Una entrevista en La Bañeza | Antonio Colinas, la realidad trascendida

Del 26 al 28 de agosto de 2020 se celebró en La Bañeza (población de la provincia de León a la que la reina María Cristina concedió el título de ciudad en 1895) un necesario e interesantísimo curso de verano, el primero organizado por la Universidad leonesa y titulado: “La obra poética de Antonio Colinas, origen y universalidad”.
© ANA RECIO MIR

El curso estuvo dirigido por los doctores Juan Matas Caballero y Antonio-Odón Alonso Ramos y fue patrocinado por esa institución, el Ayuntamiento de La Bañeza, el Instituto de Investigación Humanismo y Tradición Clásica, el Departamento de Filología Hispánica y Clásica, la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC), La Casa de la Poesía de La Bañeza (Fondo Cultural Antonio Colinas) y la empresa Luengo Asensio.

El bañezano, creador de una vasta obra desplegada en todos los géneros, ha recibido infinidad de distinciones a lo largo de su vida. Entre otras muchas: el Premio de la Crítica de Poesía Castellana de 1976 por Sepulcro en Tarquinia; el Nacional de Literatura por Poesía (1967-1980); el Castilla y León de las Letras 1998; el Nacional de Traducción 2005 del Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia, por haber vertido al italiano la poesía completa del Nobel Salvatore Quasimodo o el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2016 al conjunto de su obra.

En 2019 viajó tres veces a Italia, para un acto en la Universidad de La Sapienza y para recoger también dos galardones: el Lerici Pea Golfo dei Poeti, en la región de Liguria el pasado septiembre, por ser “uno de los poetas más significativos de la poesía europea de los últimos 50 años”; y en diciembre de 2019, en el Senado de la República de Italia situado en el Palazzo Madama de Roma, el IX Premio Dante Alighieri al conjunto de su obra. Tanto el premio Lerici, como el Dante Alighieri, son premios internacionales que se conceden a la obra de toda la vida de un escritor o poeta y que, por vez primera, ha recibido un español.

Su compromiso con la palabra le llevó en 2018 a donar su archivo personal y su biblioteca a su localidad natal, con el fin de cooperar a la creación y promoción de La Casa de la Poesía (Fondo Cultural Antonio Colinas), que tendrá su sede en un edificio modernista que ahora está en obras y que también alberga el Museo de las Alhajas.

Su compromiso con la palabra le llevó en 2018 a donar su archivo personal y su biblioteca a su localidad natal, con el fin de cooperar a la creación y promoción de La Casa de la Poesía de La Bañeza.

Son las 7 de la tarde del 27 de agosto y el poeta, un ser entrañable y generoso, apacible y paciente, educado y exquisito, tiene una palabra amable con todo el mundo. Como todos los grandes, es una persona sencilla, nada egocéntrica. Carece por completo de vanidad: ninguno de sus premios figura en la edición de su Obra poética completa, publicada en 2011 por la editorial Siruela. La exquisita portada del volumen, obra de la alemana Gloria Gauger, plasma el “Retrato de Simonetta Vespucci” de Boticelli, a la que el bañezano inmortalizó en el primer poema de Sepulcro en Tarquinia. Va vestido con una camisa de un blanco inmaculado. Nos brinda su precioso tiempo, a pesar de que debe de estar cansado, pues de la mañana a la noche atiende a todo el mundo.

El edificio gris de la derecha es el Museo de las Alhajas de La Bañeza en la Vía de la Plata. Se están haciendo obras para que albergue también La Casa de la Poesía

ANA RECIO: ¿Cuándo comienzas a escribir? ¿Guardas tus primeros escritos?

ANTONIO COLINAS: Mi primer poema lo escribí en Córdoba a los 16 años. Era un poema de adolescente. Luego escribí otros y los conservo en algunos cuadernos, esos cuadernos que uno piensa si los rompe o los guarda. Lo que me motivó a escribir fue el mundo del adolescente, el contacto con el profundo sur de Córdoba, una poesía muy sometida a influencias de los autores que me interesaban entonces: Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda, algunos clásicos, los poetas cordobeses del Grupo Cántico…

AR: Fuiste Lector de español en Milán y en Bérgamo. ¿Guardas alguna anécdota entrañable de autores o de profesores que hayas conocido allí? Sepulcro en Tarquinia lo empezaste a escribir en el Café Tasso de Bérgamo.

