Un acercamiento a la literatura de Miguel Delibes en el centenario de su nacimiento. De La sombra del ciprés es alargada a El hereje, obra en la que el autor se detiene de modo muy especial.
© PEDRO GARCÍA CUETO
Transitar por la obra de Miguel Delibes es descubrir mil matices que el gran escritor vallisoletano sabía transmitir. Hay en Delibes un espacio de libertad, donde las palabras cobran un vuelo alto, se enriquecen ante un universo de seres que son muchas veces espejos de todos nosotros.
Los santos inocentes, El disputado voto del señor Cayo, Las ratas, El camino o La sombra del ciprés es alargada, entre otras muchas, son novelas que llegan adentro a través de personajes rurales, que viven el temprano impulso de sus deseos. No olvida Delibes la crítica social, tan presente en muchas de sus novelas, el clasismo de una sociedad marcada por la dictadura de Franco. No en vano fue director del Norte de Castilla y tuvo que enfrentarse a la censura de un régimen bien organizado para impedir la libertad de expresión.
Me quiero centrar en El hereje, una novela posterior, pero que también aporta grandes riquezas en una prosa elaborada, como toda la obra del escritor, y también una crítica social. La Inquisición en su punto álgido en una España oscurantista, que fue la dominadora del mundo, para dejar de serlo, por la mala praxis de los gobernantes españoles. En esta idiosincrasia que caracteriza al político español nos hallamos todavía, envueltos en contradicciones, en madejas imposibles de desentrañar.
La novela de Delibes sigue estando vigente porque el espíritu de denuncia sigue presente, hace falta algo más que argumentos amenos en un libro, la mirada seria y rigurosa de un creador que sigue impactando a través de sus personajes. Inolvidables Paco, el Bajo, Azarías, Pedro, Daniel el Mochuelo, Roque el Boñigo, personajes que han crecido con nosotros, los que leímos ya en los años ochenta, al empezar el Bachillerato nuestro El camino, por poner un ejemplo. Se quedó en nosotros la huella de aquellos seres que comenzaban su periplo vital, iniciático, a través del demiurgo que siempre fue Delibes.
En El hereje crea la historia de Cipriano, hijo de Don Bernardo Salcedo y doña Catalina Bustamante, nacido en 1517, cuando el mundo se prepara para el auge del protestantismo, un movimiento que revolucionará la Iglesia de la mano de Lutero. La jerarquía eclesiástica tiembla con ese avance de crítica poderosa a un mundo omnipotente que representan el Papa.
Huérfano de nacimiento, porque sus padres no atenderán al hijo, todo su afecto lo lleva su nodriza Minervina. Poco a poco se convierte en un próspero comerciante pero también en un adepto del protestantismo lo que le llevará a la Santa Inquisición por herejía.
Con estos mimbres, Delibes traza una novela interesante y con rica prosa, con una gran descripción de personajes y de ambientes, que avanza a lo largo de casi quinientas páginas.
Con esta pericia describe al bebé Cipriano: “A un niño de nueve meses no se le podía poner en pie si no quería arquearle las piernas para el resto de su vida. Las piernas de un niñito de esa edad eran como de gelatina, incapaces de soportar su propio peso sin resentirse”.
Cuando Minervina, la nodriza, lloraba porque veía al niño subirse con energía de su posición recostada y bajarse de la cuna, ya vemos cómo describe Delibes a sus personajes.
También podemos ver en la novela una gran pericia para describir la ciudad de Valladolid donde transcurre la historia. No hay que olvidar que fue Corte en aquella época: “El frenético ritmo de edificación hizo surgir en todas partes nuevas manzanas de casas, utilizando todos los espacios cerrados, patios y jardines, como los terrenos abiertos de los arrabales. Para Cipriano Salcedo y sus convecinos constituyó un motivo de orgullo la transformación de su barrio, desde la Corredera de San Pablo a la Judería, próxima al Puente Mayor”.
El hereje una novela donde no abundan los diálogos pero sí la prosa que va calando, para hacernos partícipes de la locura de la Inquisición.
La persecución que el Doctor, otro personaje importante, por sus ideas protestantes y Cipriano se expresan en la novela. La trama va in crescendo, nos cuenta cómo prospera Cipriano pero también cómo se va gestando un movimiento de censura y represión hacia todos los herejes: “Las sensaciones de persecución y aislamiento prevalecían sobre todas las demás. Una noche emborronaron con pintura el letrero rojo de la fachada y el Doctor subió a casa más entonado, como si hubiese borrado con él los malos pensamientos de la conciencia del responsable”.
Todo lo que va ocurriendo pasa por la pluma de Delibes, la sensación de hostigamiento, la incultura de la sociedad, en una novela donde no abundan los diálogos pero sí la prosa que va calando, para hacernos partícipes de la locura de la Inquisición.
De nuevo, como en sus otras novelas, Delibes crea un universo de seres desvalidos, cuya situación personal se halla arrinconada por un mundo opresivo que les cosifica. Así ocurría con el poder omnímodo de los señoritos en Los santos inocentes, por poner un ejemplo, frente a los campesinos, maltratados y ridiculizados hasta la saciedad.
El mundo de las torturas cuando Cipriano es detenido también aparece en la novela, como muestra este párrafo:
“El objetivo de la garrucha era desarticular al torturado en virtud de su propio peso, pero el verdugo no contaba con que el cuerpo de Cipriano era liviano, y nervudas sus extremidades de modo que la suspensión, al ser capaz de flexionar fácilmente sus brazos, no produjo efecto alguno”.
El rigor de la descripción que Delibes lleva a cabo como un entomólogo que mira al ser que disecciona nos asombra y muestra al gran escritor que hay en su prosa esmerada y a la vez amena y comprensible para todos.
No elude, casi al final de la novela, la descripción del pueblo que contempla el paso de los herejes a la muerte, lo que enfatiza a una sociedad inculta y agresiva que se deleita con el dolor de los demás. El espíritu de crítica de Delibes a una sociedad bárbara como la española queda de manifiesto: “Le llamaban hereje, pelele, loco, más él lloraba y, en ocasiones, sonreía al referirse a su destino como una liberación. Las mujeres se santiguaban e hipaban y sollozaban con él, pero algunos hombres le escupían y comentaban: ahora tiene miedo, se ha ensuciado los calzones el muy cabrón”.
Mujeres en los balcones, chiquillos incluso viendo el paso de los herejes, todo ese mosaico de seres que quieren ver la muerte del otro, están en la novela de Delibes. La crueldad humana se pone de manifiesto en estas duras páginas.
Como conclusión, me gustaría señalar que Delibes ha sabido ver el alma humana, su grandeza y su miseria. Como el gran Galdós, ha sabido construir una arquitectura de palabras firme que triunfa en tantas novelas inolvidables.
En su centenario, leer a Delibes es paladear la buena prosa de uno de nuestros mejores escritores. Delibes no muere siempre que esté en nuestra memoria.
EL AUTOR
PEDRO GARCÍA CUETO. Ensayista español (Madrid, 1968). Doctor en filología y licenciado en antropología por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Docente en educación secundaria en la Comunidad de Madrid. Crítico literario y de cine, colaborador en varias revistas literarias y de cine, autor de dos libros sobre la obra y la vida de Juan Gil-Albert y un libro, La mirada del Mediterráneo, sobre doce poetas valencianos contemporáneos.