparece muy matizado y tiene una gran importancia en la novela.
Y aquí viene a cuento –aunque puesta en labios de Welles, muy aplicable a nuestra realidad, tan patriotera– una certera alusión al patriotismo: “Me considero compatriota de aquellos cuya compañía aprecio, cuyos libros he leído, cuya conversación me agrada, cuyas pinturas me fascinan, o con los que me gusta compartir comida y vino.”
Una novela que puede también ser entendida como una verdadera silva de varia lección (en expresión de nuestro clásico Pedro Mexía), sobre el cine, la literatura (esas sutiles y lúcidas interpretaciones sobre el Quijote, por ejemplo), el arte moderno, las fibras sintéticas con las que nos colonizan los americanos, las máquinas, la cultura católica (en contraposición con la pragmática ética protestante), el modo de ser de los españoles (que también está siendo borrado por las colonizaciones)… En esta silva, destaca el pulso ensayístico e interpretativo de Agustín Sánchez Vidal, así como su sabiduría.
El desarrollo narrativo de la obra es ágil, pero denso; su lenguaje es rico y muy preciso, como corresponde a un autor de origen salmantino, que ha desarrollado su andadura vital, profesional y de docencia universitaria en Zaragoza.
Podríamos calificar la obra como una novela-reportaje. Un modo muy contemporáneo de narrar. Y aquí nos surgen, como destacadas cultivadoras del mismo, entre otras, las figuras de la gran mexicana Elena Poniatowska, o de la bielorrusa Svetiana Aleksiévich.
Quijote Welles, la última y reciente novela de Agustín Sánchez Vidal, frente a tanta novela anecdótica, es una obra, además de bien estructurada y con una narración sostenida, que plantea cuestiones sustanciales que nos conciernen, tanto a los españoles como a los europeos. Y es, al tiempo, un logrado hito más en su andadura de narrador.
Agustín Sánchez Vidal, Quijote Welles, Madrid, Fórcola, Fórcola/Ficciones, 11, 2020.
EL AUTOR
JOSÉ LUIS PUERTO (La Alberca, Salamanca, 1953). Es poeta, ensayista y etnógrafo. Licenciado en filología románica por la Universidad de Salamanca. Ha recibido recientemente el Premio Castilla y León de las Letras. Obra poética publicada: El tiempo que nos teje (1982), Un jardín al olvido (1987, accésit del Premio ‘Adonáis’), Paisaje de invierno (1993, Premio ‘Ciudad de Segovia’ de Poesía), Estelas (1995), Señales (1997, Premio ‘Jaime Gil de Biedma’ de Poesía), Las sílabas del mundo (1999), De la intemperie (2004), Proteger las moradas (2008), Trazar la salvaguarda (2012), La protección de lo invisible (2017) y Abecevarios (2018, poesía pintada). Prosa de creación: Las cordilleras del alba (1991), El animal del tiempo (1999), Un bestiario de Alfranca (2008) y La casa del alma (2015). Como etnógrafo, tiene publicados libros sobre ritos festivos, religiosidad popular y, sobre todo, tradiciones orales (cuentos, romances y leyendas).