A mediados de otoño se conocerá el ganador del premio Setenil, galardón al que aspira un Antonio Tocornal en plena forma. En Cadillac Ranch (Sloper) ofrece un conjunto de relatos bien hechos, clásicos en su factura, que podrían servir para un manual sobre cómo escribir un relato.
© EDUARDO LAPORTE
Antonio Tocornal (San Fernando, Cádiz, 1964) lleva unos últimos años llamando la atención con su quehacer literario. Novelas como la multipremiada Bajamares (2018) y la ambiciosa Malasanta (2022), con la que logró el premio Felipe Trigo, han sido además especialmente celebradas también en redes sociales. Tocornal cuenta con un nutrido y entusiasta de lectores, lo cual, per se, ya es otro premio.
Así, Tocornal, desde su residencia en Mallorca, parece haberse propuesto ir conquistando, despacito y con buena letra, esos puntos ATP literarios que se conceden cada año. Su último máster mil, si se permite la comparación, lo ha logrado al hacerse con el premio de novela corta Francisco Ayala, dotado con 6.000 euros, en su primera edición. La novela se titula Árida y se encuentra en preventa en la editorial Traspiés.
El libro que nos ocupa, Cadilla Ranch (Sloper) se llevó el año pasado el XXX Premio Andalucía de la Crítica. Además, es candidato hacerse con el Setenil, uno de los galardones con más solera (con permiso del Ribera de Duero) que se entregan en España en la modalidad del relato y cuyo fallo se espera para finales de octubre.
Su Cadillac no lo tendrá fácil para hacerse con el premio, ya que competirá con una propuesta fresca y simpática como la de Gonzalo Núñez y Los búlgaros (Sr. Scott) o Fernanda García Lao y su Teoría del tacto (Candaya). Y con pesos pesados del relato como Eloy Tizón o Javier Sáez de Ibarra. Aunque este último ya ganó el Setenil en 2014, amén del citado Ribera del Duero, en su primera edición; Tizón, considerado uno de los más destacados autores de relato, con su cuidado lenguaje y preciosismo literario, suena a firme candidato a hacerse con el Setenil con su Plegaria para pirómanos. Curiosamente, el propio Tizón alaba estos relatos en la contracubierta. El mundo (literario) es un pañuelo.
¿Pero qué nos encontramos en Cadillac Ranch? Pues un conjunto de relatos avalados, precisamente, por premios en certámenes de toda clase y condición, desde el Villa de Mazarrón al Ciudad de Sant Andreu de la Barca, pasando por el Gabriel Aresti, que se llevó con el más ambicioso (o cuando menos el más largo) de los relatos incluidos: Cundi Macundi.
Son relatos para disfrutar pero también para aprender a escribir relatos.
Queda demostrado pues, que Tocornal hace un uso muy atinado de herramientas del oficio como escritores.org. y que estos relatos vienen con aval, como esas botellas de vino que compramos en nuestro supermercado de confianza que traen la garantía de la guía Peñín.
Así, el libro no decepciona y gustará sobre todo a aquellos lectores que tengan algo de vampiro, es decir, que lean con intención de conocer los trucos y secretos del oficio, pues Tocornal los emplea y bien. Tanto es así que sus relatos, entre irónicos, antisolemnes y realistas pero abiertos a un guiño fantástico, me recordaron a los de Pedro Ugarte, cuyas entregas en Páginas de Espuma son cita obligada para los amantes del género y también leemos con avidez los lectores que, como este que escribe, queremos aprender a escribir buenos relatos. (Y ganar, ya que estamos, alguno de esos certámenes que endulzan el a menudo largo y sinuoso camino del escritor).
Así, el libro incluye una relación de los premios que fueron premiados, en lo que supone toda una guía de lectura de estos relatos ‘con sello’ o Certificado de Calidad Literaria (CCL). Que, oye, que los jurados se pueden equivocar y son humanos, pero no deja de ser, ya digo y me repito, una garantía.
Entre esos relatos escogidos, encontramos algunas influencias de las que suelen gustar, precisamente, a los jurados de dichos certámenes: unas gotas de Cheever, unos gramos de Carver, unas lágrimas de Chéjov y unos centilitros de Cortázar. Habrá quien diga que Tocornal, como el Zelig de Woody Allen, se imbuye de todos esos autores para crear su obra propia, y quizá no esté del todo equivocado. Así, he echado en falta un toque más personal, una impronta tocornaliana más acusada.
Dicho esto, son relatos para disfrutar y, como digo, para aprender a escribir relatos. Y los hay de gran belleza, tanto que podría inspirar un corto al mismísimo Wim Wenders, pues el titulado ‘Hanami (La muerte es amarilla dorada)’ me hizo pensar en la hermosa Perfect Days. Un jubilado, unas plantas, una atención plena, un asumir la muerte y prepararse para ella en uno de los relatos más líricos, en mi opinión, de todos.
Porque, tanto en este libro como en el género del relato, nos encontramos con dos tipos de relatos: los líricos (hay belleza) y los épicos (hay conflicto, pasan cosas). Personalmente, me gustan más los primeros que esos otros, como el de ‘La misión’, que ofrecen una trama prieta, ingeniosa si se quiere, pero que leemos esperando el final. Y, como cantaba Drexler, hay que amar la trama más que el desenlace.
Resulta poético-cortazariano el de ‘Un pueblo pequeño y pintoresco’, con ese conjunto de casas y gentes que le brota al protagonista en la palma de la mano. También es enigmático el de ‘Cuarto cerrado’ y condensa mejor que ninguno una teoría del relato. O de la literatura, si se quiere. Lo del punto ciego del que habla Javier Cercas en su ensayo homónimo, es decir, esa parte misteriosa, esa pregunta, esa duda, que el lector necesita completar y que le motiva a seguir leyendo, pues de ese punto oscuro manará la luz.
El libro incluye una relación de los premios que fueron premiados.
En este caso, de tan canónico podría resultar casi hasta una parodia del género. «Hay en mi casa un cuarto cerrado al que nunca ha entrado nadie». Pero el lector entra, no en la puerta, sino en el relato, no paródico, sino modélico (si bien puede ser un recurso que suena a déjà lu) para cualquier profesor de relato corto que necesite material para sus alumnos.
También destaco Ultramar, relato que comienza con ese toque de la clase media aspiracional (muy ugartiano) que manda construir una piscina en su finca aunque no sepa nada, y que deriva en una historia entre lírica y pesadillesca, en sentido literal, de gran voltaje, con su final bien remachado.
Hay quien disfruta con los Goya, Eurovisión o la Copa Davis. Aquí estaremos atentos al reñido desenlace del premio Setenil, al que concurren libros con certificado de calidad como Cadillac Ranch. Que gane el mejor.
Cadillac Ranch, Antonio Tocornal, Sloper, Palma de Mallorca, 2023, 192 pp.
EL AUTOR
EDUARDO LAPORTE. Escritor y periodista cultural. Nacido en Pamplona en 1979, reside en Madrid desde 2005. Ha publicado libros como Luz de noviembre, por la tarde, o La tabla, en Demipage, así como un diario íntimo en la editorial Pamiela y su particular visión sobre Baroja en Ipso Ediciones.
En 2021, publicó otra entrega de su Diario a ninguna parte en la editorial papeles mínimos bajo el título de Tiempo ordinario y la primera biografía en español sobre Battiato (tras la de Margaretto de 1990) en el sello Sílex: En presencia de Battiato. En 2024, ha reunido su visión sobre su tierra natal en Navarra-Madrid, también en Sílex.