Acerca del gusto… literario | Sobre el canon, las modas, las antologías

El gusto, el canon, el papel de las antologías, las pugnas generacionales en el devenir de la historia literaria. Sobre tales asuntos, eternos en la cotidianidad que viven escritores, críticos y profesores y de un interés de plena actualidad, escribe el autor. 
© LUIS MARTÍNEZ DE MINGO

Comencemos por la frase hecha que, como casi siempre, no vale para nada: “De gustos, no hay nada escrito”. Porque ya se sabe que todo lo que se ha escrito es sobre gustos, no se escribe de otra cosa. Que cada cual se afirma al expresar el suyo es inevitable. Me ha gustado mucho la última de Ruiz-Zafón, y la que más me gusta es Dolores Redondo, casi más que Pérez-Reverte. Otra cosa es la cara que pongamos algunos, y lo que nos callemos, cuando nos recomienden tal o cual libro. En pos de seleccionar lo mejor de entre la selva en la que nos movemos se han hecho siempre los florilegios y las antologías. Casi siempre se deben al criterio del antólogo, así la del 27, la de Gerardo Diego, al que por cierto se reprochó que se autoincluyera, o la que hizo García Hortelano de la Generación del 50, etc., pero otras veces se ha intentado ser más imparcial, un tanto objetivo, demócrata, digamos. Así lo pretendió Francisco Ribes en su Antología consultada de la joven poesía española, 1952; o dos profesores, López de Abiada y Pérez Escotado, junto a este que firma, en 1999, en Poemas memorables  (Castalia, Madrid).

Gran parte de los poetas de la Generación del 50 en una foto histórica

La idea inicial era que no hay tanto poetas importantes sino poemas, aquellos que te acompañan siempre, los que memorizas y recitas en las tertulias. Se consultó a más de 100 personas –respondieron 72- entre profesores, poetas y críticos, para seleccionar 19 poemas que compusieron la antología, cada uno con su correspondiente exégesis. Pues bien, tampoco estos poemas, que pretendían ser canónicos, sirvieron para tanto, y valga como muestra lo que le ocurrió a este antólogo con uno de los consultados. Poco antes de su publicación me llamó para interesarse por un poeta que él había elegido –Leopoldo Panero, padre, concretamente- y al aclararle que no había sido seleccionado ningún poema suyo pero sí tres, por ejemplo, de Gil de Biedma, me lanzó, con cajas destempladas, que esa antología era una porquería y que no valdría para nada. Curioso demócrata, que desprecia aquello que él no elige, aunque en este caso no fuera tan mal encaminado. Lo justo habría sido no haber participado porque, obviamente, juntar gusto y democracia es aberrante. Sirva aquello de Borges, “la democracia es un abuso de la estadística” o también, que si así fuera, lo más vendido sería lo mejor y no habría más que hablar.

La formación del gusto es una labor de zapa, de contraste, de reflexión, de autocrítica, de lectura sosegada y apasionada,

La «canónica» antología de 1932 de Gerardo Diego

El gusto es inextricable del sujeto, emana del yo y en algunas ocasiones se nos impone sin que sepamos muy bien por qué. Vayamos, por ejemplo, a lo que fueron los cambios generacionales, la afirmación de un grupo de escritores jóvenes se hizo siempre contra los mayores, los establecidos, los que marcaban tendencia; es lo que se conoce como “matar al padre”. Los del 98 rechazaron a los modernistas y a Galdós, los del 27 a los del 98, los de G-50 a los poetas sociales y los novísimos, venecianos al comienzo, la estética de los Barral, Biedma y compañía. ¿Sabían ellos que su gusto después se modificaría y terminarían elogiando y admirando a aquellos que repelieron? ¿Supo alguna vez Juan Benet el porqué de su rechazo a James Joyce y el Ulises? ¿Sabía él mismo que era una pose, quizá debida a su afán de epatar, o es que de verdad lo intentó, se le atragantó y decidió no volver a pasar nunca más por semejante trance? Es algo que no aclara ni su mejor biógrafo, quizá Eduardo Chamorro (1). Así que el gusto cambia con el tiempo, nos puede terminar gustando, y mucho, alguien que antes aborrecíamos, y viceversa, depende de la edad, de las vivencias, de las lecturas. Alguien ha intentado ir a la raíz del problema y establecer, de una vez por todas, cual es el Canon occidental. Lo publicó ya en 1994 y fracasó; claro está. Se llamaba, como es sabido, Harold Bloom. Como es de lengua inglesa, partía de que Shakespeare era el centro del canon y se decantaba tendenciosamente por autores de su lengua, Milton, Dickens, Joyce, a costa de despreciar a otros, de nuestra lengua, por ejemplo, como Cervantes, Quevedo, Valle o Lorca, algunos de los cuales ni cita, con alevosía, dijéramos. Semejante discrecionalidad del gusto y el hecho de ser tan polisémica y poliédrica la buena literatura ha propiciado, a lo largo de la historia, fenómenos como el de Balzac, que en su labor de crítico podía escribir hasta tres reseñas periodísticas de la misma novela, algunas con pseudónimo, pero opuestas y antagónicas entre sí; tal vez porque sufrió el acoso de sus acreedores y tuvo que escribir demasiado. Si a todo eso añadimos que la mayoría de los lectores exhiben un gusto colonizado, fagocitado por “El Corte Inglés”, el Grupo Prisa o tal o cual emisora de radio, ya que la tele no ejerce, casi tenemos que concluir por el principio, todo lo que se escribe es sobre gustos pero, mire usted por donde, no hay nada escrito. La formación del gusto es una labor de zapa, de contraste, de reflexión, de autocrítica, de lectura sosegada y apasionada, por supuesto; es decir, todo lo que hoy por hoy está tan mal visto, porque ni hay tiempo ni se lleva. Con decir que tal libro está bien escrito y te engancha ya tenemos un gran lector que, aunque sea por contraste, aspira a nota y, claro, ningún escritor se atreve a meterse con él porque está la cosa como para ahuyentar lectores. Vade retro.

1.- Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas. Eduardo Chamorro, Muchnik Editores. Barcelona. 2001.


EL AUTOR

LUIS MARTÍNEZ DE MINGO es riojano (1948). Empezó escribiendo poesía: Cauces del engaño, Ámbito, Barcelona, 1978. Luego vinieron unos cuentos, Bestiario del corazón, Madrid, 1994: Cuatro ediciones y varios premiados. Con la novela El perro de Dostoievski, Muchnik. Barcelona, 2001, llegó a finalista del Nadal. Ha editado de todo. Premio de novela corta con Pintar al monstruo, Verbum, Madrid, 2007, lo último ha sido un dietario, Pienso para perros, Renacimiento, Sevilla, 2014, La reina de los sables, Madrid, 2015 y Asesinos de instituto, Madrid, 2017.