Participante en la jornada promovida por ACE en la sede del Instituto Cervantes, Martín Casariego reflexiona en este artículo sobre los posibles efectos de la nueva realidad virtual en la labor del escritor, en la obra literaria. Una reflexión necesaria y, obligadamente, abierta.
© MARTÍN CASARIEGO
Organizada por la ACE, el pasado 22 de noviembre se celebró en el Instituto Cervantes una mesa redonda titulada “El escritor y la literatura en la era del ciberespacio: del blog a las redes sociales”. Participábamos Maribel Riaza, experta en el libro digital, Esther Bendahan, Pilar Adón y yo mismo. Tras la introducción de Beatriz Hernanz, directora de Cultura del Instituto Cervantes, y Manuel Rico, presidente de ACE, se plantearon tres preguntas: ¿Cambia la labor del escritor y la función de la literatura en la era de internet, del mundo virtual, de la creación en tiempo real, del llamado ciberespacio? ¿Qué cambios propician en ambos aspectos las nuevas realidades del blog y de las redes sociales en la relación autor-lector y autor-crítico? ¿Cómo valoran esa realidad las nuevas generaciones en relación con la “vieja realidad” del libro y el papel?
Como es normal, se dijo algo, pero quedó mucho más por decir. Y me fui a casa dando vueltas a aquello de lo que se había hablado. En mi opinión, el medio, o el soporte, no cambia la función de la literatura, que es múltiple: cultural, estética, social, de entretenimiento… Tampoco la labor del escritor, que es muy clara: escribir lo mejor que sepa, sin que para ello importe que lo haga a mano, con una máquina de escribir o con un ordenador, que se imprima o que se cuelgue en el ciberespacio. Es cierto que las redes sociales sí pueden cambiar -dependiendo por supuesto de la predisposición y la habilidad de cada autor para utilizarlas- la relación de los escritores con los lectores. Y de hecho, por desgracia, los editores prefieren a autores activos en las redes, y digo por desgracia porque ésa no es, desde luego, ninguna virtud literaria. Pero puede ayudar a vender libros. Aunque ese cambio, más que entre escritores-lectores, sería en realidad entre escritores-posibles compradores. Porque lo esencial de la relación autor-lector se da a través del texto (otra cosa es que haya mediadores que puedan condicionar esa relación, o facilitarla o dificultarla). En cuanto a la relación autor-crítico, continuará siendo enrevesada, como siempre: no se esperan grandes cambios. Es una relación anticiclónica y borrascosa a la vez.
Un ordenador jamás podría escribir Herzog o El desierto de los tártaros. Porque las grandes obras son fruto de esa experiencia vital insustituiblemente humana.
Tampoco internet ha hecho que surjan nuevos géneros, ni nuevos enfoques, ni nuevas técnicas. Simplemente, permite que un aur se documente de manera mucho más rápida, si lo precisa, o que consulte el DRAE sin necesidad de levantarse de la silla. Y eso no va a cambiar la literatura. Por otra parte, facilita el acceso inmediato del lector a un maremágnum de textos (blogs, entre otros, que tampoco suponen ninguna novedad temática, formal o estilística), que, a veces, incluso puede comentar. Pero uno se pierde: la sobreinformación acaba en falta de información. Internet ha acentuado lo que ya sucede en las librerías: hay tanto, que uno se siente sobrepasado, incapaz de elegir. Y la sobreoferta, la atomización, termina siendo más un problema que una ventaja. En cuanto a la última cuestión que se planteaba en la mesa, las nuevas generaciones no están libres de la devoción por el papel. ¿Quién, sin renunciar a la digital, rechazaría una edición en papel? Como sucede con la prensa escrita, el papel, en la literatura, sigue proporcionando un status superior, un mayor prestigio. ¿Un futuro sin él? Puede ser, pero lo dudo; aunque su papel -valga la expresión- se esté reduciendo, no creo que desaparezca por completo.
