¿Existe la literatura infantil y juvenil?

A partir de la cuestión de ‘¿Existe la literatura infantil y juvenil?’, la Biblioteca Nacional acogió el pasado 28 de octubre un  coloquio dentro del ciclo ‘Escribir y sus circunstancias’, promovido por ACE, CEDRO y la propia BNE.
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Partiendo de la dicotomía de Umberto Eco que dividía a las personas entre apocalípticos e integrados, podría decirse que Fernando Lalana (Zaragoza, 1958) se ubicaría en el primer grupo y Paloma González Rubio (Madrid, 1962) en el de los integrados. Ambos cuentan con muchas horas de vuelo en la literatura infantil y juvenil y la defienden, con pasión, desde distintos ángulos.

Fueron las dos voces cantantes dentro de una charla titulada ‘¿Existe la literatura infantil y juvenil?’ conducida por la también autora de LIJ (siglas de este tipo de literatura), Luisa Villar (Torredonjimeno, 1950), conocida por obras como Asesinato en la Biblioteca Nacional (Alandar) o El enigma Guggenheim (Edebé).

Inauguró el acto Manuel Rico, presidente de ACE, quien recordó que la asociación mantiene un compromiso, desde que se lo planteara la propia Luisa Villar en el año 2018, con la literatura infantil y juvenil. «No solo por su potencial mercantil, sino porque las obras destinadas a niños y jóvenes generan relatos fundamentales dentro de la historia de la literatura universal y muchas de ellas forman incluso parte del canon», recordó Rico. Y quizá pensara en El principito, una historia ideada por Antoine de Saint-Exupéry, en su momento para niños, pero que cautivó a públicos de todas las edades y que se encuentra entre los libros más vendidos de la historia, con unos 140 millones de ejemplares.

¿Hay cabida hoy para nuevos principitos? Luisa Villar recordó el auge que la LIJ tuvo en España después de la Transición, con comunidades autónomas, ayuntamientos y maestros y maestras defendiendo el trabajo de las editoriales que creaban sellos específicos para ese público de menor edad, como Barco de Vapor, y Gran Angular, Edebé, y los títulos que venían de Anaya y Alfaguara o Ala Delta (del grupo Edelvives).

Manuel Rico, presidente de ACE, introduce el acto.

Todo ello para llegar a la pregunta inicial, que Fernando Lalana se ocupó de darle la vuelta. A su juicio, esa literatura existe, como demuestra el mero hecho de que las librerías destinen estanterías a los títulos de esa sección, y quizá lo que habría que preguntarse es si la literatura infantil y juvenil se puede considerar literatura. En primer lugar, puso en valor de quienes se dedican a ese «género» (luego explicaremos las comillas), pues no son más «tontos» que quienes se dedican a la literatura para adultos. «Pero estamos peor considerados y no hemos alcanzado aún el estatus que nos correspondería. Hay que convencer todavía a mucha gente, también de nuestro gremio, de que un buen libro de literatura infantil y juvenil es literatura», señaló Lalana, que ha publicado más de 160 títulos antes de abrazar la jubilación.

Paloma González Rubio: «Los booktubers son prescriptores maravillosos»

Defendió escribir para niños y jóvenes como un modo de despertar su apetito lector y lograr lectores adultos. Para ello, él apuesta por escribir novelas juveniles que «sean como novelas para mayores pero que puede leer la gente joven». De hecho, él no suele meter a personajes jóvenes en sus libros para jóvenes.

Por su parte, Paloma González Rubio, autora de libros como Joan (premio Alandar 2019) y del crossover colectivo Aurora o nunca (2018) incluido en la prestigiosa lista White Raven, coincidió en que «el menosprecio a la literatura infantil y juvenil sigue dándose». A su juicio, se piensa demasiado en los niños como «adultos en construcción», con modelos obsoletos, que vienen desde la Antigua Roma, como el de memorizar La Eneida sin entender nada.

Y recordó que la literatura infantil y juvenil, no es un género, sino una etiqueta y que dentro de ella caben los géneros clásicos: poesía, teatro, novela y subgéneros como la novela histórica, novela negra, la fantasía, la novela negra, de terror, de ciencia-ficción, etc. «Todos los géneros ‘adultos’ tienen su réplica en la juvenil», recordó González Rubio. Y añadió una idea que reconoció podía resultar sorprendente: «Se manejan los mismos códigos creativos al componer una obra de adultos que una obra destinada a niños y jóvenes».

