Maestras contemporáneas: la memoria pedagógica de Josefina Aldecoa

La segunda sesión del ciclo ‘Maestras contemporáneas’ puso el foco, el pasado 25 de noviembre, en el compromiso pedagógico de Josefina Aldecoa, que mantuvo vivo el testigo de un modo de entender la educación, con hondas raíces republicanas, tanto en su quehacer docente como en su obra. Moderó el acto Julia Barella, y glosaron la figura de Josefina Aldecoa las escritoras y activistas culturales Estefanía Cabello y Aurora Luque.
© REDACCIÓN ACE

Hija y nieta de maestras, Josefina Aldecoa (Las Ventas de Alcedo, La Robla, León, 1926 – Mazcuerras, Cantabria, 2011) creció en una tradición educativa que marcaría su vida y su obra. Su vínculo con la enseñanza fue tan profundo que, incluso hoy, el Centro Dramático Nacional, en la sala Valle-Inclán de Madrid, homenajea ese compromiso con la puesta en escena de Historia de una maestra, donde se narra la vida de Gabriela, personaje inspirado en la madre de la autora.

Un detalle curioso envuelve a esta adaptación llevada a cabo por Aurora Parrilla: la actriz Manuela Velasco, que interpreta a la propia Josefina Aldecoa, recuerda que de niña, cuando se portaba mal en el colegio, la enviaban a «ver a Josefina». Hoy, décadas después, le da vida sobre el escenario, como recordó la poeta y editora Julia Barella, moderadora de la segunda sesión del ciclo «Maestras contemporáneas», que organizan ACE y el Círculo de Bellas Artes, con la colaboración de CEDRO.

La madre de Aldecoa —como recordó la primera de las ponentes, la escritora cordobesa Estefanía Cabello— fue maestra republicana y defendió con convicción que la educación debía transformar la sociedad. Josefina, que estudió Filosofía y Letras, heredó esa visión. La historia de su vida, como ella misma relata en su autobiografía En la distancia, está marcada por periodos decisivos: la Segunda República, la Guerra Civil y la represión franquista y, más tarde, la llegada de la Transición. «A ellos añade un momento especialmente luminoso para ella: la irrupción del gobierno socialista en los años ochenta, que sintió como el cierre simbólico de un ciclo histórico», señaló Cabello.

«Maestras como Aldecoa contribuyeron alimentar el sueño de la libertad».

Durante los años noventa, Aldecoa rindió homenaje a esa herencia en lo que denominó la «trilogía de la maestra», cuyo primer volumen es la citada Historia de una maestra (1990). Allí sitúa el foco en la trascendencia sociocultural y política que tuvo la figura de las maestras en la década de los treinta. No en vano, Josefina nació en 1926 y se educó en la escuela rural de su madre, en una aldea de León. Desde ese temprano contacto con la enseñanza entendió que, como afirmaría después, «probablemente nunca como en la República se concedió un papel tan relevante a la práctica de los maestros».

Para Aldecoa, el verdadero triunfo republicano fue el triunfo pedagógico, sostenido por los grandes educadores de la época, subrayó Cabello. Su compromiso político, característico de la Generación del 50, emerge en sus obras y declaraciones. En En la distancia evoca con nitidez la proclamación de la República cuando tenía cinco años. Lee Cabello: «…alegría, voces excitadas, banderas en el pueblo cercano… En mi novela Historia de una maestra hay paisajes y anécdotas absolutamente autobiográficos de esa época; por ejemplo, la retirada del crucifijo de las escuelas y la voladura del puente que comunicaba el pueblo con la carretera general».

De izq. a dcha: Aurora Luque, Julia Barella y Estefanía Cabello, en la sala Valle-Inclán del Círculo de Bellas Artes (Madrid)

El aprendizaje vital de la niña Josefina derivó en una vida comprometida con el pensamiento y la acción. A diferencia de las mujeres del siglo XIX, matizó la ponente, su experiencia se construyó ya sobre los avances del krausismo y la Institución Libre de Enseñanza (ILE). Que su madre hubiera podido ser maestra era prueba del cambio; recordemos que veníamos de una España en que la educación era monopolio casi exclusivo de hombres y que mujeres como Concepción Arenal tuvieron que poco menos que disfrazarse de hombres, décadas antes, para poder recibir formación universitaria.