Internet no ha hecho que surjan nuevos géneros, ni nuevos enfoques, ni nuevas técnicas. Simplemente, permite que un autor se documente de manera mucho más rápida
Volvía a casa, y pensaba en las palabras de Maribel Riaza, cuando dijo que hoy ya existen ordenadores que pueden escribir libros, a partir de la introducción de un conjunto de datos. Y que también pueden leer. Esto abriría una nueva perspectiva, muy novedosa… y a la vez, si se piensa bien, posiblemente intrascendente para la literatura. ¿Ordenadores escribiendo libros y ordenadores leyéndolos? ¡Pues que sean muy felices! Sólo espero que parte de nuestros impuestos no se vayan en hacerles bibliotecas, y que no entren en el Plan de Fomento de la Lectura…
Es obvio que para que el fenómeno literario se produzca debe haber un autor que escriba una obra y un lector que la interprete: el consabido trío, emisor, mensaje, receptor. Un ordenador podría escribir un texto correcto, gramatical y sintácticamente; incluso caracterizar a unos personajes, hacer descripciones, desarrollar una trama, estructurarla. Pero, ¿cómo ser original? Lo que hace distinto a un escritor del resto -y a un lector de todos los demás lectores- es que escribe -o lee- pasando un texto por su experiencia única como lector y como persona, con sus vivencias propias e intransferibles. Un ordenador jamás podría escribir, pongo por caso, Herzog o El desierto de los tártaros. Porque las grandes obras son fruto de esa experiencia vital insustituiblemente humana. Por otra parte, leer es mucho más que descifrar un texto. La lectura es también sentimiento, emoción, empatía, goce estético. ¿Y qué puede sentir un ordenador? Jamás podría leer: como mucho, podría fingir que lee. De estas dos posibilidades, un ordenador escritor, un ordenador lector, la única que tiene algún sentido es la del ordenador-escritor: sería un sueño para muchos editores, seguramente, pues podrían quitarse de en medio a los engorrosos autores y, además, no tendría que pagarles (o sí, ¿acaso esos ordenadores-escritores iban a salir gratis?).
De todo esto, las redes, los blogs, los mensajes, los vídeos en internet, etc., no creo que literariamente vaya a surgir nada nuevo. Los números asustan: se calcula que hay en España unos dos millones de blogs, doscientos en todo el mundo. Gente que los escribe, cuando antes los leía; gente que los lee, cuando antes leía ficción. Me temo que todo esto, más bien, pueda hacer daño a lo que más me preocupa: los lectores, base del sistema, y que cada vez tienen -tenemos- menos tiempo para dedicar a la lectura, más tentaciones para entretenernos con otras cosas (menos satisfactorias a la larga, me temo). Más tiempo dedicados a leer los blogs de nuestros conocidos, sus comentarios en facebook, sus poesías y novelas colgados en la nube, que a leer a Tolstoi.
Martín Casariego. Enero 2017
EL AUTOR
MARTÍN CASARIEGO CÓRDOBA (Madrid, 1962) es licenciado en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid. Su primera obra publicada, Qué te voy a contar (1989), recibió el Premio Tigre Juan a la mejor opera prima de ese año. En 1997 obtuvo el Premio Ateneo de Sevilla con su novela La hija del coronel. En 2007 le fue otorgado el Premio Anaya por la novela juvenil Por el camino de Ulectra, y en 2008 un jurado presidido por Ana María Matute le concedió el Premio Ciudad de Logroño por su novela La jauría y la niebla. Además de novelas y relatos, es autor de guiones de cine (hasta ahora siempre en colaboración), entre ellos Amo tu cama rica (1991), La Fuente Amarilla (1999), o la adaptación de su novela Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero (2001). También ha escrito en distintos medios de prensa. Su última novela publicada es El juego sigue sin mí (Siruela, 2015), ganadora del premio de Novela Café Gijón 2014.