De lo literario en la LIJ

Apoyados por un consenso hasta entonces, el ‘apocalíptico’ Lalana (que ha ganado casi todos los premios en el sector, como aquel Barco de Valor por Silvia o la máquina qué) mostró sus reservas sobre lo que se publica hoy, sobre lo que se lee hoy, y reconoció cierto «derrotismo», especialmente desde la llegada de los smartphones y las redes sociales.

Y planteó un matiz a las clásicas etiquetas de «infantil» y «juvenil» para introducir el término de «literatura para adolescentes». En su opinión, este último tipo de literatura busca una completa identificación del lector y, por tanto, se agota en sí misma, ya que es una literatura que no plantea otros escenarios, otras épocas, otros arquetipos, otros valores. «Cuando yo leía de joven, quería vivir vidas que no era yo. Meterme en la piel de Sandokán, de Miguel Strogoff… No buscaba tanto libros para verme a mí y hablar de mis temas… Esa no es la literatura en la que creo, ni como lector ni como autor», aseveró Lalana.

Por su parte, Paloma González Rubio se mostró en este punto mucho más «integrada», dejando de lado la batalla por las etiquetas y poniendo el acento en una lectura que, en su opinión, está viva. O más viva que antes. ¿Cómo? En su opinión, gracias a la importante labor que hacen las librerías, con su actividad presencial pero también con los directos, las recomendaciones, los concursos y demás actividades. «Son muy buenas prescriptoras. Hay que acercarse a tu librería de confianza y estar atentos a sus recomendaciones», sugirió esta escritora madrileña.

De izq. a dcha.: Fernando Lalana, Paloma González Rubio y Luisa Villar.

Y también seguir a los booktubers y bookstagrammers. «Son prescriptores maravillosos», enfatizó Paloma González Rubio, pensando quizá en nombres como Javier Ruescas o Raquel Bookish, alguno de los más exitosos divulgadores de la literatura infantil y juvenil en redes. Además, un matiz no menor: son gente simpática, guapa y que transmite buen rollo y pasión por los libros. Para González Rubio, este detalle ayuda a desterrar el tópico de que los lectores y lectoras son gente marginal, rara, sin amigos y avejentada (como la bibliotecaria de Qué bello es vivir, si no la hubiera ‘rescatado’ el personaje de James Stewart).

Por su parte, Luisa Villar criticó el libro utilitario, cierto libro instrumentalizado ideados para que los niños adquieran destrezas en determinadas áreas y no tanto para despertar un interés por la lectura.

La influencia de los influencers

Pero ¿tienen realmente peso esos prescriptores modernos en el fomento de la lectura? Luisa Villar trajo a colación un estudio de la Fundación Germán Sánchez Espeso en el que se arrojaba el dato de que solo el 4% de los jóvenes confiesan llegar a la lectura por esa vía (la de los prescriptores de YouTube e Instagram). Aunque la botella también se puede ver medio llena: el 36% de los jóvenes consultados para ese estudio confiesa leer más que antes y que esas lecturas les generan nuevas curiosidades.

Como en todo coloquio actual que se precie, la sesión terminó con reflexiones sobre la Inteligencia Artificial. Paloma González Rubio recordó que la IA no tiene voluntad ni segundas intenciones y, por tanto, nunca podría pintar un cuadro como La familia de Carlos IV del modo en que lo hizo Goya.

Lalana: «Las buenas novelas juveniles son novelas para mayores que pueden leer los jóvenes»

Fernando Lalana aportó una nota distendida al bromear con la creación de una editorial de libros redactados por IA. Quizá en el futuro existan las dos opciones, el libro artificial y el humano, sugirió. «Y seguro que los autores de carne y hueso, con nuestro miserable 10% en derechos de autor, le salimos más baratos», ironizó el escritor, entre risas del público de la Biblioteca Nacional.

Y como fenómeno curioso en su carrera literaria, el hecho de que muchos lectores mayores, es decir, jubilados, se acerque con inusitado interés hacia sus libros, con una extensión menos, unas tramas algo más sencillas y una letra más grande. ¿Habría que crear la etiqueta de Literatura para veteranos? Quizá, sin darse cuenta, ha sentado las bases de un movimiento editorial sin precedentes…

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