El pasado 17 de mayo, Javier Serena y Florencia del Campo se dieron cita en la librería Rafael Alberti para hablar de sus respectivos libros, Apuntes para una despedida, y Que tenga una casa, dos textos insertos en la literatura del yo con sus particulares concomitancias.
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Nacidos ambos en 1982, uno en Pamplona y otra en Buenos Aires, las últimas entregas literarias de Javier Serena y Florencia del Campo comparten un eje anclado en torno al yo. No obstante, ambos han transitado antes por registros más apegados a la ficción, en un sentido muy amplio y lleno de matices: Atila (Sloper), de Serena, es un retrato literario de un escritor peculiar, maldito, y bien real, como fue Aliocha Coll, mientras que en La versión extranjera (premio Ciudad de Barbastro), Florencia del Campo se sumergía en los ropajes de la ficción para hablar de las relaciones familiares.
Así, en sus últimos libros publicados, los Apuntes para una despedida (Almadía) de Serena y Que tenga una casa (Candaya) de Del Campo se sitúan más en esa a menudo incómoda etiqueta de la autoficción. Su relación con esta clasificación fue uno de los temas sobre los que conversaron un rico debate de sábado por la tarde en la librería Rafael Alberti. Así, reconocieron que, disquisiciones al margen, ambos escribían en primera persona.
«¿Autoficción? Mucha gente quiere desprenderse de esa etiqueta, tan denostada… Lo cierto es que son propuestas arriesgadas que parten de la vida y se transforman en escritura —en ficción—, en una novela, como en mi caso», arrancó Serena, que compagina su labor como escritor con su trabajo como director de la revista Cuadernos Hispanoamericanos, una publicación de la AECID, del Ministerio de Exteriores. Esa misma revista impulsó unos debates bajo el título Experimentos con la vida, celebrado en México, dentro del Festival CH, en el que autores como Mercedes Halfon, Rafaela Lahore, Katya Adaui y Víctor Balcells, bajo la moderación del propio Serena, debatieron sobre las narrativas que parten de la experiencia personal, obras donde la vida se moldea mediante el arte literario para transformarse en novela y relato.

Serena se atreve con la autoficción
En el caso de Apuntes para una despedida, hablamos de la historia de una pareja cuya relación es la crónica de una muerte (sentimental) anunciada. Un amor atravesado por la fragilidad, la precariedad (en el caso de ella), el choque sutil y persistente de dos trayectorias condenadas a separarse, un retrato también del amor en tiempos líquidos en el que las apuestas se hacen siempre con reservas, con prudencia. Sobre todo, si esas relaciones germinan ya a cierta edad, con horas de vuelo en la mochila del amor y una capacidad para tolerar ciertas molestias del trato humano limitada.
Según Florencia del Campo, el libro de Serena «es una apuesta arriesgada y algo políticamente incorrecta, porque se atreve a construir personajes fríos e incluso mezquinos, si se quiere. Sin embargo, sostiene una prosa buenísima y brillante cuando corresponde, incluso desde la perspectiva de la antipatía. Son personas que no resultan del todo simpáticas, pero la novela se sostiene precisamente desde ese lugar».
Que tenga una casa incluye a una narradora que recorre las casas en las que vivió, partiendo de la casa de la niñez, que hay quien llama «la casa de la vida», a la última en la que recala, como migrante argentina, en la sierra de Madrid. Para Serena, el libro es, al margen del prefijo auto, una ficción: «Reconozco en tu escritura un trance que no se encuentra en un testimonio o en un libro de memorias. Es algo importante… Como cuando hablas de cuidar a un bebé y te imaginas que es tu hija, o cuando llegan los obreros y te sientes un poco asediada por esos cinco hombres. Son materiales propios de la ficción».
Y la autora se mostró de acuerda en esa aproximación. «No niego que sea una autoficción, por aquello del pacto ambiguo, eso de «esta es mi vida pero no es mi vida», pero en cualquier caso hay intención literaria y de novelar», señaló Del Campo.
Nada es verdad
Pero, ¿cómo acercarnos a este tipo de literatura? ¿Nos debe importar cuándo del autor lleva puesto el narrador o narradora? ¿Debemos plantearnos qué es verdad y qué no lo es a la hora de consumir literatura del yo? Porque dicha literatura, puntualizó Del Campo, incluye la citada autoficción, con un pacto literario más complejo (entre el autobiográfico y el novelesco, a menudo híbrido), pero también los libros de memorias, el ensayo autobiográfico, los diarios más o menos íntimos…
Así, no está del todo claro si en los libros de autoficción se pueden colar hechos que no sucedieron. Esto es algo que señaló Florencia del Campo a propósito de Ceniza en la boca, de Brenda Navarro, donde se narra el suicidio del hermano de la narradora de un modo tan veraz que luego se puede producir cierto chasco, decepción lectora, al saber que es un hecho ‘inventado’. Annie Ernaux, más ceñida al pacto autobiográfico más estricto, no se permite, por ejemplo, en sus obras, incluir hechos que no sean verificables, experiencia sucedida de tal modo que incluso un sumario de instrucción pudiera dar fe de ello.
Son propuestas arriesgadas que parten de la vida y se transforman en escritura.
La autoficción es más libre pero, como dijo en la misma librería, en presencia de Rafael Chirbes (mayo de 2015), la Sara Mesa que presentaba entonces Cicatriz, «no hay que ser tanto fiel a los hechos como a la esencia de los hechos». Esto es algo que ha comentado alguna vez el propio Javier Serena: la descripción del escarabajo en el que se convierte Gregor Samsa refleja con mayor fidelidad la sensación de alienación que sentía Franz Kafka que su propio rostro, blanco y judío, frente al espejo.
Es la «literatura vivencial», la que le gustaba practicar a Ernest Hemingway, apuntó Serena y que sigue teniendo vigencia porque, como decía Sigrid Nunez, este tipo de historias son «representaciones más próximas a la vida de uno». Y, añadió el autor de Apuntes para una despedida, un canal para escribir con más autenticidad, para ofrecer unos textos más creíbles, con emociones más sinceras.
«La escritura se come a la vida… Como cuando conté la muerte de mi madre (en Madre mía, Caballo de Troya, 2017). ¿Se parece eso a la vida? Casi no recuerdo cómo murió, pero sí recuerdo lo que escribí», consideró Florencia del Campo, al tiempo que confesaba que los límites del concepto autoficción se le están ensanchando con el tiempo, como si no fuera tan fácil apresar ese tipo de escritura que nace, como decía José Luis Sampedro, de esa mina interior que todos poseemos: la memoria.
Lograr que esa memoria fermente, para transformarla en la mejor literatura, es el reto. Y estos dos autores nacidos el año del Mundial 82 lo han conseguido.
Apuntes para una despedida, Javier Serena, Almadía, marzo de 2025, 112 páginas, 17,90 euros.
Que tenga una casa, Florencia del Campo, junio de 2024, 160 páginas, 17 euros.