AC: Sí, lo escribí allí en parte, y luego en Milán. Nada más llegar a Italia comencé a hacer una serie de entrevistas a escritores que vivían allí o que estaban de paso por la ciudad. Fueron mis comienzos periodísticos que, desde la objetividad, creo que fueron para mí decisivos, brillantes. (Hay que tener en cuenta que mis cincuenta años de creación literaria han ido unidos a la vez al ejercicio del periodismo, la crítica literaria y la traducción). Hice una entrevista a Eugenio Montale, otra a Neruda, que vino dos años antes de morir a Milán a presentar uno de sus libros, Fin del mundo (Fine del mondo), el más “ecológico de los suyos”. Lo presentó en la milanesa librería Rizzoli y la entrevista quedó muy larga; por esa razón no salió en ningún periódico y la publicó la Revista de Occidente. En Venecia tuve un encuentro, y de él nació otro artículo, con el poeta norteamericano Ezra Pound. Algunos piensan que es un ejercicio literario más, y que me habría encontrado con él como me podría haber encontrado con Casanova o con Novalis. Pero no, lo conocí personalmente y lo entrevisté en Venecia, en mayo del 72. Allí fui acompañado por un profesor de la Universidad de Padua. Pound nunca hablaba y nos habló poco. Tras regresar a Italia pronunció aquella frase de “Tiempo de hablar, tiempo de callar”, que cumplía a rajatabla. Estuvo presente su mujer, la violinista Olga Rudge. El encuentro dio también lugar al poema “Encuentro con Ezra Pound”[1]. Entrevisté también a Giorgio Bassani y a Miguel Ángel Asturias. Luego, algunos amigos o lectores han visitado Venecia y han llegado hasta la casa de Pound utilizando de guía mi poema. La extraordinaria violinista Lina Tur y el protagonista del curso junto a Juan Bautista Rubio, director de El Adelanto Bañezano tras su concierto-recital. Allí también entré en comunicación con algunos profesores. Con algunos he tenido luego amistad, como con Giovanni Caravaggi, catedrático de español en Pavía y Bérgamo, y gran especialista en las obras de Jorge Manrique y San Juan de la Cruz. Yo fui a Italia de una de manera muy circunstancial, como profesor invitado -como luego he ido a otras universidades extranjeras- invitado para hacer una sustitución de seis meses, de enero a junio, sin ningún interés ni afán académico, y sin saber que allí me iba a quedar cuatro años. Por la inicial Universidad de Bérgamo pasaron en aquellos días profesores de la talla de Vittore Branca, estudioso de Boccaccio, o Margarita Monreale. En Italia conocí también a Alberti. Fue durante una semana que le dedicó la ciudad de Parma, con recitales, conciertos y una conferencia que dio. Fuimos un grupo de alumnos y profesores de Milán para asistir sobre todo a la representación de una de sus obras de teatro.

Y ahora he vuelto a veces a Milán y a Roma. Este último año he estado tres veces, la última el pasado diciembre para recibir el Premio Dante Alighieri, la primera vez que se concede a un escritor español a la obra de toda una vida. Fue un acto muy emotivo porque se entregó en el Senado de Roma.

AR: ¿Qué recuerdos tienes de Vicente Aleixandre y de María Zambrano?