Así, como recordó Cabello, «Aldecoa insistió hasta sus últimos escritos en la importancia de esa pedagogía que enseñaba a formar individuos libres, responsables y críticos». Pero la ILE trajo también un espíritu europeísta que impregnó su trayectoria: fue de las primeras jóvenes de su generación en viajar a Londres en los años cincuenta y vivió un año en Nueva York junto a su hermano Ignacio Aldecoa (también escritor, considerado una referencia en el relato breve). Francia, Inglaterra y Alemania constituyeron para ella un mapa de referencia intelectual.

Ese horizonte cultural se amplió con figuras como Felisa de las Cuevas, maestra amiga de los Maeztu, formada en Madrid y cercana a la ILE. Aldecoa la recuerda como su mayor influencia literaria adolescente: «me abrió horizontes insospechados».

Las maestras en la década de los treinta fueron claves en la trayectoria de Aldecoa.

El valor de las mujeres y de la libertad aparece con fuerza en las Misiones Pedagógicas, homenajeadas en la novela a través del personaje de Gabriela, que decide su destino pese a la oposición familiar y viaja incluso a Guinea para enseñar, hasta que la enfermedad la obliga a regresar.

La propia Aldecoa, ya estudiante en la Universidad de Madrid en el curso 44–45, quiso revivir ese espíritu de las Misiones. Junto a los hermanos Sastre propuso visitar pueblos y ofrecer actividades culturales y educativas. Aquellas pequeñas expediciones, evocó Cabello, duraban unos días y se financiaban con mínimos recursos: «El Consejo nos pagaba la gasolina y el chófer; en los pueblos nos daban de comer. El resto, una emergencia, una comida de camino, corría de nuestra cuenta».

Sus esfuerzos terminaron siendo absorbidos por las cátedras ambulantes de la Sección Femenina, pero dejaron en ella una huella profunda.

Hoy, la obra de Josefina Aldecoa y las iniciativas que recuperan su legado permiten revisitar la fuerza transformadora de aquellas maestras republicanas. «Mujeres que, como su madre —y como la propia Josefina—, entendieron la educación no como un oficio, sino como una manera de cambiar el mundo», concluyó Cabello, autora de obras como Muchacha con mirlo en los brazos (Torremozas).

Aldecoa en una imagen con ‘Historia de una maestra’, en la edición de Anagrama

Por su parte, la poeta y ensayista Aurora Luque, que también se reconoce en el marchamo de «activista cultural», recordó que la sesión llevaba por título Maestras creadoras: el mundo interior como libertad, «una materia ideal —dijo— para adentrarse en estas escritoras y relacionarlas entre sí».

Así, Luque confesó que tenía motivos personales para empatizar con el tema: «Soy el resultado vital de dos generaciones de maestras: mi madre y mi abuela». Desde esa herencia, reivindicó la figura de la escritora como escuela de sí misma, recordando que muchas autoras fueron autodidactas y construyeron sus propios espacios de libertad interior.

Las escritoras de la Generación del 50, explicó, crecieron en un contexto cultural estrecho y represivo, especialmente para las niñas y adolescentes: «Quien no ha vivido una infancia hipercatólica no sabe lo que es la presión de la monja, de la confesión, del catecismo constante… una angustia cotidiana. De todo eso se salía soñando: a través de la poesía, de los libros». De ahí que surgieran mundos inventados como Bergai, la isla secreta que Carmen Martín Gaite creó en una noche para sobrevivir simbólicamente al aislamiento. «Había otra manera de estar en el mundo —añadió Luque—, otra manera de vivir».

En ese sentido, Josefina Aldecoa, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute o Celia Viñas —desde la poesía— son para Luque «maestras que nos invitan, desde su obra, a construir nuestros propios mundos y a alimentar el sueño de la libertad». Historia de una maestra, recordó, narra en parte el fracaso de ese sueño pedagógico truncado por la Guerra Civil y el franquismo, pero la propia vida de Aldecoa demuestra que aquel ideal no se apagó. «Somos testigos —subrayó Luque— de que ese sueño sigue vivo, y conviene mantenerlo más vivo que nunca».

Porque, concluyó, ese sueño de libertad, ese impulso pedagógico y creativo que defendieron aquellas maestras, sigue hoy amenazado: un recordatorio de la vigencia de sus ideas y de la responsabilidad de preservarlas.

 

Accede la charla en su íntegra aquí.