Con un guiño en el título a aquella La llave de niebla que Guadalupe Grande publicó en Calambur en 2003, este año las librerías acogen Esa llave ya nieve, una antología que hace honor a su origen etimológico, es decir, una muestra de flores preciosas que recoge la esencia de una poeta que se fue demasiado pronto.
© ANTONIO CRESPO MASSIEU
La publicación de Esa llave ya nieve, que fue presentado el 19 de abril de este año en la Biblioteca Nacional de Madrid, es el más hermoso homenaje que Guadalupe Grande (Madrid, 1965-2021) pudiera recibir. Por un lado, la edición, a cargo de Clemente Bernard, Emilio Torné y la editorial Alkibla no podía estar más cuidada. Por otro, la selección de textos, muchos de ellos inéditos, nos muestra la presencia exacta y viva de Guadalupe Grande. Un trabajo que hay que reconocer a Lorena Esmoris, Sarah Martín, Juan Carlos Mestre, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, Mario Obrero y Raquel Ramírez de Arellano.
La prosa del inédito “Cuaderno de Roma”, con las páginas dedicadas a Venecia, es deslumbrante.
La llave del tiempo. Como si fuera posible con una llave de niebla, ya de nieve, con una misteriosa llave de palabras e imágenes, sentirla de nuevo tan cerca. Y, sin embargo, esto sucede desde las primeras imágenes, el primer prodigioso poema —esa crisálida que vuelve a la vida— y esa luminosa evocación de la casa familiar, la de Félix Grande y Paca Aguirre, de la herida abierta que latía entre sus paredes; esa casa de la memoria y la dignidad, esos “invisibles átomos del silencio”: la necesidad de la palabra y “la responsabilidad de seguir siendo testigos”.
Y luego todo se abre, como los pasillos de esa casa, a la luz, a la belleza y al desamparo; transitamos por esta llave de nieve como náufragos —escribir poesía es un naufragio, una derrota; nos dice Guadalupe— en busca también de ese barco —repetido en tantas imágenes del libro— de una huida imposible. Invisibles átomos del silencio que nos hablan con su voz.
Escribir poesía es un naufragio, una derrota, nos dice Guadalupe.
Y esa voz está en cada poema, en cada texto, en cada imagen, en cada página en la que la disposición gráfica, en muchas ocasiones, hace que veamos palabras rotas que uno aprende a leer en vertical, ejercicio donde cada sílaba es tiempo detenido, verdad, fragmento, materia y sentido. Prodigio de los poemas, los inéditos y aquellos ya conocidos, que ahora adquieren un nuevo significado, pues cada verso es ya definitivo y los leemos, inevitablemente, sintiendo en cada palabra el peso de saberlos ya póstumos.
Entre el tiempo, la memoria y el sueño una vida o, al menos lo único posible, los fragmentos de lo vivido, los cristales de un calidoscopio que vamos girando —pasando páginas— para que la verdad de Guadalupe regrese. Y todo comparece: los poemas, pero también la lucidez de su mirada sobre el presente de nuestro país, las aristas de un pensamiento denso y nunca confortable que abre sendas donde seguir con nuevas preguntas.
Y la prosa, la deslumbrante prosa del inédito “Cuaderno de Roma”, por ejemplo, esas páginas dedicadas a Venecia que tan solo, por su extrema belleza, puedo comparar con algunas de las que escribiera Joseph Brodsky en su “Marca de agua” o esas visiones oníricas, la pesadilla, una y otra vez repetida, del fascismo o ese dejar testimonio de la plenitud en Tarquinia donde “llegar con las manos llenas, con el luminoso estigma de la dicha”.
El material gráfico del libro nos muestra la desconocida labor de Guadalupe Grande como artista visual.
Y las imágenes, collages, fotomontajes, su constante presencia en el libro para dar cuenta de la importante, y tan desconocida, labor de Guadalupe Grande como artista visual. En su diseño, por la sucesión de las mismas, por su tamaño, el libro pudiera parecer un álbum; pero todo álbum tiene algo de muerto, de constatación del paso del tiempo que nos encierra en la nostalgia, momentos detenidos, fijados por la instantánea. Aquí no. Las imágenes, también las fotos familiares, viven, hablan, nos interrogan, nos acogen. Son otro poema, otra sucesión de cristalitos para que formemos otra-una-la misma imagen de la poeta y la amiga ausente. También las fotos familiares —memoria de la casa de la palabra y la amistad— y las repetidas de Guadalupe. El consuelo de la belleza, su belleza que regresa para que nada de su ausencia sea desesperanza.
En la última página del libro se nos dice:
“Ahora que ya no estáis
y por fin sabéis quién soy,
por favor, queredme”.
Para quienes la quisimos tanto, para quienes la queremos tanto, este libro nos abraza como un poema. Y para todos y todas, atentos lectores, amigos de la palabra y la verdad, este libro será reencuentro o descubrimiento con la poesía viva —palabra e imagen— de Guadalupe Grande. Que así sea.
Esa llave ya nieve, Guadalupe Grande, Alkibla, Pamplona/ Iruñea, 2022.
EL AUTOR
ANTONIO CRESPO MASSIEU, Madrid. 1951. Licenciado en Filosofía y Letras, pertenece al Consejo Asesor de la revista Viento Sur. Ha publicado el libro de relatos El peluquero de Dios (Bartleby, Madrid, 2009) y los poemarios En este lugar (Fundación Kutxa, Donostia-San Sebastián, 2004) que obtuvo el “Premio de Poesía Kutxa Ciudad de Irún en su XXXV edición, Orilla del tiempo (Germania, Valencia, 2005), Elegía en Portbou (Bartleby, Madrid, 2011), Los regresados (Ediciones del 4 de Agosto, Logroño, 2014) y Obstinada memoria (Amargord, Madrid, 2015). Ha colaborado con trabajos de investigación y creación literaria en numerosas revistas y ha sido incluido en diferentes antologías poéticas. Su obra ha sido traducido al inglés, portugués, francés, finés y esperanto.