El dibujo de una sociedad enferma | Sobre «Patria», de Fernando Aramburu

Debido al fulgurante éxito de la novela «Patria» de Fernando Aramburu este texto intenta indagar en cuáles son los motivos de la gran aceptación no sólo por la crítica sino por los lectores.
© JUAN APARICIO BELMONTE

Patria no es una novela canónica sobre el País Vasco, como he escuchado o leído por ahí, pues toda novela sobre el País Vasco está radicada en Alaska o Estados Unidos, según las últimas estadísticas. El conflicto ha producido esa diáspora de la imaginación en la que mejor se escribe sobre mundos lejanos que sobre la Herriko Taberna de abajo, tan peligrosa. Estamos ante una novela distinta, sobre el conflicto vasco visto desde su dureza y crueldad con la sociedad a la que ha traumatizado. Naturalmente, no la traumatiza el conflicto en sí mismo, sino un movimiento político muy concreto, que tiene todas las hechuras propias y deletéreas de los movimientos que exacerban la identidad nacional como un arma contra el diferente.

Fanático y preso de sí mismo, este movimiento enturbia como un humo venenoso las perspectivas sociales y familiares de los habitantes de una villa de la Guipúzcoa idealizada, tipo Azpeitia o Azkoitia, afectando incluso a quienes intentan vivir al margen de lo que respiran. La estructura de la novela se mantiene sobre células independientes sólo en apariencia. Todas juntas tejen una telaraña que atrapa al lector mediante episodios protagonizados por los distintos personajes, retazos de sus vidas que no respetan un orden temporal pero sí una astuta lógica narrativa, y nos permite apreciar de cerca las razones de todos los elementos en conflicto, el discurso que los ampara y también percibir a vista de pájaro la compleja, pero palmaria situación.

Se ha insinuado que la clave del fenomenal triunfo de Patria, tanto en críticas como en ventas, parte de un prejuicio ideológico. Si no habláramos del País Vasco, se alega, sino de un lugar imaginario o simbólico, como Macondo o Yoknapatawpha, la novela cojearía, pues el lector la redondea, poniendo de sí mismo, con su opinión sobre la situación vasca, lo que el libro no da.

En realidad, no existe novela o película en la que el sentido común no juegue un rol sustancial, a favor o en contra de su valor. Si esto es un hombre de Primo Levi o Desgracia de J.M. Coetzee también se nutren de referentes conflictivos. Pero si, como Patria, estas obras nos convencen de su atroz verdad no es solo porque nos repugne el desprecio y la violencia contra el diferente o el débil, o las ideologías que los arropan, sino por la finura narrativa que traza personalidades, conflictos y mundos asombrosamente creíbles.

La capacidad persuasiva de Patria depende de sí misma. El lector se sumerge como un buceador en una realidad de la que sale mojado. La pericia de Aramburu se vuelca en un relato de idas y venidas cronológicas, que conforman un retrato tenebroso del túnel en el que los personajes penetran por la inercia de una atmósfera agobiante, que crea cobardes y víctimas y algún que otro héroe involuntario. Si este retrato del País Vasco es un embauco de su autor, y lo que narra está muy lejos de hacerle justicia al nacionalismo, debemos aplaudir el talento de Aramburu, que estaría demostrando ser un mago más que un narrador. Pero su acierto es puramente literario. Ha sabido plasmar con unas pocas vidas la esencia de una ideología implacable con quienes se oponen a sus mandatos aunque sea con discreta rebeldía.

Patria. Fernando Aramburu. Editorial Tusquets. Barcelona, 2016

Los personajes de Patria no tienen virtudes ni defectos extraordinarios, son hombres y mujeres comunes, que se desenvuelven en una cotidianidad canónica occidental, española, europea, pero que van sufriendo la merma insólita de vivir en un clima social viciado por un sentido pernicioso de la identidad colectiva, imposible de consolidar salvo como quimera cruel. No hay tampoco una idealización del punto de vista de las víctimas ni del sistema judicial contra el que dicen luchar los victimarios. La tortura en comisaría se plasma sin medias tintas. Lo que hay es el dibujo de una sociedad enferma, afectada por un miedo promovido y dirigido por individuos convencidos de que su causa permite cualquier atrocidad contra quien no la comparta. Se subraya, a través del personaje con mayor carga simbólica, el fariseo párroco con halitosis, la complicidad de la iglesia católica en la situación de injusticia.

El acontecimiento sustancial de la trama, el asesinato del Txato por dejar de pagar el impuesto revolucionario, es una sombra que aumenta de tamaño a medida que avanza la novela, condicionando el comportamiento de todos, hacia la frialdad cruel o la valiente y testaruda petición de desagravio en dos madres cada vez más enfrentadas.

La novela narrativa frente a la discursiva o la lírica, que pese a ser tan antigua o más que la narrativa tiene una insólita aureola de modernidad, consigue con Patria un ejemplo plausible dentro de la literatura española. Se inscribe en la tradición de dar sentido a la realidad recreándola y pervirtiéndola en favor de una comunicación pura, distintiva, con una estructura audaz y con cálculo racional de los materiales imaginativos. La novela narrativa es a la vez un trabajo artístico y artesano, y en la tensión entre ambos radica la probidad de un esfuerzo que, en este caso, da lo mejor de sí mismo.

En el paladar del lector queda, finalmente, un regusto de dicha y consuelo. No desde luego por el presente y futuro del País Vasco sino por la literatura. La impresión de que, con novelas así, ésta seguirá teniendo vigencia.


SOBRE EL AUTOR

JUAN APARICIO BELMONTE (Londres, 1971) colabora con diversos medios de comunicación y es profesor en la escuela de escritura creativa Hotel Kafka y humorista gráfico en 20 minutos. Ha escrito las novelas Mala Suerte (2003), que ganó el I Premio de Narrativa Caja Madrid y el III Premio Memorial Silverio Cañada, que se otorga en la Semana Negra de Gijón, López López (2004), El disparatado círculo de los pájaros borrachos (2006), XII Premio Lengua de Trapo de Novela y elegida por el periódico El Mundo como una de las diez mejores del año, Una revolución pequeña (2009) Mis seres queridos (2010), galardonada con el II Premio Bubok de narrativa, Un amigo en la ciudad (Siruela. 2013) y Ante todo criminal (Siruela. 2015). Su obra ha sido traducida al francés y al italiano.