Sobre los usos actuales del lenguaje, el autor nos aproxima a la necesaria combinación, en la labor del escritor, de la lengua culta propia de nuestra tradición literaria con el lenguaje que se utiliza en la calle. Estar alerta.
© LUIS MARTÍNEZ DE MINGO
Permítaseme este título como homenaje al gran Isaías Lafuente, que ha convertido su programa en faro de referencia y en el que, como dice Juan Cruz, es un honor que te citen como trasgresor, por el humor con que lo hace; libre siempre de pedantería y del rigor de la censura. No se le ocurre al bueno de Isaías convertir en casus belli la diferencia semántica entre los sinónimos “oyente-escuchante”, como sí hace Pepa Fernández en RNE, porque ya hace muchos años que en el habla coloquial se ha optado por el primero y porque, como le replicó un día un tertuliano a la periodista: “¿Entonces habría que decir “escuchantía” o «escuchancia» en lugar de audiencia?” El problema empieza cuando nos preguntamos qué calado social tiene, a quién sirve el programa de U.V.L. Entendemos que sólo les vale a los avisados, a los que lleva puesto, como un audífono, el bucle reflexivo y, por tanto, dudan, comparan y corrigen. ¿Les sirve, por ejemplo, a los bachilleres en general, a los universitarios de informática, a los periodistas deportivos? Volveremos aquí, planteemos el problema.
Todo escritor tiene que tener un oído en la calle y el otro en los libros, de lo contrario terminará hablando como un libro. Lo tuvo Cervantes en el Quijote y lo tuvo Quevedo en La culta latiniparla o El Buscón.
Y es que, claro, para perfilar una cuestión tiene que haber perspectiva y en este caso aparece nítidamente cuando se viaja a ciudades como Bogotá, Lima o México DF, por ejemplo. Y no es sólo porque utilicen lo que aquí ya serían arcaísmos riquísimos, también por el uso del subjuntivo, los conectores y, sobre todo, por la flagrante ausencia, clamorosa ausencia de anglicismos en el habla de la calle. Salta al audífono la “comparativa” (abuso supongo que casi aceptado de substantivación de adjetivo) con Madrid o Logroño. Aquí podría terminar el artículo, porque si hacemos una lista de los angli-gazapos, verbigracia en deportes, informática, economía y moda, la lista nos llevaría en volandas al punto final (que no punto y final, nombre y adjetivo unidos por una conjunción, que sólo era prerrogativa de los maestros al final de los dictados). Pondré quince –selecciono- y ustedes añaden los que quieran. Y en todos los casos con la palabra española equivalente: pins (insignias), paquet-lunchs (bocadillos), business (negocios), tupper-ware (fiambrera), aerobic (gimnasia), bacon (tocino), handicap (inconveniente), plum-cake (bizcocho), feelings (sentimientos), kleenex (servilleta), pantys (medias), slips (calzoncillos), footing (correr), ranking (escalafón). ¿Cuántos van? Faltan dos, vale: walkman (auriculares) y baby-sitters (niñeras). ¿Qué hay debajo de eso? Pues sencillamente una pleitesía al turbo-liberalismo, una seudo-pedantería, y más hondo aún, un complejo de inferioridad ante el inglés. Se rió de ello con empaque el gran García Hortelano, en El gran momento de Mary Tribune, y también Martín-Santos en Tiempo de silencio, pero, claro, quién lee hoy a esos clásicos. Por cierto, que fue el autor de Gramática parda el primero en confesar que le gustaba el fútbol. Todo escritor tiene que tener un oído en la calle y el otro en los libros, de lo contrario terminará hablando como un libro. Lo tuvo Cervantes en el Quijote y lo tuvo Quevedo en La culta latiniparla o El Buscón, y por ahí va lo que queremos señalar aquí: la actitud crítica o la competencia lingüística de tantos jóvenes escritores que proliferan hoy. Casi la primera cata que hacemos los ya escritores avezados es comprobar hasta qué punto, el joven “talento” está impregnado, contaminado del fárrago de la “culta latiniparla” actual. Si saltan a la vista los “temas a tratar” y “platos a comer” (galicismo frecuente –à louer-), los “tenísticamente hablando” y “gastronómicamente hablando” (adverbio en mente más gerundio), el “gerundeo” frecuente, sobre todo los de posterioridad, el “vente” en lugar de veinte, “ese área”, “ese agua” y similares, el libro es tan ostensiblemente mejorable que es mejor dejarlo. La cosa tiene muy mal arreglo porque se extiende por una correa de transmisión muy mentecata: es el periodismo radiofónico y televisivo, cuya onda expansiva es invasora. Pero, ¿entonces? ¿no caben ya ni artículos como este?
No es que se pida ya que entiendan y respeten las perífrasis verbales (“el recordar por fin”, en lugar de “hay que recordar” o conviene recordar”, la diferencia entre aspectuales resultativas o no), que eso ya es para nota; no se pide eso. Se pide que esa cadena de transmisión no mimetice y propague constantemente vicios y abusos como el repetir la palabra “tema” doscientas veces en una retransmisión, como perpetra el exfutbolista Kiko Narváez (tema será la libertad, no el esguince de Marcelo), no cargarse los verbos pronominales (ya dicen sin excepción “anticipa Sergio Ramos”, cuando debe decirse “se anticipa”), no caer ni una sola vez en el “tribote ofensivo” o en el “poner en valor”, cuando de siempre ha sido “valorar”. Y es que lo que se denuncia es el estado de pandemia lingüística en esa cadena de transmisión, la que crea el lenguaje actual, la que captan nuestros bachilleres, además de lo que les entre por los móviles y pantallas. Si este escribano se pusiera a hablar del mal uso del “hubiese” en las apódosis de las condicionales, en lugar del “habría” (el hubiese siempre va en las prótasis, tras el si), se le podría tachar de pedante, pero, ¡hombre!, que se señale el abuso del “tribote”, sobre todo si es ofensivo, del “anticipa” o del “partido a jugar”, no parece tanto. Perdonen las molestias, “work in progress” para más INRI. ¡Ah! Y gracias mil a Isaías Lafuente.
EL AUTOR
LUIS MARTÍNEZ DE MINGO es riojano (1948). Empezó escribiendo poesía: Cauces del engaño, Ámbito, Barcelona, 1978. Luego vinieron unos cuentos, Bestiario del corazón, Madrid, 1994: Cuatro ediciones y varios premiados. Con la novela El perro de Dostoievski, Muchnik. Barcelona, 2001, llegó a finalista del Nadal. Ha editado de todo. Premio de novela corta con Pintar al monstruo, Verbum, Madrid, 2007, lo último ha sido un dietario, Pienso para perros, Renacimiento, Sevilla, 2014, La reina de los sables, Madrid, 2015 y Asesinos de instituto, Madrid, 2017.