Juan Goytisolo, una semblanza: «Era un buen hombre y estaba muy triste»

Juan Goytisolo según Ramón Buenaventura «era un buen hombre y estaba muy triste». A través de estas líneas nos acercamos a un escritor distinto, forjado en la lectura y que decidió huir de una España que le era absolutamente ajena y sobre todo que no le reconocía como un autor de gran valía , a pesar de su larga carrera como escritor y libre pensador.
© RAMON BUENAVENTURA

Mi primer contacto personal con Juan Goytisolo se produjo el domingo 27 de noviembre de 1994, cuando fui a recogerlo al aeropuerto de Barajas y lo dejé luego en el hotel de la calle Covarrubias en que había pedido que lo alojáramos, porque allí lo conocían y lo trataban muy bien.

Mi último contacto personal con Juan Goytisolo se produjo el 12 de enero de 2001, en el Círculo de Lectores, solo un segundo ―hola, hola: demasiada gente―, con ocasión de una charla suya a la que asistimos Angelika y yo (sin motivación profesional: en aquel entonces ya me habían echado de Alfaguara).

Al encuentro de 1994 acudí con recelo, porque temía que Goytisolo recordarse un artículo que yo había publicado doce años antes, en disidencias (el suplemento literario de Diario16), y que decía así:

Señas de identidad. Juan Goytisolo. Ed. Joaquín Mortiz. 1966. México

«El 13 de agosto de 1971 tuve la desastrada ocurrencia de toparme de frente con un autobús en la carretera de Ses Salines, en Ibiza. Aquella mala suerte trajo otra peor (así suele gastarlas el azar): hube de pasar diez feroces días en la nauseabunda clínica de un medicucho tiránico y necio, cuyo nombre lamento mucho no recordar. Pero tuvo también el sufrimiento su lado bueno, porque un amigo [el poeta ibicenco Antoni Marí] me prestó, para que disipara mis furias, dos libros de Juan Goytisolo, entonces prohibidísimos: Señas de identidad y Reivindicación del conde don Julián.

»Tengo que agradecer a Goytisolo dos magnos favores: primero, que me apartara de la comisión de un galenicidio; segundo, que me abriera, de golpe, una ancha puerta hacia la literatura española moderna, que yo, procedente de otras latitudes, y muy agabachado, apenas conocía más que por algunos títulos inevitables: Nada, El Jarama, La familia de Pascual Duarte, y cosas así (no cuento a los latinoamericanos). Aquellas dos novelas me convirtieron en auténtico fanático de Goytisolo, cuyas obras, ahora, ocupan palmo y medio de mi biblioteca.

Juan sin tierra. Juan Goytisolo. Ed. Seix Barral. Barcelona. 1975

»El primer derramasolaces fue Juan Sin Tierra, que ya se publicó directamente en España (no recuerdo si antes o después de, pero en 1975), y que me dejó con la neta impresión de haber perdido contacto con alguien muy querido. De la siguiente novela, Makbara, me tuve que apear en marcha en la página 139, por incompatibilidad: me negué a comerme del todo esa tremenda indigestión de barullos. […] Paisajes después de la batalla insiste y terquea en la línea de las dos novelas anteriores, sin duda […] Goytisolo pisa las cumbres de la ira y el sarcasmo, espléndidamente expresados. Pero, ¡oh sorpresa!, el libro se lee con más curiosidad que emoción. Por la vía de la procacidad sexual, del insulto a las instituciones, del odio asiático finamente manifestado, ya no hay manera de sorprender al lector avezado. Y uno se pregunta si vale el esfuerzo escribir doscientas páginas terroristas para dejar con los ojos rasos a media docena de burguesones que se equivoquen de libro. Tal vez lo peor que le pueda suceder a un escritor sea no saber para quién está escribiendo. Me temo que Goytisolo se empeña en ajustar cuentas con gigantes descabezados.

Tal vez lo peor que le pueda suceder a un escritor sea no saber para quién está escribiendo. Me temo que Goytisolo se empeña en ajustar cuentas con gigantes descabezados.

»Dejándonos con un palmo de narices a los que contamos con él.»

Afortunadamente, Juan Goytisolo no había leído esta diatriba (que ahora se me antoja bastante barata: yo es que no sabía cómo llamar la atención, en aquellos años), o no la recordaba, o no la asoció conmigo, y pude trabajar con él de muy pacífico y agradable modo, durante cinco años. En mi agenda hay anotadas muchas comidas, muchas cenas, muchas reuniones de trabajo. Fue él quien nos recomendó a Pamuk, entonces casi desconocido. Hablaba bajito, sonreía poco, nunca hacía ninguna broma, nunca alargaba ni acortaba los contactos. No parecía interesado en imponer su voluntad, solo en sugerir. Y aún tuvo tiempo, el hombre, para hacerme un par de buenos favores cuando publiqué El año que viene en Tánger.

Fuimos muchos quienes siempre estuvimos casi totalmente de acuerdo con Goytisolo, pero no porque él nos persuadiera. Su lectura añadió detalles, argumentos, historia, a nuestros convencimientos previos de minoría disidente. Nos enriqueció. Ayudó a que pensáramos lo que ya pensábamos. En ningún momento nos hizo creer lo que no creíamos, en cambio. Acogimos su visión de España como cultura de tres raíces, pero no vimos que la idea tuviese, a estas bajuras de la historia, ninguna aplicación práctica; casi nadie le aceptó a Goytisolo lo que él parecía proponer: que volviésemos a repartir las cartas religiosas, sociales y culturales que tan mala (y tan Imperial) jugada nos repartieron en los siglos iniciales de España.

Acogimos su visión de España como cultura de tres raíces, pero no vimos que la idea tuviese, a estas bajuras de la historia, ninguna aplicación práctica; casi nadie aceptó a Goytisolo lo que él parecía proponer: que volviésemos a repartir las cartas religiosas, sociales y culturales que tan mala (y tan Imperial) jugada nos repartieron en los siglos iniciales de España.

Era un grandísimo escritor sin suficiente pegada comercial o periodística para influir en quienes no lo leían, un muy noble pensador, un activista generoso, un profundo enamorado.

Era un buen hombre y estaba muy triste.


SOBRE EL AUTOR

RAMÓN BUENAVENTURA  escribe y traduce. Estudió en la facultades de Derecho y de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, la Escuela Oficial de Idiomas, La Ecuela, la Escuela de Psicología, la Escuela de Funcionarios Internacionales de la Escuela Diplomática de Madrid y en diversos centros especializados en mercadotecnia y administración de empresas. Ha sido profesor de traducción en CES Felipe II de Aranjuez, UCM y en Instituto de Traductores de la Facultad de Filología (UCM). Es autor de siete libros de poesía, cuatro novelas, un volumen de relatos, una biografía de Arthur Rimbaud, una antología de la joven poesía española escrita por mujeres. Ha ganado los premios Villa de Madrid y Fernando Quiñones de novela, el Miguel Labordeta de Poesía y el Stendhal de Traducción. Es Premio Nacional a la Obra de un Traductor. Vive en Pozuelo de Alarcón (Madrid).