AC: Son las dos personas que considero mis maestros. A Aleixandre más en el campo de la poesía y la literatura; a Zambrano más en el del pensamiento. A Vicente lo conozco cuando llego a Madrid a los 18 años e hice eso que hacíamos algunos jóvenes poetas, le llamábamos y él decía: “Pues venga Ud. por aquí pasado mañana”. Y no sabía que iba a ser una amistad hasta su muerte. Cuando Aleixandre muere, yo estaba en Madrid de paso y me acerqué a la clínica donde estaba. El día antes de su muerte fui al hospital, y cuando llego a la puerta me encuentro con Dámaso Alonso, que venía también a verlo. Dámaso me saludó y nos dejaron pasar a los dos a la UCI, tras ponernos la bata y el gorro de plástico. Él estaba con los últimos estertores, respirando mal, y Dámaso le dijo a la doctora: “Señorita, ese ruido que hace, ese ruido que tiene…”, y ella contestó: “No, eso no tiene importancia. Es el aparato que tiene puesto”. Pero no, eran sus últimos gemidos y al día siguiente murió. A María Zambrano la conocí cuando vivía en Ginebra todavía, estaba en el exilio y hubo una sintonía muy especial, una amistad muy ideal hasta que regresa a España y nos seguíamos viendo en Madrid. Todo lo que puedo decir de ella está escrito[2]. Frutos de esa amistad fueron primero un poema dialogado[3] La muerte de Armonía, del que un compositor y organista inglés, David Hoyland, ha hecho una ópera. Es un poema dramatizado y su protagonista (Armonía) no es otra que María Zambrano. Luego, le dediqué todo un libro.

Plaza Mayor de La Bañeza

AR: ¿Qué horas son las más fértiles para escribir?

AC: Cuando hago un trabajo de creación, poesía, por ejemplo, no tengo horarios. Puedo escribir a cualquier hora y en cualquier lugar. Luego he ido sistematizando un poco mis horarios y ahora suelo escribir por la mañana. Me levanto, me pongo a las 8,30 o 9, y un poco como un oficinista, hago lo que yo llamo “el trabajo obligado”, los textos en prosa, artículos, etc. Pero el trabajo de inspiración, puedes ir en un tren, estar en un acto o paseando por el campo. El poema se desencadena de una forma muy curiosa: uno siente una voz, me viene un primer verso. No sé si los antiguos decían que era ese verso “que nos dictan los dioses” y en mí se desencadena así el poema: viene un primer verso y luego le vas dando forma y sale el poema, y sigues con los poemas y sale el libro.

Uno siente esa voz interior, acaso muy pronto, acaso en la infancia. Cuando me llevaban al pueblo de mis abuelos, al principio me llevaban siempre los veranos; luego llegó un momento en que iba solito en el autobús. Llamaban por teléfono a la centralita a mi tía para que me salieran a esperar: “Que va el niño para allá”. Entonces, yendo solo en el autobús de niño, ese recuerdo en el autobús de línea que entonces tardaba una hora -ahora tarda quince minutos- y esa contemplación de los encinares, de las labores agrarias, como la vendimia o la trilla, la naturaleza, me influyeron, me hicieron ver de otra forma el mundo. La contemplación es la realidad trascendida. La realidad es la que ven los ojos, pero también queremos ir siempre más allá. La naturaleza nos ayuda a ello, es como una fuente que no deja de manar y de proporcionar información al escritor.

AC: ¿Y corriges mucho, Antonio?

AR: Cada vez corrijo más. La de corregir es otra fase de la creación, que implica una mayor exigencia. Al principio, en un libro como mis Preludios a una noche total, los poemas brotaban de un tirón.

AC: De todos los premios recibidos en tu vida, que han sido muchos, ¿cuál te ha emocionado más?

AR: Diría lo que se dice de los hijos: que se quiere a todos y todos suponen un estímulo. Desde que me dieron el accésit del premio Adonais, sentí un gran estímulo. Pero yo recordaría, quizá por su proximidad, el Dante Alighieri, por la importancia del mismo,  por mi unión a Italia y por mi interés hacia la obra de Dante. Ha sido, en verdad, un “cruce astral”. Este premio se va a completar con la edición de una antología de mi poesía, que prepara la profesora Isabella Tomassetti. También en Alemania está preparando otra Petra Strien.

AR: En tu caso, ¿qué estado de ánimo propicia la creación, la tristeza o la alegría?

