Transfuguismos literarios

En el presente artículo su autor  reflexiona sobre el proceso que lleva del poeta al narrador en un mismo escritor y sobre la convivencia de géneros
© MARTÍN REVUELTA

En no pocas ocasiones, entre los es­critores, se produce lo que no duda­ría en llamar la transferencia de gé­nero. En general, este proceso se concreta en el abandono de la poe­sía en favor de la narrativa o del ensayo. Es como si en el poema el escritor ejercie­ra una suerte de aprendizaje, de encuentro iniciá­tico con el mundo de la creación y éste cumpliera la función de palanca hacia nuevas singladuras a iniciar en sintonía con el proceso de maduración humana y existencial. Es un fenó­meno que se reitera en la literatura universal y sobre el que tal vez no se haya reflexionado lo su­ficiente.

La línea de pensamiento convencionalmente establecida es muy simple: hay poetas y hay nove­listas y ensayistas. Los campos están, al menos en apariencia, perfectamente acotados, como si una frontera invisible delimitara los territorios para que no se produzcan intrusismos y, si estos se pro­ducen, tengan los mínimos efectos sobre los usua­rios e cada uno de los espacios.

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Julio Llamazares, ejemplo de poeta “transfuga” hacia la narrativa

La poesía, para los tránsfugas hacia otros géne­ros, aparece como un pecado de juventud y, las más de las veces, como un territorio al que no se debe volver. ¿Qué razones alientan tras este pro­ceso? A mi modo de ver, diversas y de muy varia­da índole. La primera quizá sea aquélla que se de­riva de que se trata de un género en el que la bre­vedad e intensidad permiten un más fácil acceso al fenómeno creador, mayores posibilidades de volcar, en un espacio de tiempo mínimo, sensacio­nes inconscientes, obsesiones, deseos y sentimien­tos. No es casual que la poesía juegue en el adoles­cente un difuso papel terapéutico. De ese modo, la poesía seria la matriz, el anticipo, en estado de síntesis, de estados emotivos, de fantasmas y preocupaciones íntimas que tendrían un espacio de desarrollo mucho más amplio y detallado, al compás de la madurez vital del escritor, en otros géneros como la novela o el ensayo.

Otra razón quizá habría que buscarla en la apuesta por un horizonte de lectores más amplio y estable. Ya se sabe que la poesía es un género minoritario degustado por los propios poetas, lo que lleva a no pocos escritores a sentirse incómo­dos y agobiados en un ejercicio que se cuece en su propia salsa y al que la sociedad suele ignorar o con el silencio o con el desdén. ”Pobrecillos, les ha salido un hijo poeta”. Esta frase no sólo expresa una idea popular bastante extendida sino también el estado de conciencia de no pocos autores insta­lados en la poesía por convicción, pero urgidos al cambio de género por la presión externa, por el li­mitado reconocimiento social de su labor.

La económica, por obvia, exige pocas explica­ciones: nadie puede vivir de la poesía. Lo normal es sufrir por ella y de ella.

La conclusión que se desprende de estas refle­xiones no es otra que el necesario reconocimiento a la heroica apuesta de quienes en estos tiempos difíciles han decidido navegar en el proceloso mar de la literatura con las simbólicas velas del verso, sin motor y sin salvavidas. Pero el motivo de estas líneas es otro. Constatado el transfuguismo —en buena parte de los casos con el carácter de un abandono en toda regla de la práctica del verso—, con numerosos protagonistas en las últimas hor­nadas de escritores, surge el otro problema: la di­fícil aceptación del escritor que no renuncia a sus orígenes poéticos y, a pesar de cultivar la novela o el ensayo, vuelve de vez en vez al difícil y desa­gradecido territorio de la lírica.

Se advierte -aunque no explícitamente- una cierta visión estrecha, cuadriculada, del oficio de escribir. El novelista/poeta encuentra hostilidad en ambos lados de la frontera. Los poetas no sue­len considerarlo, en puridad, poeta. Los narrado­res miran con desconfianza sus veleidades en ver­so. Los críticos no saben a qué carta quedarse. La figura del escritor que se mueve con rigor en va­rios géneros y goza de reconocimiento en cada uno de ellos es, en ese contexto, la excepción. Al menos desde la óptica del critico.

Sin embargo, la actividad literaria es multipo­lar y se expresa en diversos modos. Si la poesía es contención, expresión sintética de una experien­cia puntual e irrepetible, medio de conocimiento e indagación, la novela amplía sus posibilidades, tiene un carácter distinto puesto que convierte en ficción, en historia, materiales extraídos tanto de la realidad foránea como de la intimidad del au­tor. Y el ensayo es el intento racionalizador, la apuesta meditativa sobre el oficio de escribir y de vivir, que diría Pavese, y sus servidumbres.

Como se ve, todo ello cabe en un solo escritor y su simultáneo ejercicio no debería mover a des­confianza, tal y como ocurre más veces de las de­seadas. La historia de la literatura universal está plagada de ejemplos: William Carlos Williams, Ja­mes Joyce, D. H. Lawrence, entre otros muchos, combinaron poesía, novela, ensayo y critica con parecido rigor. Nuestra literatura, desde sus orí­genes, ha tenido sobradas muestras de simultanei­dad sobre las que parece ocioso extenderse. Quizá el peligro esté, más que en el escritor o en el criti­co, en una sociedad cada vez más tendente a la es­pecialización, a la acotación de espacios para cada cultivo como si el mundo literario fuera una in­mensa granja en la que la hermana pobre, la poe­sía, estuviera condenada al lugar más recóndito -y menos accesible- de las librerías, extendiéndo­se la idea de que sólo la que entretiene y no lo que inquieta y desasosiega o exige un esfuerzo indaga­dor debe tener un apoyo sin paliativos.

En todo caso, siempre ha habido transfuguis­mos literarios. El que en los últimos años se ha­yan incrementado probablemente tenga mucho que ver con la ideología del éxito por el éxito. Una ideología tan difusa como extendida que carece de virtualidad cuando se intenta en un género tan minoritario como la poesía. De ahí que sean muy pocos los casos de simultaneidad y que, casi siempre, la poesía sea una estación de paso, un peldaño, hacia otros horizontes literarios y muy pocas veces una práctica en la que se persevera en .paralelo con las nuevas dedicaciones del autor.