La autora proyecta una visión de Retahilas, una de las novelas capitales de Carmen Martín Gaite, desde la perspectiva de la mujer y el lugar que ocupa en el mundo y, por derivación, en la obra de la gran novelista. Una visión que combina con algunos recuerdos personales.
© PAULA IZQUIERDO
Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925- Madrid, 2000) empezó a escribir en los años cincuenta y desde entonces la literatura la fue seduciendo, implicándose de tal modo la una en la otra hasta hacerse sólo una. Como declaró su hermana Ana María, la escritora murió con los cuadernos puestos, abrazada a sus últimas palabras escritas; Los parentescos, novela póstuma e inacabada que en su día publicó Anagrama.
Retahílas apareció en 1974, dieciséis años después de su primera novela, Entre visillos (Premio Nadal, 1957). Durante una larga noche en vela, en la antesala de la muerte de un familiar, Eulalia y Germán —tía y sobrino— destejen los recuerdos, las experiencias, y reflexionan sobre todo aquello que está en torno a sus vidas y en la vida. Rescriben su historia para el otro. Eulalia, una mujer madura y enfrentada a la pérdida de la juventud, vuelve a la casa de Galicia donde pasó su infancia forzada por la inminente muerte de su abuela. Germán, que acude al encuentro de su tía movido por una necesidad de huir de la rutina, resulta ser un joven desilusionado e inconformista que pretende seguir unas pautas de comportamiento distintas a las que han marcado su vida hasta entonces.
La figura de la mujer y su lugar en el mundo regresa al primer plano en esta novela —como ocurrirá en gran parte de su obra posterior—, pero a diferencia del tratamiento que recibe en Entre visillos, aquí Martín Gaite ya no habla de la mujer cuya situación sigue siendo la misma y cuyo único logro es haber cambiado de apariencia, sino que en Retahilas, la escritora da una zancada ideológica respecto a su concepción de la mujer y construye un personaje femenino que no sólo quiere ser otro, sino que desea establecer una relación diferente con el hombre, dejando atrás los roles sexuales que resultan alienantes, o el feminismo de la igualdad que como Martín Gaite afirmaría más tarde «le importaba una misa». La escritora, quien con su siguiente novela, El cuarto de atrás, se convirtió en la primera mujer que obtenía el Premio Nacional de Literatura, consideraba que el alegato feminista de aquel momento se había radicalizado hasta el punto de transmutarse en un discurso dudosamente aceptable. Con Retahílas Martin Gaite logra crear una nueva forma de diálogo entre los sexos al romper con los estereotipos de lo femenino y lo masculino. Tengo entendido que la novela causó bastante revuelo cuando se publicó no sólo por esta forma de subvertir los roles sexuales, sino también gracias a la estructura que la escritora eligió para la narración; se trata de dos monólogos, a modo de extensas retahílas, de largos desahogos, que van encadenándose en cada capítulo, dándose la vez un personaje a otro o, dando y tomando el hilo, tal y como Germán explica cuando reproduce una conversación reciente con un amigo: «(…)en el fondo, lo que se busca es como un arranque para agarrar la batuta de las cosas que vas haciendo, que necesitas verle el hilo que las traiga hasta ti de dónde sea, la relación, el proceso, es decir que no sean todo acontecimientos aislados, chispas brillando y apagándose cada cual por su cuenta». Y un poco más adelante sigue explicando: «Que tenemos perdido el hilo, ése era el estribillo fundamental: se emocionaba con haber descubierto esa verdad que le parecía tan básica, y cuando la conversación languidecía, repetía la palabra casi a secas: “Eso, Germán, el hilo, es eso, el hilo, en el hilo está todo, ¿no te parece?”, como si tuviera miedo de que al dejar de pronunciarla se le escapara la posibilidad de agarrar realmente algún cabo de hilo fundamental para nuestras vidas». Retahílas, en este sentido, puede considerarse como un punto de inflexión en la obra de la autora ya que por primera vez las palabras redimen, alivian, cuando menos de forma provisional, la soledad en que viven ambos personajes, que pasan de ser casi unos desconocidos hasta alcanzar un intenso grado de complicidad.
Retahílas puede considerarse como un punto de inflexión en la obra de la autora ya que por primera vez las palabras redimen, alivian.
Recuerdo que un día en su casa de Doctor Esquerdo de Madrid, Carmen, Carmiña o Calila —como la llamaban los más allegados—, reivindicó sus antecedentes gallegos: «Hay en todas mis novelas un rastro de misterio, no sólo en aquellas que la crítica ha calificado como fantásticas». Y a continuación me preguntó: «¿De dónde crees que sale el caballo que aparece en Retahílas?». Toda su obra narrativa posee algo de enigmático, elementos o personajes con una gran carga simbólica, ensoñaciones o alucinaciones que provocan el desconcierto, la incertidumbre. La aparición inquietante de este fantasmal caballo, a cuya grupa monta un jinete —no se sabe sí dormido o desmayado—, es la representación de la muerte, tal y como Eulalia manifiesta a su sobrino al describir la escena de su huida, ocurrida horas antes: «… tenía que ganarle minutos y terreno a la Muerte a caballo que tal vez me venía pisando los talones». Es como la vida, sentenció Martín Gaite en aquella ocasión, porque también en la vida es muy difícil diferenciar o poner una frontera entre la realidad y la ficción, entre la realidad y los sueños. Y utilizó un ejemplo: «Cuando voy por la calle y oigo a alguien hablar me imagino un personaje; ese señor o señora existe pero yo lo he creado tal y como me convenía». Y precisamente era su oído prodigioso quien captaba y reproducía de forma tan eficaz el habla coloquial. Talento que demuestra magistralmente en esta novela, construyendo a través del caudal expresivo la oralidad que requiere cada personaje y logrando que el lector oiga las palabras como si estuviera presente, como si fuera un tercer personaje que asiste en silencio, en una esquina de la estancia, a la conversación que va deshilvanándose durante una noche. De este modo, Carmen Martín Gaite consigue la mayor de las virtudes; alumbrar las palabras. Ella supo que mientras hubiera palabras no todo estaría perdido. Dejar de hablar es dejar de existir, la muerte no llega sino cuando la parca corta el frágil hilo que nos cose a este mundo.
LA AUTORA
PAULA IZQUIERDO nacida en Madrid, es psicóloga de carrera Ha publicado las novelas La falta, (Alianza), quedando finalista del VI Premio Fernando Quiñónes, El hueco de tu cuerpo, (Anagrama) y La vida sin secreto, (Plaza & Janés); el libro de relatos Anónimas (Seix Barral) y la traducción de Bubu de Montparnasse, de Charles-Louis Philippe (Trama Editorial). Ha colaborado en en ABCD, suplemento cultural del diario ABC, y en distintos medios escritos y digitales como Zenda. Ha coordinado, antologado y participado en el libro de relatos, Cada vez lo imposible (Alianza). Actualmente pertenece al Consejo Editorial y colabora en la revista Texturas. Con El callejón de los silencios ha ganado el Premio Logroño de Novela 2016. Es Coordinadora de ACE.