AC: A veces estos sentimientos influyen mucho en los poetas: la nostalgia, el pesimismo, pero no especialmente la tristeza. Últimamente una de las cosas que digo es que escribir es para mí un viaje hacia la plenitud del ser, una búsqueda de la plenitud de ser a través del poema. Lo que deseo ahora es buscar la plenitud escribiendo. Y en la búsqueda de la plenitud no debiera haber, al final de esa búsqueda, ni pesares, ni dolor, sino un gozo muy especial: haber realizado nuestra vida, haber sido lo que teníamos y queríamos ser, un poeta.

Noche más allá de la noche lo escribí en una etapa muy dura de mi vida, complicada por un problema de salud que tuve entonces y lo terminé con este verso: “Adiós a la palabra, escoria de la luz”. Pensé entonces que no iba a escribir más, que ya lo había dicho todo, pero la palabra regresó. Y ahora vuelve y sigue la palabra con mi nuevo libro, que acaba de ver la luz a mediados de septiembre: En los prados sembrados de ojos.

AR: ¿Qué crees haber aportado con tu obra?

AC: Quizá el desarrollo de esa voz que yo ya sentía de niño o de adolescente. Le he ido dando forma a través de los sucesivos libros, planteándome los problemas esenciales del ser: el amor, la muerte, la naturaleza, el tiempo, el más allá… En la vida he sido lo que he querido ser y hubo que ir superando esas etapas juveniles en que estás algo desnortado. Recordar ahora la adolescencia no me gusta, prefiero la etapa en que me encuentro ahora, la madurez. En fin, en la vida hay que pasar por una progresión de re-nacimientos, de sucesivas iniciaciones, y a ellas hay que irles dando forma con la escritura. Es lo que Jung reconoció tan vivamente como “el proceso de individuación”, el de llegar a ser, en profundidad y en plenitud, lo que cada uno debemos ser.

AR: ¿Te ayuda a escribir la música?

AC: A veces sí. También he mantenido un diálogo con las otras formas del arte, como la pintura. Esa es una característica de mi obra: la música y los músicos como tema (aquí J. S. Bach, sobre todo) y la “música” del verso, el ritmo del mismo, el sentido órfico de mi poesía, que para mí siempre es primordial, incuestionable. El profesor José Enrique Martínez ha hecho estudios sobre la pintura en mi obra y en la música clásica hay determinados autores que me han marcado mucho, además de Bach, Häendel o los barrocos italianos.

AR: De todas las veces que has venido a La Bañeza supongo que esta es la más emotiva, ¿no? El hecho de que haya un curso sobre tu obra…

AC: Sí, estoy sorprendido de que se haga aquí un curso sobre mi obra poética. Hay algo un poco traumático en los regresos porque, en cierta medida, no es la ciudad de mi infancia. La ciudad progresa, pero ya ha dejado de ser aquella ciudad de huertas, de ríos[4]… Nos bañábamos en el río, bebíamos sus aguas, aquel mundo de las bicicletas, de la adolescencia. Se vivía y se aprendía en la calle. Era una ciudad modernista, neomodernista, que ahora solo vemos en la plaza… En la época del desarrollismo urbanístico se alteró mucho. Bueno, eso también es el progreso, ¿no? Mi mujer, María José, me dice: “¡Si aquella es la misma Bañeza que la de ahora…!”. Y no, no es la misma. Y claro, es que tampoco nosotros somos los mismos. También sucede que he vivido mucho tiempo fuera de ella. Salí de aquí a los quince años con una maleta que pesaba más que yo, porque entonces no había un instituto en la ciudad. Ahora tenemos dos, por fortuna. Y ahora vivir en Salamanca ha supuesto un reajuste. A todos los que son ya más jóvenes que yo no los conozco. Te saludan amablemente y les pregunto: “¿De quién eres hijo? ¿de quién eres nieto?”. “Soy nieto de tal” -me responden-. Y les digo: “A tu padre lo conozco, y a tu abuelo”. Es una sensación muy extraña.

Luego ha surgido esta grave historia de la pandemia y estamos muy preocupados. Dice precisamente Juan Matas, uno de los directores del curso, que de no ser por ella podía haber tenido cien matrículas; pero ha llegado a las cuarenta. Hay gente que ha llamado incluso del extranjero, que quería venir, pero por el viaje, la distancia, y algunos incluso medrosos un poquito, al final no han venido. Hay que ser muy precavidos, pero a la vez hacer lo posible por seguir viviendo en la normalidad. La celebración sin incidentes del curso apunta en este sentido.

AR: Llama la atención la vida cultural de La Bañeza: tiene un teatro, un cine, varios museos.

AC: Sí, aquí se han hecho, después de que se ha abierto la ciudad, un centenar de actos al aire libre: conciertos, y en el teatro también estuvieron compañías como Els Joglars, pero siempre con estas medidas ineludibles de la mascarilla, el gel y la distancia, que son básicas.

AR: Pronto vas a sacar un libro en Siruela ¿no? Se trata de un nuevo libro de poemas.

AC: Sí, lo esperábamos para septiembre y precisamente ayer he recibido por mensajería el primer ejemplar del mismo. Se trata, como ya he dicho, de En los prados sembrados de ojos, publicado en la editorial Siruela. El librero Arlequín, de aquí, de La Bañeza, estaba luchando para tenerlo para el curso, pero se ha debido rehacer la portada, obra de la exquisita y profesional alemana Gloria Gauger, una portada que es con dos planos, con dos imágenes superpuestas, pero que ha sido muy especial, como lo fueron las de otros libros mios editados por Siruela: La simiente enterrada (Un viaje a China), El sentido primero de la palabra poética o la del libro que escribí de mi maestra, Sobre María Zambrano, misterios encendidos.

AR: ¿Cómo te gustaría ser recordado, Antonio?

AC: Bueno, no sé. He trabajado mucho. Iba a decir que como un simple trabajador, pero no se entendería. Se puede decir de mí cualquier cosa menos que no haya trabajado en mi profesión de escritor. Así que eso, como un trabajador que quiso ser lo que ha llegado a ser. Con no pocas dificultades, claro, algunas muy duras. Pero de estas no vamos a hablar ahora.

Y agradeciéndole su generosidad, no le robamos más tiempo.

NOTAS:
[1] El poema forma parte de su libro Sepulcro en Tarquinia.
[2] Antonio Colinas: Sobre María Zambrano. Misterios encendidos. Ed. Siruela

[3] Recogido en su Obra poética completa. Ed. Siruela. Págs. 531-542.
[4]La Bañeza se extiende en una llanura rodeada por los ríos Duerna, Órbigo y Tuerto. La vega del Órbigo-Tuerto está al sur de la provincia, cercana al Teleno, montaña amadísima y ascendida por Antonio Colinas, la cima más alta de los montes de León y del noroeste peninsular.


LA AUTORA

ANA RECIO MIR es profesora de Lengua y Literatura en Sevilla. Se doctoró en Filología Hispánica en la Universidad hispalense en 1997 con una tesis sobre la poesía última de Juan Ramón Jiménez. En 1992 fue premiado su libro El cine, otra literatura por la Delegación de Educación de Huelva y la Asociación de Industrias Químicas y Básicas AIQB. Ha publicado los siguientes títulos: Juan Ramón Jiménez, el exilio y la piedra de Moguer (Fundación J.R.J, 2001) y Símbolos e imaginario último de Juan Ramón Jiménez (Diputación de Huelva, 2002). Es autora de la primera edición crítica de Bonanza del Nobel andaluz (Fundación J.R.J, 2000). En 2009 tradujo y adaptó para Anaya El corsario negro de Emilio Salgari. Ha trabajado en la película de Antonio Gonzalo La luz con el tiempo dentro (2015). Es coautora, entre otros, de los libros Miradas de mujer (1996), Ocho calas en la Literatura de la Generación del 98 (1999), y de la antología poética Una flor todavía (Fundación Cajasol, 2019).